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miércoles, 2 de mayo de 2007

Los hijos Dificiles

Hijos difíciles

La educación de los hijos plantea cada vez más problemas. Los adolescentes se muestran agresivos, se escapan de casa y hacen frente a sus padres. O acuden al juzgado porque la paga semanal les parece insuficiente, como ha ocurrido hace poco en Sevilla. Hasta los más pequeños plantan cara, y con dos o tres años imponen su voluntad. Algunos padres, incapaces de manejar estas situaciones, se sienten desbordados y en casos extremos piden a la Administración que se haga cargo de sus hijos, como ha ocurrido en Gijón. Un caso que no es único. Hay muchos más, aunque no trasciendan, advierte Javier Urra, que fue el primer Defensor del Menor en España.
Ante estos hechos se podría pensar que hay niños muy difíciles de manejar y en ocasiones es casi una tarea imposible hacerse con ellos. «Hay ciertamente niños muy difíciles. ¿Imposibles? Yo no diría tanto. Los niños nacen con un temperamento y en función del entorno en que viven se va configurando el carácter. Con dos o tres años pueden tener ya un temperamento muy complicado, ser beligerantes, a veces incluso agresivos y tiranos. Pero también es cierto que influye mucho la educación que reciben, especialmente en los seis primeros años, cuando se marcan las bases fundamentales del carácter», señala María Jesús Álava, psicóloga experta en este tema.
María Sixta Siles, psicóloga infantojuvenil del centro Beck, prefiere hablar de «situaciones difíciles de manejar en el ámbito familiar y social en el que se desenvuelven los chavales, más que de niños difíciles, porque este adjetivo aplicado al niño lo etiqueta y no tiene en cuenta la influencia del entorno». Siles añade que aunque en ocasiones los problemas parecen surgir durante la adolescencia, «habría que valorar si no son consecuencia de conductas disfuncionales que se han estado manifestando pero a las que no se ha puesto ningún remedio o no se han querido ver en su momento». Insiste en que cuanto más precoz sea la valoración y la intervención psicológica, más fácil será poner solución a los problemas.
Incluso cuando las situaciones vienen de atrás y parecen muy complicadas pueden mejorar con la intervención adecuada, indica Alava: «Requieren un trabajo muy especializado y un tratamiento a medida, porque no hay pautas milagrosas ni recetas universales. Pero todos los niños tienen puntos fuertes y débiles y zonas de especial sensibilidad a las que se puede llegar para motivarles. Y cuando hay unas pautas muy claras establecidas por los padres, su conducta mejora siempre. Si además se puede trabajar con los chavales mucho mejor».
En cuanto a las causas de estas conductas, Urra cree que «se ha transmitido algo incorrecto: la impunidad de los menores. El niño es un ciudadano de pleno derecho, no menos que nadie, pero tampoco más. Entre los adolescentes hay una sensación de que no les pueden hacer nada hagan lo que hagan». Añade que estos hechos reflejan una derrota general de la sociedad, que ha renunciado a su labor educativa: «A un chaval que hace algo reprobable en la calle o en un transporte público nadie le recrimina». Para Urra habría que reformar la Ley del Menor, porque genera cierta indefensión en los padres: «Hasta los 14 años, un menor que comete un delito es impune ante la ley. Esto habría que revisarlo. Se hizo para que los Servicios Sociales tomaran cartas en el asunto. Pero si esto no ocurre, ¿quién interviene? Se debería intervenir en algunos casos cuando un menor de 14 años empieza a cometer delitos. No con afán sancionador, sino para que vea que hay ciertos límites y que si los padres no se los ponen, lo hará la sociedad».
Transmitir valores
Para Siles a la hora de indagar en las causas es crucial tener en cuenta «la transmisión de valores que está recibiendo el menor de su entorno social y lo que ve en televisión. Vivimos en una sociedad en la que impera el éxito rápido, sin valorar mucho los medios para conseguirlo. Y la televisión lo refleja. Incluso algunos programas muestran conductas verbales o físicas abiertamente violentas. Y estos programas que están entre los favoritos de los adolescentes de alguna manera le sirven de modelos». Aunque también es verdad, reconoce, que el tiempo del niño con los padres cada vez se reduce más «y el grupo de amigos, los juegos de ordenador, los chats y programas de la televisión tienen casi más influencia que los propios padres».
Los tres expertos coinciden en afirmar, sin embargo, que cargar las tintas sobre la familia y los padres no sería justo. Entre otras razones porque incluso desde algunos sectores profesionales se transmitió hace años la idea errónea de que a los niños había que dejarles en total libertad sin recriminarles su comportamiento. Y muchos padres dejaron de ejercer como tales, renunciando a su autoridad -confundiendo el progresismo con la ausencia de normas- y pasaron a ser colegas de sus hijos.
Un tremendo error, según Álava, porque los chavales necesitan referencias y normas adecuadas a su edad. Y es que la importancia de poner límites es tal que no es infrecuente que los chavales más talluditos manifiesten a los psicólogos que los atienden: «Yo creo que a mis padres no les importo nada, porque haga lo que haga nunca me regañan».
Aunque tan perjudiciales como la carencia de límites son los ambientes familiares en los que no hay una buena comunicación, advierte Siles. En su opinión, detrás de muchos casos de comportamientos límite «tal vez no haya habido ese margen de comunicación que necesita un preadolescente para expresar sus emociones y opiniones en una familia que no le escucha, no le atiende, o no le pone límites. Si hubiera tenido ese espacio para expresar su propia rebeldía -que, por otro lado, se considera normal en la adolescencia- no tendría necesidad de llegar a relacionarse con otros chavales violentos o agresivos».

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