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viernes, 14 de septiembre de 2007

Escapándose de vivir

Por: Thilo Hanisch Luque

Hace ya unos catorce años, padecí de unos terribles calambres musculares en el abdomen por unos tres días. La razón no fue gimnasio ni ejercicio alguno. Tampoco padezco de hernias abdominales -al menos que yo sepa-, ni de patología gastrointestinal alguna asociada a dicho evento. La única hipótesis plausible era que días atrás había asistido a una obra de teatro llamada Taxi, protagonizada -entre otros grandes actores- por Diego Álvarez. Este actor haciendo de "loca" me hizo reír tanto, que se me cortó la respiración varias veces ese día -como si tuviera asma-, y mis músculos abdominales se contraían con tal violencia, que era como si hubiera hecho horas de flexiones abdominales una semana de seguido. Fue la última obra de teatro de este magnífico actor. Según la prensa, al parecer Álvarez se lanzó desde la ventana de su apartamento a principios de 1993, porque había perdido las ganas de vivir, por razones que a la postre sólo él mismo sabría valorar en su verdadera dimensión. Digo al parecer, porque alguna vez escuché también que se investigaba la hipótesis de un asesinato, que según entiendo, fue descartada. Pero más allá de toda motivación personal, este es un tema que siempre me ha impresionado y conmovido, como de seguro también a muchos de mis lectores.

El suicidio es un tema bien jodido. Las motivaciones de quienes deciden quitarse la vida son tan diversas como los seres humanos mismos. En algunos casos las causas para tomar tal decisión son menos claras que en otros. Alguna vez escuché por ejemplo que durante el período de la conquista, algunos grupos de indígenas preferían suicidarse en masa, que subordinarse al nuevo poder, y perder así su cultura y costumbres -por decir lo menos-. También me relataron el acto de suicidio heroico de Antonio Ricaurte -un prócer de la Independencia de Colombia y capitán neogranadino-, quien al verse asediado por tropas realistas, prefirió prenderle fuego a la pólvora de la casona donde se hallaba en ese momento, y la hizo volar pereciendo él y quienes le acompañaban en su lucha. Al parecer tal maniobra fue aprovechada por el Libertador Simón Bolívar, quien se hallaba cerca del lugar, para lanzar un contraataque, y con el cual reconquistó un lugar estratégico dentro del campo de batalla. También son famosas las leyendas de los Samuráis japoneses quienes se quitaban la vida ellos mismos -harakiri- para recobrar el honor después de perder una batalla. Más controvertidos aún -en este contexto- los kamikazes de la misma nacionalidad, o sea los aviadores japoneses de la Segunda Guerra Mundial que estrellaban sus aviones contra los acorazados norteamericanos, convirtiéndose a si mismos en los primeros misiles humanos contemporáneos, todo por la gloria del Imperio del Sol. Por supuesto están también los aberrantes y siniestros atentados terroristas suicidas -muchas veces con niños adoctrinados-, con la promesa de obtener a posteriori un lugar fijo en el cielo, dotado de cincuenta mujeres vírgenes a la entera disposición del atacante suicida. Y el suicidio asistido por una devastadora enfermedad terminal por ejemplo, cuyos alcances éticos y humanísticos escapan al objetivo de este artículo.

Además no me quiero desviar demasiado del tema. El suicidio al que me referiré hoy es más contemporáneo, y más ligado a causas existenciales internas del individuo, y no tanto externas. Se trata del suicidio del ciudadano común y corriente, sin motivos extraordinarios para querer morir, y que generalmente está ligado a causas más personales. Individuos como Diego Álvarez, que uno presupone exitosos y afortunados, y que uno nunca sospecharía que desean la muerte, para escapar de la vida. Individuos en cuyas vidas se da un complejo desencadenamiento de muchos factores desfavorables a la vez. Por ejemplo el caso de un drogadicto que pierde todo su entorno social, económico y familiar por el vicio. Aunque la droga sería el factor principal, sin duda alguna una persona que cae en la adicción, primero padece una serie de etapas decisivas antes del momento final. Puede empezar por perder el empleo, después quizás el apoyo familiar, y se queda solo. Y entonces sobreviene alguna percepción sobre lo inútil y grotesca que le resulta su propia existencia, agravada por la necesidad de satisfacer su dependencia, so pena de morir.

Pero no hay que ser adicto a las drogas para suicidarse. Están también las mujeres y hombres obsesionados compulsivamente con su apariencia física. La anorexia o la bulimia por ejemplo, que de hecho pueden desencadenar en dos tipos de suicidio, el lento, en el que la persona se consume por falta crónica de nutrición, o el agudo, donde le resulta insoportable su insatisfacción con su físico y se quita la vida de una forma más inmediata, quizás cortándose las venas, por ejemplo. Hasta en los Juegos Olímpicos se han suicidado los deportistas, cuando se descubre que estaban haciendo trampa por doping. No lograr las marcas y metas impuestas por la sociedad o por ellos mismos, puede ser causa de suicidio. También están los casos de los soldados que no aguantan ni la rutina ni la disciplina militar. Peor aún si hay maltrato por parte de un superior o sus compañeros de armas. Este es un problema internacional, aunque últimamente los medios han destacado varios casos lamentables sucedidos en Colombia. Algunas veces la sensación de aislamiento y de no encajar con el resto del mundo los llevará incluso a matar a otros, antes de matarse a si mismos. Y esto mismo exactamente, ocurre con los casos de los estudiantes norteamericanos que se llevan el revólver del papá al colegio o a la universidad, para ajustar cuentas con sus enemigos -generalmente otros estudiantes y profesores, o la ex novia-, antes de hacerlo con ellos mismos.

La verdad no tenía planeado este tema el día de hoy. Vivo en negación cuasi permanente de los problemas, y si escucho cosas negativas de la realidad nacional o internacional, o de algún amigo o familiar, trato al máximo de activar mis filtros o coladeras mentales para pensar en lo bueno, y no tanto en lo malo. Un mecanismo de defensa, supongo yo. Pero esta mañana leí en la Revista Semana un importante artículo titulado Acosado sin salida. Trata del suicidio de un joven ejecutivo de una multinacional, que según el testimonio de sus familiares y amigos más cercanos, no aguantó el acoso laboral de su jefe, y decidió quitarse la vida. La familia piensa llevar el caso ante los tribunales, e inculpar al jefe del occiso penalmente por su muerte. Probablemente no tengan éxito, pues según la misma revista, este no es un caso aislado, sino que ya se ha presentado con anterioridad no sólo en Colombia, sino en el mundo entero, sin que se lograra establecer una penalidad en el sentido jurídico de jefe alguno con el suicidio de sus empleados, por muy cínico que este jefe fuera. Y es que al leerlo me acordé de varios casos de suicidas, pero especialmente de uno. Se trataba de un niño de unos 13 años que perdió el año escolar. Yo conocí a su familia, y era completamente normal hasta donde me consta. No había familia disfuncional, ni maltrato, ni antecedente clínico alguno que hiciera sospechar este fatal desenlace. Probablemente el niño manifestó síntomas de depresión previos, pero nunca lo sabremos. La primera y última vez que yo lo vi, fue para dictaminar su muerte clínica. Mi colega de año rural efectuó la necropsia, legalmente exigida para poder elaborar el certificado de defunción, cuando se trata de una muerte violenta. Aunque ya todos sabíamos que se había colgado de la rama de un árbol.

Pero más allá de las dudas jurídicas, está la duda humana. Cuando una persona decide quitarse la vida, generalmente se lleva consigo pedacitos de alma de sus seres queridos. Más importantemente, deja el consabido sentimiento de culpa entre quienes le sobreviven. Algunos más ajenos al caso, quizás dicten "sentencia moral anticipada", señalando que un suicida es un cobarde, o un disidente de la lucha existencial, una persona falto de carácter, o algo así. También he escuchado opiniones según las cuales "hay que ser un berraco para atreverse a algo así". Personalmente me parece fútil juzgar al suicida -peor aún moralmente-, en un caso de éstos. Pero también me parece estúpido pensar en el suicidio como una especie de prueba de berraquerra. Me parecen inhumanas e inútiles tales apreciaciones, aunque respeto las opiniones divergentes en ese sentido. Lo cierto es que según los testimonios de la esposa del ejecutivo suicida, el trabajaba a deshoras por exigencias de su lugar de trabajo, y no dormía bien por el estrés de perder su empleo, y por ende el sustento económico de su esposa y sus dos hijas. Para los que no lo sepan, la deprivación del sueño -no dormir bien, o no dormir en absoluto- puede ser tanto o más grave que cualquier adicción a una droga, o antecedente de depresión u otros trastornos mentales. Y el ambiente ejecutivo puede ser mucho más estresante que una batalla del siglo XIX en el mismísimo Pantano de Vargas entre realistas y neogranadinos. Es un mal de nuestra era. Y si el jefe de este señor tiene así sea el más mínimo sentido de escrúpulos humanos -más allá de que sea culpable o no, pues como cualquier ser humano tiene derecho a la presunción de inocencia-, también debe estar preguntándose a sí mismo qué hizo mal, o cómo podría haber ayudado a evitar esta tragedia. Entonces, sin ánimo de juzgar este caso en particular -pues habría que conocer la otra versión y muchos otros datos relevantes-, haré una breve síntesis muy general de cómo son las personas en riesgo de suicidio, para poner un insignificante grano de arena, con la intención de ayudar a prevenir estas tristes muertes.

La escala Sad Persons

De antemano, ante cualquier sospecha de riesgo suicida, este artículo no es una guía de "hágalo usted mismo". Este es un tema de extrema seriedad y gravedad, y siempre debe acudirse a un médico especialista en psiquiatría, ante la menor sospecha. No interesa si esta sospecha se refiere a usted mismo, o a una persona cercana a usted. equinoXio y el autor de esta columna no son, desde luego, ni guía de tratamiento ni de referencia médica alguna. Su fin es informativo, única- y exclusivamente. Cualquier duda -por pequeña que sea-, deberá ser consultada directamente con un profesional de la salud, y no en esta columna, pues no sería ni ético, ni efectivo, ni legal, dar consejerías específicas a través de este medio. Por lo que de antemano advierto que no contestaré consulta médica alguna. Hecha la salvedad, la escala SAD PERSONS fue diseñada por algunos servicios de atención de urgencias médicas norteamericanos, para detectar, clasificar y prevenir posibles casos de suicidio con más efectividad. Esta escala básicamente maneja factores de riesgo para que se produzca el evento del suicidio. Así como el colesterol alto -de baja densidad- en la sangre o el hábito de fumar cigarrillo por ejemplo, son factores de riesgo para los infartos de miocardio, también existen ese tipo de antecedentes clínicos para algunas de las urgencias psiquiátricas más comunes. Un antecedente obvio, y factor de riesgo para el suicidio, sería una persona que habla de suicidarse. Así de sencillo. Con mayor razón también lo sería una persona que ya lo ha intentado en el pasado.

Pero ante todo esta es una herramienta, que puede servir o no, según el caso. Como tal hay que entenderla, o saber cómo fue concebida, en otras palabras. Existen antecedentes demográficos y clínicos -estadísticas locales- que es importante tener en cuenta. Las mujeres por ejemplo intentan más el suicidio, pero hay más hombres que logran morir efectivamente como producto de su intento. En parte ello se debe a que los hombres son más inclinados a usar métodos mucho más efectivos, como un arma de fuego, o ahorcarse. La mayoría de las mujeres -no todas, por supuesto, quizás prefieren envenenarse tomando pastillas, o cortarse las venas. Pero si estas últimas son detectadas a tiempo, a veces no llegan a un shock hemorrágico irreversible -o son desintoxicadas- y se salvan. Pero un tiro en la cabeza o dentro de la boca suele ser fatal todas las veces. Por supuesto, estos son datos estadísticos. En realidad pueden haber tantos métodos en un género como en el otro. De todas maneras según un estudio colombiano del Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses de 1996, de 1613 muertes por suicidio, 79% eran de hombres. El 35% de todas las muertes correspondía a jóvenes entre los 15 y 24 años. El 41% utilizó un arma de fuego, el 29% la intoxicación. Según el informe de la Alcaldía Mayor de Bogotá para las muertes por homicidio -el suicido se incluye en dicha estadística-, en el 2006 la tasa de suicidios habría bajado a menos de la mitad en la capital con respecto a 1996. Sin embargo ese informe fue muy cuestionado en el ámbito político -más que todo por los homicidios causados por terceros-, y no es representativo del país. De hecho en el 2005 hubo 1776 muertes por suicidio a nivel nacional, 149 mensuales.

Otros factores menos obvios, pero que hay que sospechar siempre e indagar, son el abuso sexual, el maltrato físico y/o psicológico, el entorno familiar -¿familia disfuncional?-, relaciones afectivas y de pareja -¿separación, engaño amoroso?-, la muerte de un ser querido, antecedentes de depresión, antecedentes de drogadicción, enfermedades mentales, enfermedades terminales, etc. Como lo decía al principio, las causas del suicidio son tan diversas como lo son los seres humanos, y por ende presento esta escala llamada "Sad persons" (en inglés: personas tristes) a modo de información e ilustración. Como fue concebida originalmente en inglés, algunas siglas no corresponderían en el idioma español. Si quieren profundizar en el tema de los factores de riesgo recomiendo el artículo del psiquiatra colombiano Luis Alberto Rodríguez, titulado Observando a través de la muerte.

Nótese que anexo la tabla para que los lectores se hagan una idea. Pero hay que tener criterio clínico y experiencia como médico para usarla. Por ejemplo, supongamos que tras la evaluación la escala detectara sólo un criterio positivo, digamos el de intentos previos. Eso daría tan sólo un punto. Un médico muy cansado o poco concentrado quizás mandaría al paciente a la casa con la recomendación de que haga una cita con un psiquiatra por consulta externa. Pero si el intento previo fue hace cinco minutos, no da lo mismo que si hubiera sido hace dos años. En ese caso sería indispensable que hubiere una evaluación psiquiátrica de inmediato, y probablemente evaluar el riesgo de que se repita el intento, antes de darle salida al paciente. Otro ejemplo: supongamos que el paciente abusa del alcohol u otras sustancias. Quizás está alucinando porque acaba de fumar marihuana. Según la escala no obtendría más de tres puntos. Pero obviamente hay que hospitalizarlo, no sólo por riesgo suicida, sino por su estado mental y la intoxicación. Si el paciente es conocido en la institución, y tiene un buen soporte de familiares que viven con él, eso también favorece positivamente sus chances de no cometer suicidio. Sin embargo vean el caso del ejecutivo nuevamente. Se suicidó en su casa con su familia, sin dar claros indicios de lo que haría. Cada caso por ende se valora de forma individual, y son muchísimos los aspectos a tener en cuenta. Y por supuesto, no existe un criterio infalible. Si lo hubiere, no habría tanto muerto por esta causa. El gran mensaje final es que es preferible pecar por exceso de sospecha, que por déficit. También debo anotar que habría que añadir al menos un criterio más, como abuso de drogas. Podría incluirse en el de etanol. Pero personalmente pienso que la adicción a dos o más sustancias simultáneamente es aún más grave que una sola. Si me pusiera a dialogar con otros colegas, sin duda alguna las críticas positivas y negativas a este tipo de clasificaciones abundarían, todas ellas con amplio criterio constructivo.

Ojo con los niños

Decíamos anteriormente que en el 2005 se presentaron unos 149 suicidios mensuales a nivel nacional. Ahora bien, de esos 149, 12 suicidas son niños de entre siete y quince años, y con el factor de riesgo mayor de la depresión como antecedente más relevante en estos casos, según un reportaje del periódico El Tiempo. De hecho otra nota, pero del portal web de Caracol Radio, confirmaba esta información y agregaba lo siguiente: "Máximo Alberto Duque [Director de Medicina Legal en esa época] explicó que no es un fenómeno extraño, ya que las depresiones infantiles entre los siete y quince años son frecuentes, ocasionando la fatal decisión de acabar con sus vidas. (..) El suicidio en menores de edad se da porque los niños viven los fracasos de forma más grave de lo que realmente es, sin encontrar vías alternativas de solución. Tienen más variaciones en el concepto de la muerte; piensan más en ella como un fenómeno reversible; viven el fracaso escolar como un fenómeno sin solución".

La escala SAD PERSONS fue concebida para adultos, por lo que en este caso, es mejor observar otros "signos de alarma", sobre todo cuando se trata de niños o adolescentes. Signos y síntomas tales como:

  • IRRITABILIDAD: Cambios del humor repentinos, o un niño triste con demasiada frecuencia, que llora con facilidad, o es incapaz de encontrar placer en cosas que antes si disfrutaba. Puede tratarse de una caricia, una comida o un juego, etc.
  • ESTADO FÍSICO: Sin motivos aparentes, ni explicación lógica, el niño vive cansado a toda hora, y sin motivo aparente -obviamente hay que tener en cuenta el nivel de actividad normal de ese niño en particular-.
  • ESTADO MENTAL: El niño manifiesta cambios en su forma de pensar o comprender los problemas cotidianos, que son una distorsión de la realidad. También puede manifestarse como un déficit en su capacidad para poner atención, y que no existía previamente.
  • OTRAS ANOMALÍAS: Como la alteración en los hábitos del sueño, del apetito, sintomatologías que no tengan una causa médica ni fisiológica aparente, como por ejemplo dolores de todo tipo, vómito, enuresis (que se orina en la cama mucho tiempo después de que ya había aprendido a controlar los esfínteres), etc.

Una última reflexión

Alguna vez leí -lo siento, no me acuerdo bien dónde- que la mayoría de suicidios asociados a estados depresivos se daban en la fase de recuperación, y no de recaída, como tendería uno a pensar. Por supuesto, puede ser en cualquier momento. Pero mientras no se esté seguro de que los seres queridos que padecen de trastornos afectivos están plenamente recuperados, es mejor no dejarlos solos. Mejor aún, pensemos mejor las consecuencias de nuestros actos, incluyendo lo que decimos y hacemos, tanto en el hogar como en el trabajo. Procuremos que nuestros hijos reales o del futuro ni sean víctimas ni victimarios, y que el rendimiento escolar, académico, estético, deportivo o económico, o de cualquier otro tipo, no se imponga a las más mínimas normas de convivencia y tolerancia. De seguro no sólo habría menos suicidios y homicidios, sino también un mundo por el que incuestionablemente valdría la pena vivir por siempre. Y claro, hay que esperar el segundo viento, como en la canción del video de Billy Joel que sigue a continuación. Lo crean o no, algo tan sencillo como que le digan a una persona afligida "Fresco, todos la embarramos. Siga adelante", puede salvar más vidas que un sedante mal colocado, a media noche, y en un congestionado y caótico servicio de urgencias médicas. Gracias por escucharme.

Dedicado a todos los que lo han padecido, de una forma u otra.

Tomado de www.equinoxio.org

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