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lunes, 11 de agosto de 2008

Madres e hijas: entre espejos y entrañas

 

 


Por Sara Lovera*
A Lucía Lagunes



La relación de una hija con su madre o de una madre con su hija suele ser una experiencia conflictiva, maravillosa, delicada y dificilísima. Es así porque se trata de una relación que funda cada vida femenina y la acompaña siempre, con sus luces y sus sombras, incluso después de la muerte de una de ellas", María Milagros Rivera Garretas, ex directora del Centro Duoda, catedrática de Historia Medieval en la Universidad Central de Barcelona.

¿Será  que los vínculos entre madre e hija van más allá del tiempo? Vínculos construidos de un calidoscopio de espejos deformantes, de ecos, de boomerang. Adquirimos los gestos corporales, los tics, el lenguaje que rechazamos en nosotras porque son calca de los de ella, la que nos supervisa desde el otro lado del espejo.
 
Amor y rebelión parecen inseparables de esta ligadura primera y esencial, siempre salpicada por la intensidad.
 
María Milagros Rivera, en un artículo publicado en el portal de Mujeres Hoy, un día de las madres, afirma que es de la madre  como aprendemos el orden del mundo. De ella aprendemos el habla, el nombrar  las cosas, y es con ella con la que construimos nuestra identidad.
 
La lengua materna es el principal legado que una madre le deja a su hija. Por eso las feministas nos volvimos contra la madre en los años de la emancipación: porque creímos que ella nos había engañado, transmitiéndonos el patriarcado, como decíamos entonces, y tuvimos miedo. Esto llenó de negativo la relación entre madre e hija, causando un sufrimiento enorme a las dos. 
 
La relación madre-hija se encuentra casi siempre en los límites; es indefinible e inalienable. Es mutante: transforma y se transforma en el tiempo. Cuando la madre se despide o envejece es necesario darnos la oportunidad de revisar esa relación.
 
Yo por las noches del fin de semana la miro dormir a mi lado. Escucho su respiración y agradezco al mundo que calla. Ella, mi madre me tatuó en el alma mi forma de hablar.
 
Con ella voy a las profundidades de mi psique para ir a mi lejana infancia, reconstruyo, miro las fotos, me veo creciendo o detenida en el tiempo. Descubro lentamente mis canas, de la que ella tiene llena la cabeza.
 
Las feministas de los años 70 al saber, intuir o analizar, que de ella, de nuestra madre o de la mujer que ocupa el mismo lugar simbólico, heredamos la identidad. De ese modo rechazamos paradójicamente ese aprendizaje y a veces el amor, ese primero, formativo.
 
Lo digo sin sublimar el papel materno o de quién ocupa ese lugar, en cualquier etapa de nuestra existencia. Y nos guste o no, lo que aprendimos de ella, con nuestra madre, forma parte del bagaje fundamental para saltar a la conciencia y al movimiento político de las mujeres.
 
Yo la amo. Con ella converso, ambas hacemos recuerdos, de mí y su infancia. Me confunde con su madre, porque ya, a estas alturas, estamos fundidas en, una, nuestra  historia de  mujeres. Y esas son las luces entretejidas en una larga e inmensa onda luminosa. Y como dice Luisa Murano en su libro El Orden Simbólico de la Madre, de ella aprehendemos el sentido del mundo, que ordena  las paradojas de la vida y también en las complicaciones y contradicciones de la realidad que nos rodea.
 
Se llama la entraña, porque suele ser ella la que al enseñar a hablar a sus hijas e hijos, humanizándonos desde que nos habla y nos piensa mientras estamos en su vientre, preparándonos para nacer.
 
Se sabe que hablar es un proceso lento y sutilísimo. Yo pienso en Charo, mi madre, que me enseñó a hablar, y habla y habla infinitamente mientras recuerda cómo se hizo persona. Ese, ahora lo reconozco, es el principal disfrute de mi vida.
 
Con ella comparto desde mis primeros 3 años hasta las historias que me hicieron periodista. He querido reivindicar la relación con mi madre, en sus luces y sombras, pensando en mis amigas y sus madres. En esta generación a la que pertenezco que nos llena de angustia porque las estamos despidiendo lentamente, como todo en  la vida.
 
Es claro, ahora sabemos que el mundo de la hija no necesariamente coincide con el de la madre, ni tampoco con el que la madre imaginó para ella. Ni la hija es igual que su madre, aunque sea semejante a ella ya que las dos pertenecen al mismo sexo. Es en esta no coincidencia donde se cuela lo negativo de la relación de una hija con su madre. Y donde se cuela el miedo. Miedo a deshacer y deconstruir, sóricamente.
 
* Sara Lovera es periodistas. Este año cumplirá 40 de vida profesional. Es integrante del Consejo Directivo de CIMAC; corresponsal en México del Servicio de Noticias de la Mujer Latinoamericana y del Caribe (Semlac), comentarista en Antena Radio, forma parte de la mesa periodistas de Canal 21, el canal de TV de la Ciudad de México.
 

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