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martes, 26 de junio de 2007

Estrategias para sobrellevar la crisis de la mediana edad

Un camino para escapar a la depresión y a la negación

Psicólogos debaten cómo hacer para que sea una etapa de crecimiento personal

¿El destino inevitable de la vida es una vejez ligada a la decadencia, o cada uno puede construir creativamente su destino? Esa pregunta recorrerá el encuentro de otoño que la Fundación Travesía para la Transición y Crisis de la Mediana Edad, con el auspicio de la Universidad Maimónides, realiza hoy, con la presencia de terapeutas locales y extranjeros.

La propuesta consiste en delinear el mapa emocional de quienes empiezan a sentir el peso del tiempo sobre el cuerpo y ya no ven el infinito en su horizonte. Son los protagonistas de esa edad intermedia, de fronteras amplias, que nace alrededor de los 40 años y se extiende hasta cerca de los 65. Pero los responsables de la jornada reniegan de esta forma cronológica de definirla, ya que no refleja los tumultuosos procesos psicológicos que la acompañan y que no están estrictamente atados a la edad.

Aunque cierta mitología popular sostiene que la vejez es un sentimiento, la psicología es menos ingenua y postula que el envejecimiento es un proceso evolutivo plagado de desafíos. Uno de ellos es central, y su elaboración marcará el resto de la vida: el tiempo acecha y la inmortalidad es apenas una ilusión, nada menos.

"La paradoja de la mediana edad es que justo cuando una persona está atravesando su momento de mayor productividad, empieza a tomar clara conciencia de las señales de su propio envejecimiento, lo que pone en juego lo que yo llamo el trauma por la propia muerte futura, y Sigmund Freud conceptualizó como el duro asedio de la realidad a la ilusoria inmortalidad del yo", afirma el licenciado Guillermo Julio Montero, presidente de la entidad organizadora del encuentro.

Pero en lugar de amedrentar, esta emergencia de la condición humana puede convertirse en una oportunidad para cambiar, crecer y eventualmente torcer un rumbo que no satisface. En realidad, provoca el efecto de un despertador, y una vez que suena la alarma, nadie puede hacerse el distraído.

Según el licenciado Montero, una vez que la existencia anuncia su carácter de incierta, el camino se divide en tres respuestas posibles:

1. Deprimirse, replegarse y entregarse, tal como hacen quienes sostienen una imagen persecutoria de la vejez y temen a un presunto derrumbe futuro, miedo que funciona como una profecía que finalmente los termina derrumbando.

2. Intentar aferrarse desesperadamente a aquello que se siente que se está perdiendo, sometiéndose a rutinas estéticas desenfrenadas, buscando parejas desparejas, disfrazando las señales de envejecimiento y compitiendo, en una lucha desigual que en muchos casos no deja de ser patética, con las generaciones subsiguientes.

3. Aceptar los límites, especialmente el que instala la inevitable levedad del ser. Pero a partir de allí crecer, producir y aprovechar al máximo el enorme potencial que ofrece la vida.

Anticiparse a los cambios

La doctora en psicología Graciela Zarebski, directora de la carrera de especialización en psicogerontología de la Universidad Maimónides y autora de varios libros, entre ellos Hacia un buen envejecer (Emecé), opina: "La vida de cada persona es o debería ser un proceso activo, un movimiento que fluye en constante cambio, impulsado por uno mismo". Su propuesta es anticiparse a los cambios y planificar la propia trayectoria existencial, algo así como planificar el futuro para no dejarse sorprender por una mueca envejecida que inculpa desde el espejo.

Y destaca el desafío del escritor argentino Santiago Kovadloff, que propone un viaje esclarecedor y valiente hacia las oscuridades de la condición humana: "[ ] en la vejez ajena se detestan las acechanzas de la propia. Ella es el espejo imperdonable donde el sueño narcisista de la eternidad personal se desvanece. Por eso suele ponerse más empeño en rehuir esa evidencia descorazonadora que en replantearla comprendiendo su sentido esencial".

Y es ese viaje hacia sí mismo el que permite, en palabras de la licenciada Zarebski, "elaborar anticipadamente las marcas biológicas y sociales del envejecer: las transformaciones en la propia imagen; el alejamiento de los hijos; los microduelos por pérdidas diversas, entre otras cosas. Quienes lo hacen, no viven los ciclos de la mediana edad y la vejez como procesos críticos; por el contrario, aceptan los desafíos de cambio y renuevan el sentido de sus vidas".

¿Cómo hacerlo? Desde el particular pragmatismo que identifica a los estadounidenses, el doctor Calvin Colarusso, integrante de la Sociedad Psicoanalítica de San Diego, Estados Unidos, autor de numerosos trabajos sobre el psicodesarrollo del adulto, ofrece una fórmula para construir el futuro con éxito:

  • Cuidar el cuerpo


  • Mantenerse activo


  • Sostener y alimentar los vínculos sociales


  • Cuidar la relación de pareja, que es muy difícil de mantener en esta etapa vital


  • Explorar nuevos intereses, diversiones y emprender nuevas actividades


  • Abrirse al mundo


  • Aceptar nuevos desafíos


"Debemos aceptar la naturaleza transitoria de la vida, sin olvidar que el propio desarrollo no se termina nunca", concluye, antes de internarse en el encuentro de otoño que inaugura este invierno porteño.

Por Tesy De Biase
Para LA NACION


Tomado de www.lanacion.com.ar

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