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jueves, 5 de julio de 2007

La esclavitud femenina

 
MALALAI JOYA vive esquivando la muerte. La quieren matar porque denuncia la presencia de traficantes, señores de la guerra y talibanes en el Parlamento afgano. También porque denuncia los crímenes contra las mujeres que en su país quedan amparadas por un sistema social donde la esclavitud femenina es un pilar hundido en el tiempo, en la costumbre, en el derecho del más fuerte y en la ideología religiosa. El último sábado, en Bilbao, un niño de ocho años llamó a la Ertzaintza. Su madre y el novio de su madre habían discutido y, sin ampararse en la ley islámica, el joven intentaba saldar la discusión a su favor empleando unos convincentes mamporros. Cualquier animal hace lo mismo. Es absurdo imaginar que sin un sistema fuerte de restricciones, basado en una moral social contraria al abuso, vayan a reducirse mucho los casos de individuos que ceden a la tentación o al impulso de emplear la violencia en su relación con otros seres humanos. Así se organiza la horda primordial, y genéticamente no hemos cambiado mucho desde la Edad de Piedra. Seguramente nada.

Ante este tipo de sucesos, echo mano del clásico de John Stuart Mill 'La esclavitud femenina'. Es asombroso que un libro escrito en el siglo XIX sea tan útil hoy y nos sirva no solo para ver el camino recorrido, sino para ver el que no hemos recorrido aún, y en ocasiones el que hemos desandado. La gente se asombra de que los agresores del fin de semana en Bilbao tuvieran 18 años (el caso mencionado), 33 (el hombre detenido en San Francisco por pegar a su mujer) y 32 (el agresor que fue a buscar a su ex pareja al hotel en que esta trabaja). Un fin de semana animado, una verdadera jaia, como puede verse. Pero estos jóvenes ¿no se han educado en la democracia y fuera del viejo machismo? No seamos hipócritas. Hasta las letras de rock gastan una mezcla de machismo y misoginia en la que muchos chicos sustentan su identidad masculina. La sociedad, en general, profesa un desprecio ostensible hacia los valores considerados femeninos, hasta tal punto que la conquista del espacio público por parte de las mujeres se ha saldado más bien con una 'masculinización' de ellas, y no con una saludable 'feminización' del grupo. «Las leyes y los sistemas sociales empiezan siempre por reconocer el estado material de relaciones existentes entre individuos», decía Stuart Mill. «Los individuos que en un principio se vieron sometidos a la obediencia forzosa, a ella quedaron sujetos más tarde en nombre de la ley». Esto es lo que pasa en Afganistán. En nuestra sociedad, por fortuna, los agresores ya no son amparados por la ley, sino perseguidos por ella. Pero las sociedades no cambian por decreto, aunque eso ayude un poco.
 

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