María Jesús Ribas
Pero su compañero no acepta este proceso de maduración y pronto surgen el malestar y los conflictos. El equilibrio se ha roto y todo está cambiando.
Marta está sufriendo una crisis, un profundo cambio en su vida, que no sabe a donde la conducirá, pero que la mantiene sumidad en la zozobra.
El nacimiento de un hijo o una nueva etapas en su desarrollo, la formación de una nueva pareja, la llegada de la jubilación, la muerte de un ser querido... Son sólo algunos ejemplos que pueden provocar un cambio en la escala de valores. Las situaciones que pueden ocasionar una crisis son, pues, innumerables.
Las crisis personales, vitales o existenciales, implican cambios que suponen dejar la seguridad de lo conocido, ya sea negativo o positivo, pero también una ocasión para desarrollar nuevas alternativas de vida. Se viven como algo angustiante, pero son normales y la cuestión es: hay que saber afrontarlas.
Aunque a quien las vive les cuesta entenderlo, no son catástrofes sino procesos mediante los cuales se va entretejiendo la vida humana.
Según el doctor Emmet Miller, experto en tensión vital de Estados Unidos, "en chino la palabra crisis se representa con dos caracteres que, por separado, significan peligro y oportunidad. Cada problema que encontramos en la vida puede contemplarse como una ocasión para demostrar que podemos hacerle frente".
"Cambiar el modo de ver las cosas puede transformar una vida de tensión e incomodidad en otra de retos y emociones", sugiere.
Según la psiquiatra española, Carmen Sáez Buenaventura, las crisis suelen ser características en etapas de desarrollo personal, en las que se producen -consciente o inconscientemente- cambios físicos, psicológicos, emocionales e intelectuales, o en el medio convivencia y en las relaciones.
Una de las primeras crisis sobreviene en la adolescencia, cuando impulsados por un torrente hormonal los niños y niñas se transforman en hombres y mujeres y durante un tiempo todavía no son ni lo uno ni lo otro.
El cambio es relativamente brusco, mientras que sus experiencias son pocas y limitadas y su personalidad no está aún configurada. Las dificultades para adaptarse al nuevo estatus que les impone su edad pueden causarles una crisis de identidad. Muchos jóvenes se niegan a crecer y a asumir responsabilidades.
Hacia los 35-40 años puede aparecer una crisis de inseguridad, de balance entre las expectativas del pasado y la realidad presente. Nos volvemos vulnerables y sufrimos por alcanzar una identidad consolidada; nuestras facultades físicas e intelectuales comienzan a disminuir; se producen infidelidades.
Se cree que las personas de mediana edad tienen pocos problemas, pero de ellas dependen padres ancianos, suegros e hijos que están creciendo y ellos pueden tener dificultades con su pareja. Su cuerpo no es el mismo, suelen aparecer los primeros achaques.
Otra etapa crítica surge en la vejez cuando la persona piensa en el tiempo que le queda. En una sociedad en la que los valores como energía, dinamismo, afán de éxito y superación están conectados a la idea de juventud, es fácil que los mayores se sientan marginados.
Para la terapeuta familiar Daya H. Rolsma la vida es una continua sucesión de momentos de estabilidad, seguidos de otros de crisis, en los que es necesario buscar alternativas que nos permitan vivir otro período diferente de equilibrio.
Según la experta hay que distinguir entre lo que se puede y debe controlar y lo que no, ya que si no hay salidas hay que adaptarse a la situación, y no se puede esperar que la solución venga de los demás: "uno mismo debe dar el paso inicial y cambiar aquello de su vida o relaciones que no funcione o no le guste".
Hay que concentrarse en buscar salidas y si no se ve la luz hay que dejar pasar un tiempo para recuperar fuerzas y después continuar buscando. La terapeuta propone continuar con todo aquello que funciona, dejando de lado lo que no conduce a resultados deseados y probando algo cualitativamente diferente de lo que se venía haciendo.
La doctora Ann Kaiser Stearns, señala en su libro "Como superar las crisis personales" que aunque es una situación desagradable mientras estamos dolidos, en toda crisis "nos transformamos; muchos de los cambios serán experiencias positivas que nos insuflarán un ánimo vital, y algunas de estas transformaciones enriquecerán nuestra vida, con un valioso aprendizaje y desarrollo personal".
Buenos consejos
Cuando la pareja entra en crisis, hay que identificar el problema y poner posibles soluciones. A continuación algunos ejemplos:
Evitar los reproches y ofensas, incluso en discusiones fuertes en las cuales se puede herir aún más por el propio acaloramiento.
La reconciliación debe llegar pronto, así que no hay que tener miedo a las discusiones siempre que no ocurran con demasiada frecuencia.
Saber decir las cosas, saber callar y rectificar cuando se está equivocado.
No se deje absorber por el trabajo; interesarse por el quehacer diario de la pareja.
¡Fuera el aburrimiento! Tiene que haber proyectos, y sentido del humor.
Fuente: Tnrelaciones.com.
Tomado de www.eldiariony.com
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