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viernes, 28 de septiembre de 2007

De la violencia a la paz

PROBLEMA COMPLEJO.

 

Jennie Barb

A Panamá, nuestra hermosa patria, no la ahogan los mares que la bañan, la ahoga la violencia. Este enemigo nos roba la esperanza y nos lleva a un clima de desasosiego y amenaza. ¿Qué nos está pasando? Los esfuerzos se diluyen en la magnitud del problema, lo que se hace parece no ser suficiente. Pero los que amamos a nuestro pequeño y próspero país, esperamos la llegada de mejores tiempos.

Los medios de comunicación sacan a la luz pública noticias aterradoras que nos llevan con desilusión a cuestionarnos sobre la fragilidad de la vida y la pérdida de valores. Entender la violencia no es sencillo. Es un problema multicausal, global, y transgeneracional. Una de las teorías que más explica la génesis de la violencia es la teoría del aprendizaje e introyección simbólica. En otras palabras, la violencia se aprende y se hace propia. El sufrimiento del niño o niña, víctima o testigo de violencia, produce alteraciones importantes que deforman su personalidad, su percepción del mundo y de sí mismos. Los niños violentados crecen con tantas maniobras de adaptación que se van separando de la coherencia del mundo y de sus sentimientos.

Viendo la violencia en una perspectiva global y multicausal, todos nosotros somos protagonistas: la cultura, el Estado, la sociedad y la familia. La cultura patriarcal establece la desigualdad entre hombres y mujeres, niños y niñas. El Estado, con otras prioridades y poca contención, carece de programas estructurados dirigidos a la prevención de los innumerables problemas sociales. La sociedad legitimiza comportamientos inadecuados que permiten el aumento de todos los tipos de violencia. En este atardecer surge la familia deformada por la cultura, el Estado y la sociedad. Una familia que por su propia disfuncionalidad de arrastre, no prepara a los hijos para una convivencia pacífica enmarcada en valores ético sociales.

Para generar ese cambio social que tanto queremos, debemos separar intereses individuales y políticos, ampliando nuestra perspectiva de análisis y aumentando nuestra conciencia ante el problema de manera proactiva, con metas concretas. Las letras plasmadas en acuerdos, leyes, resoluciones etc. deben empezar a cobrar vida. Por su propia multicausalidad, el problema de la violencia es muy complejo y por ende solucionarlo no es una tarea con resultados inmediatos. Si empezamos a cuidar nuestros niños y niñas hoy, podremos ver una sociedad más sana en 10 ó 15 años. Si empezamos a contribuir sabiendo que somos parte de un todo. Si aquéllos en posiciones de mando, aun en puestos políticos, se asesoran correctamente, sin discursos demagógicos, con un solo norte, hacer lo mejor que podamos por aliviar el caos social que nos mutila. Si los medios evalúan el impacto de los mensajes que mandan a través de sus programas de televisión, de canciones y noticias sensacionalistas que atentan contra la integridad. Si la prioridad no fuera el rating y las programaciones y producciones nacionales dejen de promover antivalores y chabacanería; hablaríamos de amaneceres. Pareciera utópico llegar a esta apertura de conciencia, pero juntos, con la ayuda de Dios, podemos transformar la violencia en esperanza y paz.

La autora es psicóloga, presidenta de la Fundación Unidos por la Niñez
Tomado de www.prensa.com

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