Tomado de: http://manuelcarballal.blogspot.com
Criminología
En más de una ocasión he manifestado que es preferible ver a una mujer viva violada, a la que tuviera que asistir en mi despacho de forense, que estudiarla en la mesa de autopsias por haberse defendido de un violador. En toda violación hay un momento en que la vida de la víctima corre peligro de muerte, pues el violador, en la mayor parte de los casos, cuando actúa lo hace como un perverso sexual que puede ver peligrosamente potenciada su agresividad por la resistencia de la mujer. En él prima más el poder que el sexo, y cualquier resistencia que tenga que vencer le estimula en su patología cada vez más y más, en la búsqueda insaciable de un placer que no llega.
De todas las violadas a las que tuve que estudiar en la mesa de autopsias resalta el caso de una mujer de dieciocho años cuyo cadáver fue abandonado a varios metros de la carretera con múltiples lesiones traumáticas que tuvieron que ser minuciosamente estudiadas, ya que, cuando el violador fue detenido, adujo que ella, al asustarse, se tiró del coche en marcha (como años más tarde haría otra muchacha violada, si bien en este caso, afortunadamente, la víctima no murió, aunque resultó con importantes lesiones en las nalgas, que se arrasó al caer aceleradamente sobre el asfalto tras saltar desde el portaequipajes del coche para salvar su vida). La autopsia de la primera víctima puso de relieve que las lesiones no eran por caída, ni por caída acelerada, aún cuando sí hubo arrastre, ya que ella en su resistencia impulsó al agresor a apartarla más de la carretera para que sus voces de auxilio no fueran escuchadas por ningún otro automovilista. Las lesiones perigenitales eran muy explícitas, pero no por penetración ni desfloramiento, sino por vencer la resistencia que con los muslos cerrados ofreció la pobre muchacha. Además, fue golpeada repetidamente con piedras que llegaron a desfigurar su cara, acto cuyo objeto era retrasar o imposibilitar su identificación. Todo ello, junto a la sangre y el destrozo de los vestidos y la ropa interior, daba al cadáver el aspecto patético de haber mantenido una lucha dramática, que mantuvo no sólo para defender su honestidad, sino también su vida.
La diferenciación entre una violación seguida de muerte y un accidente de tráfico no ofreció grandes dudas, aún cuando hubo que afinar en el diagnóstico diferencial. En aquella época no se realizaba aún el análisis de ADN en el semen, lo que ha supuesto un gran avance, hasta el extremo de poder establecerse grupos distintos de semen cuando es más de uno el violador, de manera que es posible adscribir incluso cada ADN a cada sospechoso.
Al hablar del perfil psicológico del violador debería más bien decirse de los violadores, ya que no existe un solo tipo de agresor sexual, sino que la figura comprende un amplio espectro de conductas desadaptativas y agresivas ante la mujer. Cuándo ésta agrede al varón, hecho más frecuente delo que podría creerse, forma parte de otro gran capítulo de la psicopatología sexual.
Existe un primer tipo de agresor sexual: el violador ocasional, que es una persona convencionalmente normal, pero que en una determinada circunstancia y ante una mujer bien diferenciada, y casi siempre desconocida, bajo los efectos del alcohol en la mayoría de las ocasiones, no pone en marcha sus frenos inhibitorios noéticos y da salida a un acto violento en forma impulsiva e incontrolada que no suele repetir. Estos sujetos se reinsertan con facilidad y no suelen suponer un gran riesgo social, exceptuando el hecho aislado y ocasional a que dieron lugar de forma totalmente imprevisible incluso para ellos.En segundo lugar se encuentra entre los violadores el débil mental u oligofrénico, que, por su situación de hambre sexual, busca a la mujer para dar salida a sus impulsos, no importándole quién ni dónde sea, ni siquiera si la víctima es una menor, lo que facilita las cosas, ya que con la mujer hecha y derecha siempre se encontrará en inferioridad de circunstancias, no físicas, por supuesto, sino en la propia dialéctica de los sexos, en que siempre será vencido. Estos sujetos suelen dotar a sus violaciones de una especial hostilidad ya que en ellos el acto se carga de venganza, pues en no pocas ocasiones la mujer se ha reído de él y le ha llamado tonto, lo que vivencia el débil mental como una espina irritativa, nebulosamente concienciada, que le hace dolerse ante la afrenta de ser despreciado.En íntima relación con el segundo grupo se encuentra el perverso sexual, personalidad psicopática de gran resonancia social y criminal. Hay que distinguir el cuadro puro con los del débil mental disarmónico de carácter psicopático y del psicópata sexual con escasa dotación intelectual, mezcla que, cuando se da, aumenta de forma importante la peligrosidad del violador, ya que el perverso sexual busca encontrar en la fuerza empleada contra la mujer la seguridad de su sexualidad precaria y pobre, ante la que necesita autoafirmarse. Esta es la razón por la que la resistencia de la mujer estimula su agresividad, siendo éste el motivo del alto riesgo del perverso sexual, en el que los elementos sádicos determinantes de sus actos no son superdisponibles, propiamente, a la violencia vindicativa del oligofrénico, aunque en algunos casos puedan darse de forma conjunta y mezclada.
Un caso realmente sugerente fue el del "violador del antifaz", un sujeto de veintiocho años de edad, estudiante todavía de tercer curso de Físicas y portador de un estrabismo, circunstancia que le acomplejaba en peculiar manera, aun cuando fue operado en la infancia y sometido a psicoterapia. Esta, ciertamente, no le sirvió de mucho, ya que ocultaba sus auténticos problemas al terapeuta, el cual ponía todo su acento en la separación de los padres como causa de sus alteraciones psicopatológicas. Su ansiedad e inmadurez le llevaban al extremo de asaltar a mujeres con una navaja en búsqueda de un coito rápido, fugaz y temeroso, refugiado tras una máscara hecha con unas bragas y cubriendo sus manos con guantes.José Luis era básicamente un sujeto que sufría un trastorno histérico de la personalidad constituido por una afectividad superficial e inestable que necesitaba de constante aprecio y notoriedad. Ello aportaba a su conducta un marcado carácter teatral, que le facilitaba la neurotización de su comportamiento al someter su personalidad a tensiones emocionales.La peculiar relación con la figura tutelar femenina impidió la maduración de su sexualidad, fijándola en un estadio infantil en el que vivenciaba el sexo opuesto como algo hostil, castrante y temeroso. Así se entiende el valor simbólico de su antifaz, los guantes y la navaja, y podemos comenzar a entender la dinámica de sus actos, pues sin la interpretación psicodinámica todo resultaría incomprensible y aberrante.
El fetichista utiliza objetos que le puedan estimular sexualmente, pero en este caso no sólo le excitaban los fetiches, sino que además, los integraba en sus actos. Nos estamos refiriendo a las bragas que utilizaba en los hechos como antifaz, y que el informado refirió como de una muñeca. Sin embargo, en realidad el uso de esa prenda se correspondía con un travestismo fetichista, pues eran las bragas de la madre, con la que se identificaba hasta esos extremos, de tal manera que solo podía realizar el acto sexual a través de la vagina materna. Por supuesto, esto no suponía que realmente la prenda perteneciera a la madre, bastaba con que José Luis la vivenciara como tal, por supuesto a nivel inconsciente. Ahora bien, todo ello tenía un precio muy alto: no sólo la neurotización de su personalidad alterada, sino también su aversión al sexo, razón por la que utilizaba los guantes, ya que el sexo, en su fuero interno, era algo antiético, lo que explica que su sexualidad fuera pobre y escasa, salvo cuando utilizaba la violencia.No tenía novia, no "conocía" a la mujer en el sentido bíblico y de forma global, y sus masturbaciones eran muy escasas y carentes de orgasmo en muchas ocasiones. Todo ello suponía que, psicopatológicamente, fuera impotente y precisara un falo auxiliar, la navaja, la cual le permitía el acceso rápido, más o menos completo y violento, a la mujer. Sin el arma blanca no hubiera podido mantener una erección suficiente para la sexualidad, que él vivenciaba no como donación y entrega, sino como autoafirmación, para lo que precisaba la vagina de la madre y un falo auxiliar. Y todo ello, por supuesto, con la falta de erección íntima que suponía la práctica de sexo, del que se alejaba con los guantes, pues sin ellos la vivencia sexual hubiera sido muy próxima y contaminante, pero en su caso la más peligrosa de las contaminaciones sexuales: la madre. La caricia de la pareja con las manos había perdido todo significado de aproximación y contacto; la sola idea desencadenaba en él un peculiar rechazo.
El perverso transforma la dialéctica sexual (medio para alcanzar el pleno encuentro de la pareja) en un fin, ya que el encuentro para él es la lucha, el dominio y el poder; nunca la entrega ni la donación del amor. De ahí que estos sujetos, al igual que los débiles mentales, sean difícilmente resocializables, y que sólo pongan fin a su carrera de sexo inútil y violento con la edad, la cual, por razones obvias, atempera sus impulsos sexuales, ya de por sí pobres y escasos. Esta es la razón por la que tantas veces precisan el estímulo del alcohol, las drogas o, lo que es más peligroso, el grupo, que potencia el anonimato, la regresión, y por tanto el primitivismo y la barbarie.
Últimamente ha hecho su aparición otro tipo de violador que parecía superado en la historia de la humanidad. Ello se debe a que el hombre, a pesar de la cultura y la civilización, no ha terminado de despojarse de sus mitos, del miedo a lo distinto, a lo diferente, a lo nuevo, del misoneísmo de nuestros clásicos y de la xenofobia. Así, ha vuelto a aparecer entre nosotros el violador fanático, esta vez en Bosnia. Y es que el racismo, cuando llega a sus últimas consecuencias, llega también a la violación para lavar la raza y la sangre, cuando puente a lo monolítico, a lo estable, a lo permanente, a través de la idea sobrevalorada de la raza pura, criterio bien alejado, por supuesto, del rapto de las sabinas y del mestizaje como expresión de apertura y progresismo.Todo lo anterior permite contemplar al violador como negador de la libertad, elemento esencial del encuentro, del trato-con, del contrato sexual y amoroso de la pareja, y en su negación van a influir no sólo factores tóxicos, sino también de inteligencia, de emoción alterada, y socioculturales, de intolerancia y racismo.
Se habla últimamente del aumento de las violaciones, hecho que supone una contradicción con la mayor libertad sexual de estos últimos años. Ello me llamó la atención ya en mi época ibicenca; la posibilidad de mantener relaciones amorosas con las turistas no era difícil y, a pesar de ello, una muchacha de la isla fue salvajemente violada por un payés que le puso un saco en la cabeza para que no le reconociera, la ató con cuerdas las extremidades a los arbustos del lugar y, en su precipitación, la hirió en el vientre con la navaja que llevaba al romperle las bragas para penetrarla. Después del forzamiento se fue por el monte, escondiéndose por miedo de haber sido reconocido. De madrugada llegó a la ciudad y esperó, escondido en las escaleras del Juzgado, a que éste abriese para entregarse, huyendo de sus vecinos, que sabía le estaban buscando, y a los que temía con razón, pues el precio de la violación era allí muy alto, como en las prisiones, precio que aumenta en relación directa con los valores de la defensa del honor ultrajado.Es decir, que, a pesar de las grandes posibilidades que ofrecía Ibiza para la relación sexual en cualquiera de sus formas, ello no evitaba la violación; es más, es posible que la incentivara, pues, como he dicho, se trata de una lucha, en la que no hay donación, sino que, en el encuentro sexual, prima el poder y, por tanto, la pérdida de la libertad del otro, de modo que cualquier circunstancia externa que favorezca la libertad de la mujer aumenta el impulso a la agresión.
Es estos últimos años se ha producido un hecho de gran trascendencia, que ha tenido su reflejo no sólo en un aumento de la violación, sino en la alteración de las pautas de comportamiento de la pareja, y es que la mujer ha logrado su plena libertad, no por causas políticas, religiosas, económicas o sociales, sino precisamente a través de la medicina; y es que, por primera vez en la historia de la humanidad, la mujer ha podido controlar la natalidad a su antojo, a través de anticonceptivos. Y no me refiero a los preservativos, cuyo uso supone la aceptación voluntaria por parte de los dos componentes de la pareja, sino a los prostágenos, que puede utilizar ella cuando quiera, con conocimiento o no del varón, que ya podrá esforzarse lo que quiera en "preñar" a su compañera, que si ella no lo acepta y no deja de tomar los anticonceptivos todo será inútil. Es decir, actualmente es ella la que aceptará o impedirá su natalidad, que era el gran temor de las mujeres de generaciones anteriores y la amenaza que esgrimía el varón ante las actitudes de la mujer; ello, además, le ha permitido ser igual que el varón, tener o no descendencia a su antojo y desentenderse de las posibles consecuencias de un coito, de la gran amenaza del embarazo que tanto frenó a nuestras abuelas.
Al fin, la mujer es libre, pero no gracias a las ideologías, pues son más bien éstas las que han cambiado gracias a la medicina. Y digo gracias porque la libertad siempre debe perseguirse y utilizarse en aras de la autenticidad de la realización del sujeto como persona. Pero esta libertad de la mujer, evidentemente, no es tolerada por el violador, que en el fondo es un machista frustrado, impotente y degradado.Los anticonceptivos han permitido a la mujer ser más activa sexualmente, y por tanto olvidar sus temores a las maternidades no deseadas, pudiendo así dedicarse con más plenitud a un sexo más gratificante para ellas, lo que les estaba vedado. Esta actitud asusta mucho a los hombres, ya que pierden la dirección del encuentro y no aceptan que la verdad del mismo no radica en la imposición machista o hembrista, sino en la unión libre, total e íntima de la pareja, lo que supone, sin duda, el gran hallazgo de estos años. La negación de tal hallazgo lleva a la impotencia y a la frigidez, y ello a la perversión sexual y a la violación, como acto compulsivo de un poder erotizado sustitutivo del auténtico amor.
La perversión sexual, por tanto, es aquella que no sigue los elementos constitutivos formales de la función, en este caso la sexualidad, que no solo es procreativa, sino también de proyección, protectora de la descendencia y de la comunicación interpersonal; debe ser íntima, completa y libremente aceptada por los dos miembros de la pareja. De ahí que la pedofilia (la relación sexual con niños) sea una perversión psicopatológica, pues el impúber no es aún libre para aceptar las maniobras a que, por definición, es forzado, violencia a la que se unen el miedo, el asco y no pocas veces el dolor, por razones obvias.
La pedofilia es por tanto uno de los trastornos psicosexuales más profundos y graves, ya que la atracción por los niños suele adoptar un carácter progresivo. La relación con la mujer adulta conlleva un tipo de comunicación dialéctica que el pedofílico es incapaz de sostener y ante la que se siente inferior, inferioridad que se expresa en forma de impotencia. La niña o el niño (pues también se da la pedofilia homosexual), al no "exigir" condiciones completas de virilidad y potencia en la relación, "permiten" al perverso realizar un tipo de acto sexual pobre, vicariante e incompleto, elementos que le autoafirman en una supuesta hipersexualidad que, sin embargo, es primaria, regresiva y de excasa dotación. Es precisamente por esta precariedad por la que el pedófilo adquiere su alta peligrosidad, haciéndole entrar en una trágica escalada en que cada vez busca mayores estímulos para obtener algún tipo de respuesta. Así, no es extraño que inicie su actividad por la más inocente de las sexopatías: la exhibición de los genitales, que se inicia con mujeres para continuar con niñas, pues las primeras terminan por no asombrarse, asustarse o asquearse ante esa exhibición patética, ridícula y decadente del pene.En esta primera fase de auténtico anonimato sexual, en la que incluso la relación es apersonal, pues no existe más contacto que la mirada a la que pretende erotizar el exhibicionista, el riesgo para la víctima es mínimo. Pero como los fines no suelen conseguirse, se suele dar un paso más, que lleva al acoso sexual y a los tocamientos para, mediante esta parodia de propaganda, autoconvencerse de sus grandes dotes sexuales. Ante el fallo de la propaganda, se pasa ya al acto de la fuerza, pues la violación es la erotización del poder, el cual sustituye a un falo y exige el estímulo del dominio ante su escasa respuesta sexual. De la violación de la mujer, cada vez menos asequible a estos sujetos castrados por la imagen de la vagina de la hembra adulta, se pasa a la búsqueda de una nueva víctima sin riesgo de castración y en fase asexuada, como es la niña, con la que se intentan actos más violentos que libidinosos.La muerte de la víctima, cuando surge, no es inicialmente buscada, pero tampoco rechazada. Forma parte de la parafernalia dramática del pedofílico, cuya "conciencia social" no le permite dejar testigos de su precaria actuación, pues en el fondo su pobreza sexual le avergüenza y humilla.
La biología, que no la ley, impone su norma a estos sujetos, ya que su escasa dotación sexual acelera precozmente su final en una tragicómica andropausia, y esos embriones sexuales que venían manteniendo desde hacía tiempo acaban en un marasmo sexual que limita su conducta libidinosa. Conviene resaltar, no obstante, que estos pedofílicos no son superponibles al llamado coloquialmente "viejo verde", que es otro personaje, tanto en su origen y motivaciones como en su comportamiento.
El último paso que se da en esta escalada de la perversión es la necrofilia, en la que el perverso ya no busca ningún tipo de respuesta, es más, no la desea, se relaciona con el cadáver en un inútil esfuerzo final de convencerse a sí mismo de su gran potencia sexual. Las referencias que me aportó "el Arropiero", uno de los criminales más carismáticos de España, eran alucinantes; en algunas ocasiones afirmó haber mantenido relaciones sexuales con sus víctimas mezclando en un infernal carrusel la homosexualidad de cualquier tipo, la violación, el sadismo y la necrofilia.
VALORACIÓN PENAL DEL VIOLADOR
Creo importante que exista la posibilidad de incentivar a los reclusos con la obtención, lo más pronto posible, de su libertad, o incluso que puedan disfrutar, en su auténtico significado, de permisos ocasionales de fin de semana, pero cuando ello sea un beneficio del que haya que hacerse acreedor, no un cumplimiento sistemático de carácter administrativo, y por supuesto en presos comunes, pues, aunque esto parezca un contrasentido, el violador, el pedofílico y el sádico no son nunca presos comunes, aun cuando sean responsables de sus actos. Y no son comunes porque su reclusión debiera considerarse no como una pena, sino como un tratamiento. O, al menos, y cuando ello no sea posible, como una prevención, pues las posibilidades de reincidir son muy elevadas.Según mi experiencia personal con más de ciento noventa sexópatas o sexodependientes delincuentes, reinciden más del 77 por ciento, descendiendo esta posibilidad al aumentar la edad, la cual constituye un importante factor de riesgo en relación inversamente proporcional con la peligrosidad, junto a otros supuestos que hay que valorar: cociente intelectual, valencias psicopáticas, consumo de drogas, familia cohesionada o no, disposición futura de la pareja, etc.
Las consideraciones anteriores suponen, en definitiva, que, aunque el delincuente sexual no sea en sentido estricto un enfermo mental, sí precisa ser sometido a tratamiento, al igual que el drogadicto, incluso contra su voluntad, pues su enfermedad es la patología de la libertad. Los Estados parecen no estar por esta labor, y creen que es más económico dejar que los delincuentes evolucionen a su aire o privarles compulsivamente de libertad que tratarles, aunque en la mayoría de los casos sea un intento inútil.Ello quiere decir que los permisos de salida, las libertades, los podrá obtener el sexópata cuando su trastorno lo permita, y no antes, aun cuando conozco la inquietud de los juristas ante la indeterminación de la pena. Y es que precisamente a estos sujetos no se les debe considerar como reclusos comunes. De ahí mi afirmación anterior y, por supuesto, añado que a la patología no se le puede fijar un tiempo; ello es absurdo, como sería absurdo cuantificar el tiempo que debe durar un tifus o una tuberculosis. Sin embargo, la ley cuantifica en tiempo una condena con la que se pretende serenar las conciencias, aunque ello permita dejar en libertad a asesinos que reincidirán en su conducta criminal.
Así, es preciso modificar la ley, para que los jueces, los magistrados y la sociedad en general no caigan en la trampa de sus propias normas, viéndose obligados a dejar salir a estos reclusos a la calle de forma prematura y cuando aún no están en condiciones para ello. Esta situación, además, pone de relieve un viejo dicho de la psiquiatría forense, y es el de que en épocas normales el psicópata está controlado por la sociedad, mientras que en épocas de crisis es la sociedad la que se ve manipulada por los psicópatas, siendo tal vez ésta la razón por la que parecen haber aumentado estos delitos en los últimos tiempos, ya que los autores no están suficientemente custodiados y tutelados por la ley, que les concede beneficios que no están en condiciones de disfrutar.Los beneficios penitenciarios no deben darse sistemáticamente, sino de forma estudiada y meditada, particularizando y personificando cada paso a través de un estudio pormenorizado a cargo de un grupo de expertos que, como ya he referido en otras ocasiones, debería estar compuesto de un psiquiatra, un psicólogo, un criminólogo, un sociólogo, un educador y un penalista. Estos emitirían un juicio de valor sobre la peligrosidad psicosocial del interno y lo remitirían al juez, el cual a su vez estaría asesorado por el médico forense de su Juzgado.Este sistema reduciría el riesgo de la reincidencia y evitaría conceder la libertad a todos aquellos sujetos que no han conseguido su propia liberación (aunque, por supuesto, el acierto o error no llegaría nunca al 100 por ciento), pues, en definitiva, cada hombre debe ser el hacedor de su propia historia, la cual debe enmarcarse en un contexto ético, maduro y libremente aceptado. Los propios gobiernos deben favorecer estos procesos a través de instituciones adecuadas, bien dotadas y gestionadas, sin caer en ese eufemismo estúpido de nuestra actual sociedad que concede la "reducción de penas por el trabajo", cuando no es el sitio más adecuado para el establecimiento del ocio enriquecedor, sino que más bien es allí donde surgen precisamente gran número de las alteraciones conductuales por la patología del ocio, las cuales hacen oscilar a los presos entre la exaltación incontrolada y el tedio desolador cuajado de depresivo aburrimiento.
LA VIOLENCIA FEMENINA
Es cierto que la violencia de la mujer hacia el hombre es excepcional y jurídicamente indemostrable, como las denuncias en dos ocasiones distintas que sendos padres de muchachos débiles mentales hicieron sobre sus vecinas, a las que acusaron de haber violado a sus hijos, en un auténtico abuso de la libertad sexual, al entender que la condición patológica de sus hijos, con índices intelectuales precarios, no les permitía conocer, discurrir y futurizar el alcance del coito al que les había lanzado esas dos mujeres, ya maduras y no muy agraciadas.La otra violencia, que no violación, de la mujer sobre el varón, es más habitual de lo que podría pensarse, y no me refiero al acoso sexual a que a veces se ven sometidos algunos hombres, sino a la violencia que supone muchas veces el ejercicio de la "vagina dentada", que castra psicológicamente al varón, le maltrata o le hiere, dando lugar a secuelas emocionales difíciles de superar y que a veces se realizan de forma especialmente cruel a través de la ironía, la risa, la humillación o el rechazo, con esa sutileza que tantas veces tiene la agresividad femenina. No en balde las grandes envenenadoras fueron siempre mujeres, conocedoras de los efectos tóxicos delas plantas y los fármacos.Por supuesto "la vagina con dientes" es un término psicodinámico, y es también psicodinámica la interpretación de la castración masculina a manos de la mujer, lo que sólo excepcionalmente trasciende a los tribunales de justicia, salvo en aquellos juzgados de familia en que se tramitan los problemas de la pareja. Aun así, el hombre, avergonzado de su situación, difícilmente denunciará una circunstancia que sólo suele quedar en el secreto del despacho del psiquiatra. La sutileza de este tipo de castraciones es tan inaparente que incluso pasan desapercibidas para las propias mujeres castradoras, desconocedoras tantas veces de sus propios actos, de sus intenciones y, por supuesto, de los resultados. El caso más frecuente es, quizá, el de la castración materna, situación de la que muchos hijos son incapaces de salir, de manera que permanecen castrados incluso en edades avanzadas, llegando así a la Gran Madre, la Tierra, que al final recibe los restos de su hijo inmaduro y dependiente.
Dr. Jose Antonio Garcia Andrade
Vicepresidente 2º CIAC
Nota:
José Antonio García Andrade es titulado en Pediatría, Cirugía General, Tisología y Medicina Forense y profesor de Psiquiatría Forense en la Universidad Complutense hasta su jubilación, es el especialista más veterano y reconocido de Medicina Forense en España.
José Antonio García Andrade es titulado en Pediatría, Cirugía General, Tisología y Medicina Forense y profesor de Psiquiatría Forense en la Universidad Complutense hasta su jubilación, es el especialista más veterano y reconocido de Medicina Forense en España.
Para más información, consultar sus obras: "Lo que me contaron los muertos" y "Crímenes, mentiras y confidencias".
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