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martes, 10 de julio de 2007

El chico que no logró olvidar


GALIA GARCÍA-PALAFOX

Había pasado más de un año desde esa noche que parecía haber quedado atrás. La noche en que David Ritcheson fue golpeado, quemado y sodomizado en un fiesta con un tubo de PVC por dos adolescentes anglosajones, uno de ellos un skinhead, que durante el ataque gritaban "White Power!" y lo llamaban "wetback" y "spic".

Habían pasado los meses en que permaneció en el hospital inconsciente. Había pasado el juicio contra sus agresores y la vergüenza de aparecer en público.

Había vuelto a la escuela y estaba cerca de graduarse. Más aún, había dejado, por decisión propia, de ser una víctima para convertirse en héroe y activista. En enero de este año, habló frente al comité de La Liga Antidifamación (ADL) y en abril se presentó frente a un subcomité del Congreso federal y describió su experiencia.

"Recuerdo cuando desperté en el hospital con muchas emociones, incluidas el miedo y la incertidumbre. Más que nada sentí una humillación inexplicable", dijo frente a los legisladores en un discurso en el que describió los golpes y las quemaduras que recibió una noche de abril de 2006 en una casa en el barrio Spring, pero omitió los ataques de sodomía.

Poco después de esta comparecencia apareció en varios medios de comunicación, sin importarle dar su nombre y mostrar la cara. Ritcheson iba camino a convertirse en la figura de la lucha nacional contra los crímenes raciales y de odio.

Aunque las leyes de Texas no permitieron que sus atacantes fueran juzgados por un crimen racial, para él, para sus abogados y para ADL era claro que lo era. Por eso David habló frente al Congreso.

En un año no todo había pasado. Las heridas físicas seguían presentes; su cuerpo aún no funcionaba a toda su capacidad. La 'letra escarlata' en el pecho donde sus atacantes intentaron grabar una esvástica con un cuchillo le recordaba los hechos de la noche de la que él recordaba pocas cosas.

Pero el domingo 1 de julio, cuando Ritcheson perdió la vida, quedó claro que ese episodio no había quedado atrás.

La noche del 22 de abril de 2006, Ritcheson, que entonces tenía 17 años, llegó con su amigo Gus Sons y otros dos jóvenes, David Tuck y Robert Turner, a casa de Sons después de asistir a un festival de crawfish.

Alcohol, xanax, marihuana y cocaína amenizaban la noche. Ritcheson intentó besar a la hermana de Sons, de 12 años, a lo que los otros dos jóvenes respondieron noqueándolo y sacándolo al patio de la casa, golpeándolo a puntapiés con sus botas de punta metálica. Lo quemaron con cigarrillos en la frente y otras partes del cuerpo, lo cortaron y lo sodomizaron con un tubo de PVC de una sombrilla de jardín. Para no dejar huella lo rociaron con blanqueador y lo dieron por muerto.

No murió entonces, pero tuvo que pasar más de tres meses hospitalizado y ser intervenido quirúrgicamente en decenas de ocasiones. Dio la batalla por la vida en el hospital y contra la humillación en la corte, en donde se presentó a declarar en el juicio contra Tuck y Turner.

Parecía estar superando toda esa pesadilla, hasta que el 1 de julio pasado se lanzó al mar desde un crucero en el que viajaba de Galveston a Cozumel (México) con dos amigos y los papás de uno de ellos.

Su cuerpo fue rescatado por salvavidas del barco y llegó a Galveston el jueves 5 de julio.

Su muerte sorprendió a todos. "Lo que sucedió finalmente salió a la superficie", dijo su abogado Carlos León. "David fue muy bueno haciéndonos creer que estaba bien. No quería que sintieran pena por él". Según el fiscal Mike Trent, "le apenaban algunas de las cicatrices y sus enfermedades fisicas, pero pensé que habia resuelto usar la atencion para hacer algo bueno". Ritcheson, que se negó a recibir terapia psicológica en todo momento, quería continuar con su vida.

La vida antes del 22 de abril

Antes del ataque que marcaría su vida, Ritcheson era un estudiante promedio en Kline Collins, una típica preparatoria en los suburbios de clase media en la que 65% de los estudiantes son anglosajones y sólo 19% hispanos.

Si algo definía a Ritcheson era su popularidad. Él y su ex novia Tina eran una de esas parejas sociables y reconocidas, siempre rodeados de amigos. Aunque en algún momento asistió a una escuela para jóvenes con problemas de disciplina, en la escuela lo veían como un chico amiguero y detallista que le llevaba flores y globos a su novia y que fue el rey del baile anual.

Tras el ataque, perdió parte del grado 11, pero regresó a terminar la preparatoria. "Él nunca hablaba de lo que pasó. Era muy cuidadoso de eso", recuerda una vecina y compañera de escuela que pidió no ser identificada. Pero él sí lo recordaba. Un día, durante el semestre de otoño, Ritcheson la sorprendió en el pasillo para agradecerle las oraciones que ella y su iglesia hicieron por él.

Sus amigos lo olvidaron, "pero otros eran unos idiotas, los alumnos de nuevo ingreso hablaban de lo que pasó como si supieran", dijo la joven.

En su escuela Ritcheson iniciaba un proyecto para arrancar el programa 'Sin lugar para el odio', de la Liga Antidifamación. El olvido no era total; él quería ayudar. Su abogado, el fiscal y Martin Cominski, de ADL, vieron cómo la vergüenza dio paso al coraje y David decidió dar la cara en espera de que estos actos de odio no volvieran a ocurrir.

"Me presento ante ustedes como sobreviviente de uno de los actos de violencia y odio más asombrosos y malvados que este país ha visto en décadas", dijo David ante los legisladores al inicio de su discurso en Washington. "Me da gusto poder decirles que mis mejores días están por venir", terminó.

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