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martes, 7 de agosto de 2007

MUJER BRAVA


Elogio de la mujer brava

Estas  nuevas  mujeres,  si uno logra amarrar y poner bajo control al burro
machista que llevamos dentro, son las mejores parejas. Por: Héctor Abad

A  los  hombres  machistas, que somos como el 96 por ciento de la población
masculina,  nos  molestan  las  mujeres de carácter áspero, duro, decidido.
Tenemos  palabras  denigrantes  para  designarlas:  arpías, brujas, viejas,
traumadas,   aprovechadas,   solteronas,  amargadas,  marimachas,  etc.  En
realidad,  les  tenemos miedo y no vemos la hora de hacerles pagar muy caro
su  desafío  al  poder masculino que hasta hace poco habíamos detentado sin
cuestionamientos.  A  esos  machistas  incorregibles  que  somos, machistas
ancestrales  por  cultura y por herencia, nos molestan instintivamente esas
fieras que en vez de someterse a nuestra voluntad, atacan y se defienden.

La hembra con la que soñamos, un sueño moldeado por siglos de prepotencia y
por genes de bestias (todavía infrahumanos), consiste en una pareja joven y
mansa,  dulce  y  sumisa,  siempre con una sonrisa de condescendencia en la
boca.  Una  mujer  bonita  que  no discuta, que sea simpática y diga frases
amables,  que  jamás reclame, que abra la boca solamente para ser correcta,
elogiar  nuestros  actos  y  celebrarnos bobadas. Que use las manos para la
caricia, para tener la casa impecable, hacer buenos platos, servir bien los
tragos  y  acomodar las flores en floreros. Este ideal, que las revistas de
moda  nos confirman, puede identificarse con una especie de modelito de las
que  salen  por  televisión,  al  final  de  los  noticieros,  siempre a un
milímetro  de  quedar  en  bola,  con  curvas increíbles (te mandan besos y
abrazos,  aunque  no  te  conozcan),  siempre  a  tu entera disposición, en
apariencia  como  si  nos  dijeran  "no  más usted me avisa y yo estoy a su
disposición", siempre como dispuestas a un vertiginoso desahogo de líquidos
seminales,  entre  gritos  ridículos del hombre (no de ellas, que requieren
más tiempo y se quedan a medias).

A  los  machistas jóvenes y viejos nos ponen en jaque estas nuevas mujeres,
las mujeres de verdad, las que no se someten y protestan y por eso seguimos
soñando,  más  bien,  con jovencitas perfectas que lo den fácil y no pongan
problema.  Porque  estas  mujeres  nuevas  exigen,  piden,  dan,  se meten,
regañan,  contradicen,  hablan  y sólo se desnudan si les da la gana. Estas
mujeres  nuevas  no  se dejan dar órdenes, ni podemos dejarlas plantadas, o
tiradas, o arrinconadas, en silencio y de ser posible en roles subordinados
y  en  puestos  subalternos.  Las  mujeres  nuevas estudian más, saben más,
tienen  más  disciplina, más iniciativa y quizá por eso mismo les queda más
difícil conseguir pareja, pues todos los machistas les tememos.

Pero  estas  nuevas  mujeres,  si uno logra amarrar y poner bajo control al
burro  machista  que  llevamos dentro, son las mejores parejas. Ni siquiera
tenemos  que mantenerlas, pues ellas no lo permitirían porque saben que ese
fue  siempre  el  origen de nuestro dominio. Ellas ya no se dejan mantener,
que  es  otra  manera  de  comprarlas, porque saben que ahí -y en la fuerza
bruta- ha radicado el poder de nosotros los machos durante milenios. Si las
llegamos  a conocer, si logramos soportar que nos corrijan, que nos refuten
las  ideas,  nos señalen los errores que no queremos ver y nos desinflen la
vanidad  a  punta de alfileres, nos daremos cuenta de que esa nueva paridad
es  agradable,  porque vuelve posible una relación entre iguales, en la que
nadie  manda  ni  es  mandado.  Como  trabajan  tanto como nosotros (o más)
entonces ellas también se declaran hartas por la noche y de mal humor, y lo
más  grave,  sin  ganas  de cocinar. Al principio nos dará rabia, ya no las
veremos  tan  buenas  y  abnegadas  como  nuestras  santas madres, pero son
mejores,  precisamente  porque  son  menos santas (las santas santifican) y
tienen todo el derecho de no serlo.

Envejecen,  como  nosotros,  y ya no tienen piel ni senos de veinte  añeras
(mirémonos  el  pecho  también  nosotros  y  los  pies,  las  mejillas, los
poquísimos  pelos, el sobrepeso, las canas), las hormonas les dan ciclos de
euforia y mal genio, pero son sabias para vivir y para amar y si alguna vez
en  la vida se necesita un consejo sensato (se necesita siempre, a diario),
o  una  estrategia útil en el trabajo, o una maniobra acertada para ser más
felices,  ellas  te  lo  darán,  te dirán que hacer, buscarán junto a ti la
solución,  no las peladitas de piel y tetas perfectas, aunque estas sean la
delicia  con  la  que soñamos, un sueño que cuando se realiza ya ni sabemos
qué hacer con todo eso.

Los  varones  machistas,  somos  animalitos  todavía  y es inútil pedir que
dejemos  de  mirar  a  las  muchachitas perfectas. Los ojos se nos van tras
ellas,  tras  las curvas, porque llevamos por dentro un programa tozudo que
hacia  allá  nos impulsa, como autómatas. Pero si logramos usar también esa
herencia  reciente, el córtex cerebral, si somos más sensatos y racionales,
si  nos  volvemos más humanos y menos primitivos, nos daremos cuenta de que
esas  mujeres nuevas, esas mujeres bravas trabajan, producen, confían, pero
también exigen,  joden y protestan, son las más desafiantes y por eso mismo
las más estimulantes, las más entretenidas, las únicas con quienes se puede
establecer  una  relación  duradera,  porque está basada en algo más que en
abracitos  y  besos,  o  en  coitos precipitados seguidos de tristeza. Esas
mujeres  nos  dan  ideas, amistad, pasiones y curiosidad por lo que vale la
pena, sed de vida larga y de conocimiento.


VAMOS HOMBRES, POR ESAS MUJERES BRAVAS!!!!

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