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lunes, 19 de noviembre de 2007

Más que bella, velluda

  
 
Lola Clavero
 
Los pelos en el sobaco vinieron después de la minifalda y la quema de sostenes como emblema de la mujer liberada. Durante la estación estival de tórridos calores y mínimos tirantes, era una seña de identidad entre las feministas que se preciasen, estirar los brazos en reivindicativo gesto para ofrecer el impactante espectáculo de sus velludas y sudorosas axilas. Por cierto sentido de la higiene y de la estética, renuncié a la moda del sobaco peludo a la intemperie como al feísmo de los jerséis enormes y comidos de bolillas imprescindibles para dar la talla de mujer progresista y combativa, lo cual me hizo sospechosa de pija y reaccionaria. Ser de izquierdas no era una simple cuestión de fondo, sino de formas y estaba visto que una mujer que vistiese como tal quedaba excluida de la tribu de las feministas de pro. Quién iba a decir que en un futuro las ministras socialistas servirían de modelos a las más exclusivas firmas de moda. Que incluso alguna hubiese de perder su cargo por tirar del presupuesto oficial para derrocharlo en ropa de marca. Y, sin embargo, hace tiempo que es así, que en nada desentona compaginar la ideología de izquierdas con la querencia a las boutiques y restaurantes de lujo. A partir de la era Felipe González y el yuppismo, los progres obtuvieron licencia para entender de vinos y perfumarse de Carolina Herrera sin que por ello se les pudiera acusar de pasarse al fascismo.
Para ser creíble al reivindicar la igualdad de derechos entre hombres y mujeres ya es lícito vestir de Roberto Verino y -lo que más me alivia- depilarse los sobacos. En nombre del olfato y el gusto, agradezco que el feminismo no esté ligado como antaño a la axila velluda por más que aún queden nostálgicos de esta estética caduca o defensores de la diversidad del encanto. Me cuesta trabajo creer que el sobaco peludo pueda ser en otras culturas objeto de atractivo femenino, como sostiene Horacio Eichelbaum en una polémica que mantenemos abierta desde hace un tiempo. Y puesto que aún no he procedido al sondeo oficial, rastreo en la literatura datos al respecto. Tanto Ovidio como el Arcipreste de Hita, a quien se le reconoce una clara influencia árabe, recomiendan la mujer de axila limpia aunque `algo mojadilla´. Más intransigente aún Catulo arremete incluso contra el sudorífero y pestilente sobaco de un varón, de quien asegura que lleva un macho cabrío debajo del brazo.
No obstante, si me remito a `La bestia rosa´, novela escrita en plena efervescencia de la progresía española, hallo a un Francisco Umbral que encuentra en las axilas pilosas de su joven amante dos metáforas de su pubis, lo cual le vuelve loco de pasión. En el mismo sentido, Juan Manuel de Prada describe los sobacos peludos de la mujer como anticipos del coño -léase por este o cualquier otro motivo su librito `Coños´ tan riguroso como hilarante-. Por su parte, García Pavón que se abstiene de opinar sobre la vellosidad axilar pone en su `Rapto de las Sabinas´ como no va más del sex-apple una muchacha de piernas muy velludas. Tanto me está pareciendo el gusto de los autores españoles por la vellosidad corpórea que estoy por proponer un congreso sobre `Pilosidades y Literatura´ o `Sobaco y Literatura´ o, quizá, dándole un toque más sociológico, `Sobaco y mujer; el feminismo depilado del siglo XXI´. Acepto cualquier propuesta sobre el fondo y la forma de este debate. Tal vez las gentes, por un erróneo sentido de la estética, estén malgastando su capital en clínicas que les proponen la depilación definitiva y mutilan así su verdadero encanto. Tal vez estén de más las ceras calientes y frías y esos aparatillos tan sofisticados que anuncian en televisión con los que unas señoras muy elegantes se afeitan el bigote y la barba y se haga canon estético eso de que la mujer es más bella cuanto más velluda. O tal vez no. Dejo al arbitrio popular lo que haga o no con sus vellosidades y me manifiesto a favor de la democracia capilar. Aunque íntimamente agradezco, más aún con este verano eterno al que nos conduce el calentamiento paulatino del planeta, que el sobaco peludo ya no sea emblema de la izquierda, del progresismo ni de nada. Que el feminismo, por impostura y decreto, no tenga que oler a zorruno.
 

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