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jueves, 27 de septiembre de 2007

Por sus mentiras los conoceréis

 
Casi todo el mundo cuenta algún embuste sin importancia en su vida diaria, generalmente para sortear una situación difícil o tratar de mejorar su imagen

 
CADA uno de nosotros miente unas tres veces cada diez minutos. Así lo constató un estudio psicológico de la Universidad de Massachussets, Estados Unidos, que investigó a 242 estudiantes a los que se les dijo que el propósito era examinar cómo interactuaban al conocer a otra persona y tener una breve conversación. El 60 por ciento de los participantes mintió al menos una vez en la charla organizada por el investigador Robert Feldman.

Las 'mentirijillas' de los participantes estadounidenses variaron desde cuestiones irrelevantes, como decir que les agradaba una persona determinada, cuando en realidad no era cierto, hasta otras más extremas como afirmar descaradamente ser un conocido cantante de rock. Hombres y mujeres fingieron con igual frecuencia, pero persiguiendo distintos fines. Las mujeres tendían a mentir para hacer que el interlocutor se sintiera mejor, mientras que los hombres engañaban más para dar una mejor imagen de sí mismos.

No nos escandalicemos. La mayoría de los individuos finge de forma cotidiana y automática para sortear situaciones o mejorar su imagen ante los otros. Si usted no ha dicho una 'trolilla' para quedar bien o no ha echado un piropo sin sentirlo realmente, no forma parte de los retratados en este reportaje.

Y no es grave verse reflejado en estos mentirosos piadosos, ya que las 'medias verdades' cumplen una función adaptativa en los seres humanos; sirven para mantener un equilibrio. Por ejemplo, si un padre recibe un dibujo de su hijo de cinco años es obvio que le va a decir que es el más lindo que ha visto en su vida. Así, el papá está generando confianza y autoestima en su niño, señalan los profesionales consultados.

«A veces por no dañar a otras personas y en otras ocasiones para mantener el concepto que uno tiene de sí mismo se recurre a estas excusas. Es muy frecuente, más de lo que pensamos, y no tiene por qué incidir en un daño en los demás», aclara el psicólogo Cristóbal Rozúa.

Claudine Biland, autora de 'La Psicología del mentiroso', ha catalogado en varios grupos las mentiras más frecuentes y qué tipo de personas suelen echarlas.

ALTRUISTA

Nada que ganar

«Este vestido te sienta muy bien»

El motivo de esta mentira es altruista. El embustero no tiene nada que ganar, sino que quiere alimentar el narcisismo del otro. Pero, no nos engañemos, esta calumnia representa una forma de hipocresía social. Detrás de ella, en ocasiones, se esconde una crueldad: «Por una vez en la vida estás bien vestida». «Este tipo de frases a veces enmascara una manera de agredir al otro», apostilla la psicóloga.

EXCUSAS

Evitar reproches

«El ordenador se me ha quedado bloqueado»



Es una situación compleja, la persona es pillada sin haber realizado lo que se le ha encargado y no encuentra otra excusa mejor. Miente porque es incapaz de reconocer que necesita más tiempo. Echándole la culpa al ordenador o al tan recurrente Internet anula cualquier posibilidad de discusión o reproche. El que escucha la invención hace como que se lo cree, pero realmente se da cuenta del truco.

HIPOCRESÍA SOCIAL

Evadir la realidad

«He pillado un atasco»

Recurrir al tráfico o a los transportes públicos para enmascarar que se nos han pegado las sábanas, por ejemplo, es muy frecuente. «Se trata de otro ejemplo de hipocresía social», dice Claudine Biland, quien aclara que de esta manera el interlocutor esconde sus motivos reales y evade reconocer una realidad: podría haber previsto el atasco y salir antes de casa.

De la misma manera, exclamar frases del tipo «¿La cena estaba estupenda!», tras una ingesta de platos infames es una estrategia de supervivencia. El mentiroso deja en manos del otro creerse o no el piropo. Únicamente, figuras como Groucho Marx se atreven a decir: «He pasado una tarde estupenda, pero no ha sido ésta precisamente».

SEDUCCIÓN

Buscar el interés

«Nunca he conocido a nadie como tú»

Se trata de una maniobra de seducción para engordar el 'ego' de nuestra pareja, según Claudine Biland, que recalca que detrás de estas afirmaciones se suele esconder un interés. Aunque si realmente hay un enamoramiento, quien lo dice puede estar convencido (o tener la ilusión) de que está con una persona única y maravillosa; entonces no sería una mentira, sino un halago.

DERECHOS

En otro nivel

«¿Vaya, se me ha olvidado la tarjeta!»

Quien recurre a estas frases no necesariamente es el más pobre de la reunión, aunque personas que andan muy escasas de fondos suelen emplear esta técnica. En algunos casos extremos, este habitual engaño expresa un desprecio por los otros, ya que el cuentista se cree con el derecho de que le paguen la cuenta.

ADULADORES

Respeto al poder

«Sí, jefe, es una idea excelente»

Destinada a adular al otro, es una de las mentiras más frecuentes, según Biland. «No cuesta casi nada hacer la pelota a un superior, el 80% de las personas toleran esta práctica sin juzgarla», añade. El receptor no es necesariamente ingenuo y mide así su poder. El mentiroso asume su rol de adulador. A veces, este piropo es sincero, ya que el jefe ha podido tener una gran idea. «Otras personas tienen la necesidad de creer que su superior es brillante para poder respetarle», concluye.

¿Un problema?

Un futbolista podrá contar más goles de los que realmente ha marcado delante de sus nuevos compañeros de equipo; se pueden exagerar las proezas sexuales entre varios hombres que se retan en su capacidad viril, o una madre puede hacer que su hijo 'mejore' las notas y 'apruebe' cursos con el fin de que parecer una madre exitosa con un hijo bien educado. La inseguridad y desconfianza en nuestra capacidad de ser aceptados tal como somos nos llevan a adornar nuestra historia para causar una impresión favorable en los demás.

Engañar es un recurso fácil, aunque se corre el riesgo de ser descubierto. Muchos padres tienen la preocupación de que sus hijos, al echar embustes, vulneren los derechos de otras personas. «Si desde pequeños se dan cuenta de que cruzando esa línea consiguen más cosas incorporan el fingimiento como una conducta habitual», abunda Cristóbal Rozúa, quien pone como extremo aquellos que llegan a creerse sus propias mentiras.

«Se convierte en algo patológico, a pesar de que sus amigos, familiares y compañeros de trabajo critiquen sus conductas. Priorizan el objetivo antes que la forma de conseguirlo. Eso es un problema», narra el experto.

Lo curioso es que estos últimos no acuden a las clínicas psicológicas conscientes de que 'mienten más que hablan', sino que les llevan «problemas con la pareja, despidos laborales continuos, conflictos familiares...».
 

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