Frei Betto
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Friedrick Hacker (1914-1989), siquiatra usamericano, analizó con propiedad las raíces de la violencia que impera en este mundo globocolonizado que se arrodilla reverente ante el dios Mercado. La agresividad es propia de la naturaleza animal, incluida la especie humana. Denota espíritu de supervivencia. Ante determinadas circunstancias cada uno es agresivo a su modo: ironía, humor, astucia, desprecio, presunción, etc. Violencia es cuando se rompe la barrera de la alteridad y se impone la fuerza física sobre el más frágil o indefenso y como reacción ante el agresor.
Casi nunca entendemos como violencia la acción que alcanza al otro, excepto cuando nosotros somos las víctimas. Si la policía rodea, a la salida del cine, a nuestro grupo de amigos y exige que nos pongamos con las manos en la pared y las piernas abiertas, mientras nos registran, lo tomaremos como violencia. Pero si vemos la escena desde la ventana de nuestro apartamento, y con la diferencia de que los detenidos son jóvenes de la periferia, admitimos que la policía cumple con su deber. Y hasta sentimos cierto alivio al saber que estamos protegidos por el Estado que, sostenido por nuestros impuestos, nos ofrece seguridad.
Si uno de los amigos protesta por el modo como está siendo palpado y recibe en respuesta un empujón, queda patente la violencia. Pero para el policía en ningún momento hubo violencia; cree que sólo está cumpliendo con su deber. Es igual que el caso del padre de familia que, al regresar del trabajo, se entera de que el hijo mayor golpeó al más chico. Para darle la lección de que nunca debe pegar a nadie más débil que él, el padre le da una zurra al hijo mayor. Sin ninguna conciencia de que está practicando lo mismo que recriminó. Es esa contradicción entre el discurso sobre la educación y los métodos empleados lo que expande el comportamiento violento.
¿Por qué el mismo acto cometido por uno es reprensible y, si es por otro, es legítimo? Ese padre nunca se considerará violento, pero si se le cuestiona dirá que es su deber educar.
Ésta es la estructura en la que se apoya la violencia: es siempre practicada como si se tratara de un acto de justicia, legitimada por una razón superior, sea el Dios de los cruzados o de los fundamentalistas, la defensa de la propiedad privada, el liberalismo del Mercado, los deberes de una buena educación, etc.
La violencia es la forma más primaria de manifestación de la agresión. Toda la estructura de la sociedad, con sus leyes e instituciones, contiene buena dosis de agresividad, así como la disciplina que los padres imponen para la buena educación de sus hijos. Ella favorece nuestra convivencia social y reprime nuestras tendencias autodestructivas. El mejor ejemplo de agresividad sin violencia es el deporte.
De por sí la violencia es rastrera, cruel, repetitiva, lo que permite a la policía identificar el modus operandi de los delincuentes, pues ella se propaga sin la menor creatividad, excepto en el caso de los equipamientos bélicos concebidos para hacerla más brutal y masiva. Para saber lidiar con la agresividad es necesario cierto refinamiento de espíritu. Pues la violencia es burra, no exige educación, está al alcance de cualquiera.
Lo más grave es que nos acostumbramos a la práctica de la violencia. Cobardes como somos, no intentamos usar las propias manos, pero aplaudimos cuando la policía golpea al delincuente, la ley rebaja la edad penal, el plebiscito liberó el comercio de armas, el Estado decreta la pena de muerte, etc. Sin darnos cuenta de que nos estamos dejando dominar por la parte más primitiva de nuestro cerebro, donde se aloja el reptil que nos precede en la escala evolutiva y del que somos tributarios.
Si una sociedad pierde la sensibilidad ante la violencia e ignora el límite que debe establecerse entre ella y la agresividad, eso fermenta el caldo de cultivo del autoritarismo. El sentimiento de humillación que la primera guerra mundial impuso al pueblo alemán favoreció el ascenso del 'vengativo' Hitler. La derrota de Bush padre en Iraq en 1991 movió a buena parte de la opinión pública de USA a apoyar en el 2003 al hijo dispuesto a 'lavar la honra'.
Nadie es capaz de atacar a su semejante a menos que se produzca, entre sí y el otro, la desemejanza. De ese modo el hombre le pega a la mujer por considerarla imbécil; el blanco agrede al negro por creerlo inferior; la nación grande declara la guerra a la pequeña que se niega a ceder su soberanía; el dirigente popular pasa a ser atacado por los medios de comunicación para deslegitimar la causa que él defiende. Esa postura distancia, desculpabiliza, abre el camino a la violencia como legítima e incluso legal.
No conviene erradicar la agresividad propia del ser humano y que nos impulsa a alcanzar metas y conquistas. El reto está en hacer la distinción enseñada por Hacker y crear una cultura basada en el más primordial paradigma de la alteridad, que tiene su origen en Aquel que, radicalmente diferente de nosotros, nos creó a su imagen y semejanza.
* Frei Betto es escritor, autor de "Trece cuentos diabólicos y uno angelical", entre otros libros.
Traducción de J.L.Burget
http://alainet.org/active/19103
Casi nunca entendemos como violencia la acción que alcanza al otro, excepto cuando nosotros somos las víctimas. Si la policía rodea, a la salida del cine, a nuestro grupo de amigos y exige que nos pongamos con las manos en la pared y las piernas abiertas, mientras nos registran, lo tomaremos como violencia. Pero si vemos la escena desde la ventana de nuestro apartamento, y con la diferencia de que los detenidos son jóvenes de la periferia, admitimos que la policía cumple con su deber. Y hasta sentimos cierto alivio al saber que estamos protegidos por el Estado que, sostenido por nuestros impuestos, nos ofrece seguridad.
Si uno de los amigos protesta por el modo como está siendo palpado y recibe en respuesta un empujón, queda patente la violencia. Pero para el policía en ningún momento hubo violencia; cree que sólo está cumpliendo con su deber. Es igual que el caso del padre de familia que, al regresar del trabajo, se entera de que el hijo mayor golpeó al más chico. Para darle la lección de que nunca debe pegar a nadie más débil que él, el padre le da una zurra al hijo mayor. Sin ninguna conciencia de que está practicando lo mismo que recriminó. Es esa contradicción entre el discurso sobre la educación y los métodos empleados lo que expande el comportamiento violento.
¿Por qué el mismo acto cometido por uno es reprensible y, si es por otro, es legítimo? Ese padre nunca se considerará violento, pero si se le cuestiona dirá que es su deber educar.
Ésta es la estructura en la que se apoya la violencia: es siempre practicada como si se tratara de un acto de justicia, legitimada por una razón superior, sea el Dios de los cruzados o de los fundamentalistas, la defensa de la propiedad privada, el liberalismo del Mercado, los deberes de una buena educación, etc.
La violencia es la forma más primaria de manifestación de la agresión. Toda la estructura de la sociedad, con sus leyes e instituciones, contiene buena dosis de agresividad, así como la disciplina que los padres imponen para la buena educación de sus hijos. Ella favorece nuestra convivencia social y reprime nuestras tendencias autodestructivas. El mejor ejemplo de agresividad sin violencia es el deporte.
De por sí la violencia es rastrera, cruel, repetitiva, lo que permite a la policía identificar el modus operandi de los delincuentes, pues ella se propaga sin la menor creatividad, excepto en el caso de los equipamientos bélicos concebidos para hacerla más brutal y masiva. Para saber lidiar con la agresividad es necesario cierto refinamiento de espíritu. Pues la violencia es burra, no exige educación, está al alcance de cualquiera.
Lo más grave es que nos acostumbramos a la práctica de la violencia. Cobardes como somos, no intentamos usar las propias manos, pero aplaudimos cuando la policía golpea al delincuente, la ley rebaja la edad penal, el plebiscito liberó el comercio de armas, el Estado decreta la pena de muerte, etc. Sin darnos cuenta de que nos estamos dejando dominar por la parte más primitiva de nuestro cerebro, donde se aloja el reptil que nos precede en la escala evolutiva y del que somos tributarios.
Si una sociedad pierde la sensibilidad ante la violencia e ignora el límite que debe establecerse entre ella y la agresividad, eso fermenta el caldo de cultivo del autoritarismo. El sentimiento de humillación que la primera guerra mundial impuso al pueblo alemán favoreció el ascenso del 'vengativo' Hitler. La derrota de Bush padre en Iraq en 1991 movió a buena parte de la opinión pública de USA a apoyar en el 2003 al hijo dispuesto a 'lavar la honra'.
Nadie es capaz de atacar a su semejante a menos que se produzca, entre sí y el otro, la desemejanza. De ese modo el hombre le pega a la mujer por considerarla imbécil; el blanco agrede al negro por creerlo inferior; la nación grande declara la guerra a la pequeña que se niega a ceder su soberanía; el dirigente popular pasa a ser atacado por los medios de comunicación para deslegitimar la causa que él defiende. Esa postura distancia, desculpabiliza, abre el camino a la violencia como legítima e incluso legal.
No conviene erradicar la agresividad propia del ser humano y que nos impulsa a alcanzar metas y conquistas. El reto está en hacer la distinción enseñada por Hacker y crear una cultura basada en el más primordial paradigma de la alteridad, que tiene su origen en Aquel que, radicalmente diferente de nosotros, nos creó a su imagen y semejanza.
* Frei Betto es escritor, autor de "Trece cuentos diabólicos y uno angelical", entre otros libros.
Traducción de J.L.Burget
http://alainet.org/active/19103
Tomado de www.rebelion.org
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