Cómo enfrentar el miedo al quirófano
La exitosa experiencia de un grupo de profesionales de un hospital público en la contención y asistencia psicológica de quienes pronto deberán pasar por el quirófano. Es una tendencia mundial, aseguran.
Afrontar una cirugía, sea programada o de urgencia, es siempre una vivencia movilizante para el paciente.
Conscientes de esa situación de estrés, que muchas veces comienza con los primeros estudios, psicólogos y cirujanos del Hospital General "Dr. José María Penna", de Buenos Aires, trabajan en equipo para hacer prevención en adultos.
"No se trata del modelo de interconsulta habitual, sino que hacemos la oferta psicológica a partir del servicio de cirugía", afirma la licenciada María Mucci, coordinadora del equipo de Psicoprofilaxis Quirúrgica del Servicio de Salud Mental del hospital y directora del Programa de Actualización Interdisciplinaria, en el postgrado de la Facultad de Psicología de la UBA.
En el servicio, donde hay un alto porcentaje de pacientes oncológicos, las psicólogas comparten con los cirujanos el espacio de las recorridas de sala.
"Vamos con una médica clínica, un oncólogo, un infectólogo, una kinesióloga, una nutricionista y la jefa de enfermería de la sala correspondiente", relata.
Durante la presentación de los pacientes, observan y escuchan.
Esto nos posibilita ganar tiempo para hacer el intercambio interdisciplinario con relación a las preguntas que vienen de los jefes, las sugerencias de la médica clínica y de los residentes y las propias observaciones.
"Una vez que terminamos la recorrida --apunta--, las cuatro psicólogas del equipo nos dividimos para entrevistar a los pacientes".
Conscientes de esa situación de estrés, que muchas veces comienza con los primeros estudios, psicólogos y cirujanos del Hospital General "Dr. José María Penna", de Buenos Aires, trabajan en equipo para hacer prevención en adultos.
"No se trata del modelo de interconsulta habitual, sino que hacemos la oferta psicológica a partir del servicio de cirugía", afirma la licenciada María Mucci, coordinadora del equipo de Psicoprofilaxis Quirúrgica del Servicio de Salud Mental del hospital y directora del Programa de Actualización Interdisciplinaria, en el postgrado de la Facultad de Psicología de la UBA.
En el servicio, donde hay un alto porcentaje de pacientes oncológicos, las psicólogas comparten con los cirujanos el espacio de las recorridas de sala.
"Vamos con una médica clínica, un oncólogo, un infectólogo, una kinesióloga, una nutricionista y la jefa de enfermería de la sala correspondiente", relata.
Durante la presentación de los pacientes, observan y escuchan.
Esto nos posibilita ganar tiempo para hacer el intercambio interdisciplinario con relación a las preguntas que vienen de los jefes, las sugerencias de la médica clínica y de los residentes y las propias observaciones.
"Una vez que terminamos la recorrida --apunta--, las cuatro psicólogas del equipo nos dividimos para entrevistar a los pacientes".
Aceptación de la oferta
El grupo se presenta y le pregunta al paciente si tiene ganas de conversar acerca de por qué está internado, qué le pasa y cómo se siente.
De ese modo, se consigue un muy bajo porcentaje de rechazos.
"Esta es la diferencia que notamos con la interconsulta clásica, donde el psicólogo aparece por el pedido expreso de un médico o un enfermo", asegura la profesional.
Admite que en esos casos, por el contrario, el rechazo suele ser algo frecuente, ya que muchos pacientes preguntan: "¿Para qué vienen, si yo no estoy loco?".
Los altos porcentajes de aceptación les permiten, por ejemplo, mediar respecto de la información, enterarse si el paciente considera que el médico ha sido claro o si hay algo del diagnóstico o del procedimiento quirúrgico que le suscita dudas.
"También detectamos conflictos o situaciones de falta de redes de apoyo familiar o social", afirma.
Si la información es escasa o insuficiente, ellas hacen de puente entre el médico y el paciente y le piden al cirujano que le dedique cinco minutos más para esclarecer al enfermo.
Mucci reconoce las dificultades de comunicación que existen entre médicos y pacientes.
Dice que los ingleses tienen armado un protocolo para informar los diagnósticos y las indicaciones terapéuticas.
Esta serie constaría de seis pasos a seguir, uno en cada sesión, bien planificadas, donde se abordan preguntas y respuestas previstas.
Así, se brinda un tiempo de reflexión para que el paciente elabore la situación entre uno y otro encuentro.
De alguna manera, esto se está haciendo en el país en el Hospital Garrahan, adecuado al trabajo con los padres y con los chicos.
"Hay que pensar que, a veces, los niños pasan un largo período en una lista de espera y hay que hacer un extenso trabajo de prevención, diferente al de la etapa de internación", aclara la especialista.
Si bien la entrevistada reconoce que es conveniente que al menos dos o tres entrevistas precedan al acto quirúrgico, admite que muchas veces la urgencia no lo permite.
En ese caso, la oferta se hace ni bien se internan y sigue durante el posoperatorio.
"En general, rápidamente, establecemos un vínculo y muchos nos comentan cuestiones de su íntima historia personal", relata Mucci.
Y reconoce que la demanda se va construyendo a través del tiempo.
"Tenemos muchos pacientes que, independientemente de la enfermedad, de la cirugía y del tratamiento, siguen haciendo psicoterapia en el consultorio externo", confiesa.
El grupo se presenta y le pregunta al paciente si tiene ganas de conversar acerca de por qué está internado, qué le pasa y cómo se siente.
De ese modo, se consigue un muy bajo porcentaje de rechazos.
"Esta es la diferencia que notamos con la interconsulta clásica, donde el psicólogo aparece por el pedido expreso de un médico o un enfermo", asegura la profesional.
Admite que en esos casos, por el contrario, el rechazo suele ser algo frecuente, ya que muchos pacientes preguntan: "¿Para qué vienen, si yo no estoy loco?".
Los altos porcentajes de aceptación les permiten, por ejemplo, mediar respecto de la información, enterarse si el paciente considera que el médico ha sido claro o si hay algo del diagnóstico o del procedimiento quirúrgico que le suscita dudas.
"También detectamos conflictos o situaciones de falta de redes de apoyo familiar o social", afirma.
Si la información es escasa o insuficiente, ellas hacen de puente entre el médico y el paciente y le piden al cirujano que le dedique cinco minutos más para esclarecer al enfermo.
Mucci reconoce las dificultades de comunicación que existen entre médicos y pacientes.
Dice que los ingleses tienen armado un protocolo para informar los diagnósticos y las indicaciones terapéuticas.
Esta serie constaría de seis pasos a seguir, uno en cada sesión, bien planificadas, donde se abordan preguntas y respuestas previstas.
Así, se brinda un tiempo de reflexión para que el paciente elabore la situación entre uno y otro encuentro.
De alguna manera, esto se está haciendo en el país en el Hospital Garrahan, adecuado al trabajo con los padres y con los chicos.
"Hay que pensar que, a veces, los niños pasan un largo período en una lista de espera y hay que hacer un extenso trabajo de prevención, diferente al de la etapa de internación", aclara la especialista.
Si bien la entrevistada reconoce que es conveniente que al menos dos o tres entrevistas precedan al acto quirúrgico, admite que muchas veces la urgencia no lo permite.
En ese caso, la oferta se hace ni bien se internan y sigue durante el posoperatorio.
"En general, rápidamente, establecemos un vínculo y muchos nos comentan cuestiones de su íntima historia personal", relata Mucci.
Y reconoce que la demanda se va construyendo a través del tiempo.
"Tenemos muchos pacientes que, independientemente de la enfermedad, de la cirugía y del tratamiento, siguen haciendo psicoterapia en el consultorio externo", confiesa.
La dilución del miedo
Mucci sostiene que los miedos y las preocupaciones que siente el paciente se modifican constantemente, de acuerdo con la enfermedad y con la evolución que tengan.
"Por ejemplo, el miedo al dolor se va a constituir en una dimensión crítica en el post-operatorio y habrá que apelar a los recursos de la medicina y de la psicología para atenuarlo", sostiene.
De todas formas, en el preoperatorio los miedos son esperables.
"Hay algunos básicos: el miedo al diagnóstico, a la anestesia, al dolor, a morir en o por la operación y al futuro, que podría englobar a todos los otros", afirmó la entrevistada.
En lo que al diagnóstico atañe, Mucci reconoce que hay una tendencia a decirle la verdad al paciente, salvo que exprese que no quiere enterarse.
"Tiene tanto derecho a saber como a no saber, si esa es su voluntad manifiesta", aclara.
No obstante, sean informados con más o menos rigor, todos los enfermos, a partir de que reciben el diagnóstico, comienzan a hacer un trabajo interno en soledad.
Se trata del trabajo de preocuparse, que fue descripto en la década del 50, por Irving Janis, un psicólogo inglés, quien había trabajado con pacientes afectados por heridas graves durante la segunda guerra mundial.
"Este trabajo de preocuparse sería una forma de autopreparación que posibilita acciones de carácter preventivo eficaces ante el estresor, antes de enfrentar el peligro de la operación", explica Mucci.
De allí que Janis planteara que no todos los pacientes necesitan psicoprofilaxis quirúrgica, sino aquellos que manifiestan altos niveles de ansiedad, cuyos miedos están muy exacerbados, tienen fantasías de muerte y hasta declaran que creen que van a morirse.
Si bien de acuerdo con el estado general del paciente, ese temor puede tener visos de racionalidad, muchas veces puede estar cargado con grandes cuotas de irracionalidad.
No obstante --relata la especialista--, hasta que el paciente no nivela ese temor a algo tolerable para sí mismo, hasta que no puede expresar en palabras que va a afrontar la situación quirúrgica, si su condición clínica lo posibilita, pedimos la postergación de la cirugía porque la consideramos riesgosa.
Según su experiencia con enfermos oncológicos, Mucci admite que el paciente llega a ser consciente de su terminalidad.
A veces la familia lo niega. Pero esa negación, que actúa como un mecanismo de defensa, les permite seguir afrontando la situación. De lo contrario, correrían el riesgo de desmoronarse.
Por eso, en fases terminales, es importante armar una buena red de apoyo para que no haya un único cuidador principal.
Es necesario que los familiares se distribuyan las tareas.
"Muchas veces, en esa instancia, nuestra misión es ayudarlos a organizarse. No es que no sepan hacerlo, sino que no están en condiciones emocionales para hacerlo", concluyó la especialista.
Mucci sostiene que los miedos y las preocupaciones que siente el paciente se modifican constantemente, de acuerdo con la enfermedad y con la evolución que tengan.
"Por ejemplo, el miedo al dolor se va a constituir en una dimensión crítica en el post-operatorio y habrá que apelar a los recursos de la medicina y de la psicología para atenuarlo", sostiene.
De todas formas, en el preoperatorio los miedos son esperables.
"Hay algunos básicos: el miedo al diagnóstico, a la anestesia, al dolor, a morir en o por la operación y al futuro, que podría englobar a todos los otros", afirmó la entrevistada.
En lo que al diagnóstico atañe, Mucci reconoce que hay una tendencia a decirle la verdad al paciente, salvo que exprese que no quiere enterarse.
"Tiene tanto derecho a saber como a no saber, si esa es su voluntad manifiesta", aclara.
No obstante, sean informados con más o menos rigor, todos los enfermos, a partir de que reciben el diagnóstico, comienzan a hacer un trabajo interno en soledad.
Se trata del trabajo de preocuparse, que fue descripto en la década del 50, por Irving Janis, un psicólogo inglés, quien había trabajado con pacientes afectados por heridas graves durante la segunda guerra mundial.
"Este trabajo de preocuparse sería una forma de autopreparación que posibilita acciones de carácter preventivo eficaces ante el estresor, antes de enfrentar el peligro de la operación", explica Mucci.
De allí que Janis planteara que no todos los pacientes necesitan psicoprofilaxis quirúrgica, sino aquellos que manifiestan altos niveles de ansiedad, cuyos miedos están muy exacerbados, tienen fantasías de muerte y hasta declaran que creen que van a morirse.
Si bien de acuerdo con el estado general del paciente, ese temor puede tener visos de racionalidad, muchas veces puede estar cargado con grandes cuotas de irracionalidad.
No obstante --relata la especialista--, hasta que el paciente no nivela ese temor a algo tolerable para sí mismo, hasta que no puede expresar en palabras que va a afrontar la situación quirúrgica, si su condición clínica lo posibilita, pedimos la postergación de la cirugía porque la consideramos riesgosa.
Según su experiencia con enfermos oncológicos, Mucci admite que el paciente llega a ser consciente de su terminalidad.
A veces la familia lo niega. Pero esa negación, que actúa como un mecanismo de defensa, les permite seguir afrontando la situación. De lo contrario, correrían el riesgo de desmoronarse.
Por eso, en fases terminales, es importante armar una buena red de apoyo para que no haya un único cuidador principal.
Es necesario que los familiares se distribuyan las tareas.
"Muchas veces, en esa instancia, nuestra misión es ayudarlos a organizarse. No es que no sepan hacerlo, sino que no están en condiciones emocionales para hacerlo", concluyó la especialista.
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