Siendo todo ello cierto, me preocupa, sin embargo, que la lucha de la mujer pueda invadir los legítimos derechos de los hombres. Para entrar en la materia más espinosa, demasiadas son las voces serias que alertan del mal uso que se está haciendo de la ley contra la violencia de género, a favor de mujeres que la utilizan para negociar patrimonio, conseguir ventajas o, directamente, fastidiar al ex de turno. De entre todas ellas, es notable la voz de la juez decana de Barcelona, Maria Sanahuja, que ha alertado reiteradamente del exceso de denuncias falsas. Los datos sobre este hecho no son claros, pero todos los sectores implicados hablan de centenares de falsedades. En cualquier caso, la casuística nos trae demasiados padres cuya denuncia falsa les ha destrozado la vida, hasta que un juez ha levantado la sospecha. ¿Realmente es tan fácil? Si un hombre acusa a su mujer de maltrato, las dificultades para llevar a puerto la denuncia son ingentes. Pero si una mujer lo acusa a él, la ley lo convierte en culpable incluso antes de ser sospechoso, y el calvario que vivirá será terrible. Es indiscutible que la ley contra la violencia de género era urgente para luchar contra esta lacra social. Pero, ¿la hemos hecho bien? Si las mujeres pueden usarla fácilmente para dirimir sus cuitas económicas o sentimentales, no solo la hemos hecho mal. Hemos convertido la lucha por la justicia de las mujeres, en una forma de injusticia para los hombres. Demasiados padres que no pueden ver a sus hijos, demasiados que cuelgan de la percha de la sospecha, demasiados que ven dilapidado su patrimonio, más allá de sus obligaciones legales.
La lucha de la mujer por la igualdad nunca puede ser la coartada para otra forma de discriminación. El feminismo, que tanto sabe de sufrimiento, tendría que ser el primero que levantara la voz contra esta otra forma de maltrato. Porque, o denunciamos los abusos en nombre de la mujer, o estamos convirtiendo una lucha justa en una forma de venganza.
Tomado de www.lavanguardia.es
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