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martes, 10 de julio de 2007

En busca de la memoria perdida

Es una de las formas esenciales para nuestra supervivencia y uno de los misterios más de las neurociencias, lo que no quita para que en ocasiones se muestre poco precisa







MAURICIO-JOSÉ SCHWARZ/









Hasta hace relativamente poco tiempo, la identificación de un delincuente por parte de su víctima se consideraba una prueba irrefutable. La gente sabe lo que ha visto y puede confiar en su memoria, nos decíamos. Pero hoy sabemos que eso no es así. Una serie de estudios, en parte motivados por la aparición de una preocupante serie de informes sobre recuerdos de abusos infantiles en Estados Unidos en la década de los ochenta, demostraron que nuestros recuerdos no son precisos, que existen memorias falsas, y que los recuerdos pueden ser implantados en personas susceptibles por gente como sus terapeutas (que fue el origen precisamente de la epidemia de falsas memorias de abusos), además de que las memorias, especialmente las adquiridas en situaciones de gran tensión, como al ser víctimas de un delito, cambian, se adaptan a informaciones obtenidas posteriormente y, en última instancia, no son tan contundentes como desearíamos creer.



La memoria es la capacidad de nuestro organismo de almacenar, conservar y hacer volver información. Independientemente de que dicha información pueda ser alterada o se pueda viciar de varias formas, el hecho es que seguimos sin saber cómo es que nuestro cerebro codifica la información, la almacena y la recupera. ¿Es una tarea que hacen células especializadas?, ¿Se realiza alterando u ordenando alguna molécula?, ¿Depende de la disposición anatómica de las estructuras neurales?, ¿Se conserva mediante potenciales eléctricos? La respuesta a todas estas preguntas es, sin embargo, que aún no lo sabemos.



Entretanto, las memorias se clasifican en tres tipos distintos. La memoria sensorial es la que tenemos durante las primeras fracciones de segundo que transcurren desde que recibimos una pieza de información, ya sea visual, auditiva, táctil, etc. y tiene una duración muy reducida. Por su parte, la memoria a corto plazo es la que mantenemos durante algunos segundos o unos pocos minutos, y echamos mano de ella continuamente durante nuestras actividades cotidianas. Así, por ejemplo, podemos recordar durante unos minutos las indicaciones que se nos dan para llegar a una dirección determinada, pero no las conservamos más allá. La memoria a corto plazo parece estar sustentada en patrones de comunicación entre neuronas en ciertas zonas específicas de nuestro cerebro, el lóbulo frontal (que está directamente detrás de nuestra frente) y los parietales (situados arriba de los oídos).



A largo plazo



Pero la que realmente es la clave de nuestra supervivencia es la llamada memoria a largo plazo, es la que nos permite recordar cómo nos llamamos, cuánto es 6x4, qué día nació nuestra pareja, cómo andar en bicicleta y quiénes fueron los primeros hombres que ascendieron al Everest. La cantidad de información que podemos almacenar es, verdaderamente, asombrosa, y hay muchos datos que, salvo que seamos víctimas de alguna enfermedad que afecte la memoria como el Alzheimer, guardamos toda nuestra vida con una enorme precisión y fiabilidad, la precisión y fiabilidad que nos hacía suponer que todas nuestras memorias eran de calidad semejante. La memoria a largo plazo parece ser una función de cambios permanentes en conexiones que se dan a nivel de todo el cerebro. Así, por ejemplo, es curioso observar que personas que han sufrido graves accidentes con pérdida de memoria por algún accidente no suelen perder sus recuerdos más esenciales, como si éstos estuvieran almacenados de modo redundante por todos los recovecos del cerebro, protegiéndolos así dada su importancia para el individuo.



Curiosamente, el estudio de personas con desarreglos importantes como los 'savants' autistas nos ha permitido avanzar en el conocimiento de la memoria. Así, por ejemplo, los 'savants' parecen emplear como parte de su memoria zonas que las personas comunes utilizan para actividades de tipo emocional, o al menos eso nos indican los estudios de resonancia magnética.



En este sentido, al parecer, las carencias emocionales de los 'savants' autistas dejarían 'libres' ciertas zonas del cerebro que pueden utilizar luego para hazañas de memoria como las de Kim Peek, quien inspiró la película 'Rain Man'.



Se han propuesto diversos modelos que pueden someterse a estudio como posibles explicaciones de cómo funciona la memoria. Cada vez sabemos más, por ejemplo, de las zonas del cerebro que entran en acción cuando aprendemos algo o cuando lo recordamos, y los neurocientíficos parecen coincidir en que la formación de memorias, al menos en las de los acontecimientos experimentados, y en su conversión en recuerdos a largo plazo, juega un papel esencial la zona llamada hipocampo, situada en lo más profundo de nuestro cerebro. Sin embargo, una vez consolidada una memoria, el hipocampo deja de jugar un papel en ella.



Daños



Una forma de saber esto es el estudio de personas que han sufrido daños en el hipocampo a resultas de un accidente, y que, por una parte, experimentan en consecuencia dificultades para formar nuevas memorias, además de que tampoco acceden fácilmente a las memorias previas al daño sufrido, a veces las de años, pero en muchos casos, de nuevo, las memorias más antiguas permanecen. Igualmente, estos estudios demuestran que los daños al hipocampo no afectan el aprendizaje de nuevas habilidades, como el tocar un instrumento, lo que habla de al menos dos tipos de memoria claramente diferenciados, en una de los cuales esa zona no juega ningún papel.



La explicación que hoy parece más plausible es que las memorias se forman y se mantienen mediante la creación de nuevas conexiones o sinapsis entre neuronas de nuestro cerebro. Pero la forma en que tales sinapsis codifican impulsos nerviosos para que los podamos reconstruir como el recuerdo de una tarde de verano junto a la persona amada sigue siendo un misterio que merece ser investigado, con la certeza de que el conocimiento fisiológico no puede, en modo alguno, acabar con la poesía del recuerdo.



Tomado de www.elcomerciodigital.com

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