Terapia de Grupo y Gestalt
Dra. Adriana Schnake Silva
Una mirada retrospectiva.
El interés en la Terapia de grupo es algo que ha estado presente en todo terapeuta con un sentido social, no elitista y consciente de la absoluta necesidad de ayudar o por lo menos de contribuir en la tarea de sacar a las personas de la enajenación y condicionamiento a que la ignorancia de sus posibilidades los conducían.
Mi analista didáctico, era un hombre brillante - el doctor Ignacio Matte Blanco- que creía en lo imposible. Lo aparentemente imposible en esos años: profundamente religioso, aceptaba al Papa como el representante de Dios en la Tierra y admiraba y creía en Freud sin importarle, aparentemente el ateísmo de éste.
Permitía que sus hijas fueran de vacaciones con mis hijos y conmigo, que tenía ideas socialistas y era su discípula y estaba en análisis con él; lo que era absolutamente imposible para las ortodoxas reglas del psicoanálisis.
Tengo la impresión que era una persona capaz de comprender o por lo menos aceptar todo. La más impactante lección que aprendí de él era el enorme valor que le daba a la bondad. No lo deslumbraba en absoluto la inteligencia ni el genio de nadie. La única y sagrada tarea de un ser humano era recuperar y sostener el hermoso caudal de bondad y amor con que supuestamente llegamos a este mundo. Cómo entendía el "thanathos" de Freud?, jamás se lo pregunté.
Él fue la primera persona que me nombró la palabra Gestalt y en relación a un grupo. Me hizo un pedido insólito, para ser una joven doctora de su cátedra llena de eminencias. Me pidió que leyera, una propuesta para cambiar toda la organización de la Cátedra, que alguien haría en una próxima reunión. Me explicó algo que acepté casi sin comprender: él quería que yo opinara - desde el público como quien diría desde la base. No percibí en absoluto ninguna opinión de él, sólo quería que yo leyera aquello antes, para que pudiera meditar cual era la propuesta y cuanto me agradaba o no. Me dijo "la percepción de las cosas es diferente desde un ángulo y otro". Es una gestalt diferente y esto en los grupos es muy importante". "Además yo quiero saber de verdad lo que usted piensa de esta propuesta, su intuición la orienta bien" (seguramente él usó la palabra gestalt, en su acepción y uso corriente en alemán, ya que manejaba bien este idioma).
Cómo no agradecer a mis "Cuadernos cafés" donde anotaba todo, este recuerdo tan valioso para mí. Esa reunión hizo época. Mi comentario asustó a todo el mundo sobre el posible cambio y no se hizo. El doctor Matte pensaba como yo y él lo sabía, sabía perfectamente cuales podían ser mis reacciones ante ciertas propuestas. Sin embargo yo tengo la absoluta certeza que él no me manipuló, ni manipuló la reunión; él actuó cuidando a la gente. Impidiéndoles que el árbol no dejara ver el bosque. Si el que hacía la propuesta era catalogado como x o z, él tal vez aparecía como opositor y en una asamblea con más de 40 personas, son pocos los que se sienten con la libertad suficiente como para salirse del estar a favor o en contra de una idea saltándose la relación con la persona que la expresa. Y la inteligencia y eficiencia del doctor que hacía la propuesta, era indiscutible. De hecho en esa situación el que presentaba la nueva idea había hablado con muchos otros, que al parecer la aprobaban y que después de esa Asamblea votaron en contra.
Esa experiencia me fue básica para darme cuenta de lo fácilmente que se podía producir un cambio en un grupo. Comprendí de golpe el por qué mis compañeros, en primer y segundo año de medicina, trataban, a veces que yo no fuera a una reunión. Aunque siempre se sabía que yo estaba comprometida con la izquierda, podía hacer una pregunta o decir algo que favorecía a un candidato de la corriente opuesta.
Los grupos eran en extremo valiosos y peligrosos. Un conductor de grupo convencido de una verdad y con discípulos que creen en él, podía hacer cualquier cosa.
Ya habíamos visto lo que pasó en la Alemania Nazi y sabíamos lo fácil que era inducir comportamientos en un grupo (en este punto recomiendo calurosamente la lectura de un artículo aparecido en: "Cuatro Vientos Uno" Compilación de artículos publicados por editorial Cuatro Vientos, en 1994. El artículo se llama "La tercera ola". Recuerdo que esa fue la experiencia que mencioné en esa Asamblea; ya que, sin darse cuenta probablemente, el autor del proyecto basaba todo el "Nuevo orden" en lo que él llamaba la calidad universitaria de los miembros de la cátedra. Y sabiendo fehacientemente que yo estaba - para él- dentro de los que teníamos esa calidad, hice la pregunta: ¿Y qué pasará con aquellos que no se considera que tienen calidad universitaria y estén o entren a la Cátedra, en el futuro? Agregué: es posible que los alemanes aceptaran muy bien ser considerados arios. Nadie les dijo lo que lo que tenían que hacer después con aquellos que no fueran considerados arios puros o no arios.
No fue difícil para mí decir esto, tenía mucha admiración y respeto por la persona que presentaba el proyecto. Me parecía que sólo le interesaba el rendimiento óptimo de cada uno y era capaz de aplicar el reglamento con todo el rigor necesario y también podía ser de una extrema comprensión. Gracias a él la organización de la clínica mantenía características difícilmente salvables en una institución que reúne tal número de personas con alta "calidad universitaria".
Esa memorable Asamblea tuvo otra enseñanza magistral para mí: el verdadero afecto y aceptación del otro, es lo único que permite la comunicación directa. El doctor que presentó el proyecto no quedó en absoluto molesto conmigo, sabía que él era una de las personas que me habían facilitado el que pudiera permanecer en ese ambiente, que por momentos se hacía demasiado competitivo y frenaba mi espontaneidad.
A la luz de lo que pasó años después, él estará tan de acuerdo como yo, en el riesgo de las estructuras piramidales y el uso de conceptos que pueden ser manejados arteramente.
Antes de esto ya había hecho el primer intento por aprender algo de grupos. Había estado como observadora en un grupo que dirigía Otto Kermberg, siguiendo - en ese momento la orientación de Bion. Era un grupo de estudiantes de medicina. Mi rol consistía simplemente en tomar nota de todo. Por supuesto que mis observaciones ajenas a esta orientación no las anotaba, aunque sí me permitía hacerlas, ya que Otto era mi amigo y siempre fue capaz de escuchar a otros.
A mi único paciente que después tomé en una Terapia Existencial (nota 1) lo mandé inicialmente a un grupo de terapia que dirigía el Dr. Witting.
Sí, yo creía, más que eso quería creer en la terapia de grupo. Era una deuda que tenía con Freud, ya que en alguna de las lecturas de sus obras completas me había impresionado su compromiso con las personas de escasos recursos (nota 2) y éste era uno de los aspectos que más me interesaba en el hacer terapia en grupos: la posibilidad de trabajar con todas esas personas que asistían al policlínico y que no tenían ninguna posibilidad de hacer una terapia de dos o tres hora a la semana, como proponía el psicoanálisis. Además había observado lo terapéutico que resultaban los Grupos Diagnósticos, que eran una modalidad que había sugerido Otto Kermberg en la clínica y que él dirigía. Siempre recuerdo la sorpresa de un paciente que sufría de impotencia sexual, al darse cuenta que las mujeres vivían los episodios de impotencia de un hombre como fracasos personales. Ellas se sentían responsables de no ser lo bastante atractivas.
Recuerdo que esos grupos eran cortísimos y sólo para que pudiéramos ver en conjunto a todos los pacientes que cada uno de los médicos que atendíamos policlínico había entrevistado y desde esa mirada de conjunto decidir el tratamiento que cada uno de ellos requería.
Esas situaciones me conmovían y especialmente la increíble sencillez, con que en algunos casos se podía modificar un síntoma que estaba haciendo absolutamente desgraciado a un hombre.
Reconozco que no siempre son tan sencillas las cosas, pero en ese medio donde a las personas no les sobra tiempo ni dinero para tener demasiadas complicaciones, muchas veces las cosas aparecen infinitamente más simples que en las consultas privadas.
Esto es lo que hace tan operativos a los grupos de orientación familiar bien dirigidos y con una buena dosis de programa educativo.
Desde esa época en la que estudiábamos y tratábamos de aplicar diferentes modelos de terapia sugeridos por distintas corrientes, venidas la mayoría de USA, los intentos de hacer grupos eran frecuentes en la Clínica Psiquiátrica de la Universidad de Chile.
La ida de Otto Kermberg (el que me convenció que me dedicara a psiquiatría de adultos) a USA fue una pérdida lamentable, ya que su creatividad y la necesidad de encontrar modos adecuados para trabajar en el ámbito público eran un estímulo constante.
Esos famosos grupos diagnósticos no duraron mucho, pero fueron lo suficientemente importantes como para que yo le perdiera el miedo a enfrentarme con grupos muy heterogéneos. Tenía un modelo de cómo dirigir un grupo. Otto Kermberg tenía una capacidad de escuchar y dejarle espacio al otro o los otros, bastante admirable. Con la orientación terapéutica que él hubiera adoptado, sería igualmente famoso y prestigiado en la actualidad.
La ida definitiva de Otto a USA y años después la ida del Dr. Matte a Roma, me dejó absolutamente sola buscando un camino entre personas que, aparentemente caminaban con seguridad en el sendero que se encontraban. El Dr. Matte me había estimulado en mi interés por la Fenomenología y el enfoque existencial. Cuando me pidió que hiciera un Seminario sobre Fenomenología a los alumnos de medicina y lo vi aparecer en la sala me sentí como una niña que está haciendo una gracia ante su papá y como para todos los papás lo que hacen sus niñitas está bien, me sentí aprobada.
Llego a este punto de mi escrito y me doy cuenta de lo profundo de mi agradecimiento al Dr. Matte Blanco, de mi fraterna relación con Otto, que como cualquiera de mis hermanos me empujó suavemente a lo que le parecía mejor para mí y me dejó con un papá que me reconcilió conmigo misma. De pronto tengo absolutamente claro que ninguno me abandonó, me acompañaron sin esfuerzo alguno y me dejaron tranquilamente en el sitio al que había llegado.
Toda esta historia hará más comprensible mi cuestionamiento inicial a leer o saber de actitudes de Perls.
Mi relación con el psicoanálisis y los analistas había sido impecable. Y no era fácil saltarse aquello de "la basura psicoanalítica"(1). No había aceptado muchas cosas del psicoanálisis, sin embargo, eso era como muchas cosas que nunca probé, tampoco tenían por qué intoxicarme. Nada del análisis había sido sentido por mí como basura, a lo más como una fantasía que no compartía. Cuando leí aquella frase de alguien que durante años había estado usando aquello me dio pena. Pense que si uno "se traga" todo sin discriminar y después lo ve como tóxico, no le queda más que vomitarlo. Me salté toda crítica y así pudo llegar a mí aquello que la psicoterapia individual estaba obsoleta (2) y cómo Perls era absolutamente partidario de la Terapia de grupo.
Esta postura de Perls fue definitiva en mi interés y el esfuerzo con el que empecé a buscar todo aquello que me permitiera probar una terapia posible de usar en grandes grupos y sin un costo excesivo. Nada había en los libros de Perls que hablara sobre cómo se formaban los grupos.
Aparecieron muchos libros en los que se describían trabajos de grupo en maratones y/o grupos de encuentro. Mi impresión era que según la teoría que se tenía, los grupos respondían a ella y se podían comprobar por ejemplo, los supuestos de Bion, si se interpretaban las conductas del modo que esta hipótesis lo sugería.
Decidí a principios del año 70 juntar a un grupo de mis pacientes y hacer mi primera terapia de grupo, la verdad es que me animé, porque tenía un número elevado de personas que necesitaban verse en una relación más parecida a la cotidiana.
Era un grupo en el que había predominancia masculina. Hombres con ego fuerte y la mayoría muy exitosos. Con este grupo aprendí una de las cosas más importantes y que más me ha servido en mi carrera: cuando uno dirige un grupo tiene que asumir el rol de director o coordinador sin timidez ni falsa modestia. En ese primer grupo donde había varios que pensaban que merecían el premio Nobel, en lo que hacían, no era fácil mantener el control. Sin embargo, el grupo duró y tuvo un alto nivel de eficiencia.
Usé todo lo que me parecía útil sin necesitar en absoluto hacer cosas para "entretener" a los clientes. Todos eran personas muy ocupadas y había un predominio de "científicos" lo que me obligaba a saber yo misma cuál era el objetivo de un determinado ejercicio. Para mí era una regla de oro que: No se puede hacer ninguna movilización sin un objetivo preciso.
Cuando el ejercicio se había realizado, ninguno de los participantes tenía que preguntar para que se había hecho. El objetivo se les hacía obvio.
El recuerdo de este grupo me lleva a una pregunta ¿cuáles son las características óptimas para un coordinador de grupos y cuáles serían los rasgos más altamente negativos?.
Mi respuesta a esta pregunta - que me ha sido formulada más de una vez- es ahora producto de casi cuarenta años relacionándome con grupos de las más variadas características.
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