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Decía Chesterton: Sólo hay tres cosas que la mujer no comprende: Libertad, igualdad y fraternidad. No es broma ni paradoja gratuita. El genio feliz sabía de lo que hablaba. No ocurrirá tal cosa en las generales o en las europeas, pero eso es sólo porque ser diputado o senador, no digamos nada europarlamentario, no es más que un canto a la egolatría y a la salud vigorosa de la cuenta corriente personal. Y como la mujer no es tonta está dispuesta a "asumir su responsabilidad". Pero de concejalías, nada de nada. Ahora está ocurriendo lo mismo con las empresas. No se le ofrece a una mujer ser directora general, sino consejera. Y salvo algunos consejos muy bien pagados, lo cierto es que, en la mayoría de ellos, ni se manda ni se cobra. Veamos. La mujer no suspira por la libertad más de lo que puede y debe hacerlo cualquier animal racional. Es más, para la mujer la libertad no es hacer lo que le viene en gana sino lo que procede o lo que conviene, dependiendo de su grado de santidad. Podríamos decir que el axioma femenino por excelencia es el de que "hay que hacer lo que hay que hacer". Si por libertad entiende la mujer algo muy distinto al hombre, sobre igualdad mejor no hablar. La mujer es clasista porque adora el sentido común, el sentido de la realidad y el sentido de las proporciones, y los tres le certifican que, no es ya que los sexos sean iguales, es que no hay nada más distinto a un ser humano que otro ser humano. Caprichos de la condición racional. Es más, el concepto de igualdad, especialmente desde En este sentido, podemos decir que la mujer es clasista por naturaleza. El introducirla en un cupo, en una cuota, le saca de sus casillas y lo vive como lo que es: un desprecio a sus capacidades. Lo ven así todas, menos unas cuantas aprovechadas dedicadas a la cosa pública. Fraternidad, bello sentimiento del que los varones hablan mucho y que es cordial y silenciosamente detestado por el sexo femenino. La mujer entiende mucho más de amor a padres, hijos y esposos, de amor en vertical, dirección norte o dirección sur, y de entrega, que del horizontal afectillo de la fraternidad. Sabe que el amor es mucho más amplio que la hermandad y prefiere la donación plena a esa especie de punto intermedio entre la amistad y el amor que es la fraternidad, tan melifluo que hasta el propio calificativo derivado -fraternal- le ha salido cursi, al menos en la recia lengua de Cervantes. Obsérvese que el feminismo consiste, precisamente, en la negación de este dogma evidente de la feminidad. Si al desprecio por la libertad, la igualdad y la fraternidad le aplicamos una de las escasísimas virtudes con las que la naturaleza no ha querido adornar a la mujer -la ecuanimidad- podemos concluir que la alberga la seguridad de que Lo malo es que las leyes son como los organismos públicos: es más fácil crearlas que destruirlas. |
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lunes, 29 de octubre de 2007
Sólo hay tres cosas que la mujer no entiende
Tomado de www.hispanidad.com
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