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martes, 23 de octubre de 2007

Ser bipolar es vivir en un mundo de extremos: de la manía a la depresión; de la dicha al llanto

 

 
 EL TIEMPO

Sin embargo, para algunos de quienes la padecen, esta enfermedad es un don y no una maldición.

Ese es el caso de Sandra Liliana Montoya, que aprendió a sacarle provecho a su enfermedad, y ahora ayuda a otros bipolares.

Cinco crucifijos la acompañan en señal de protección. Los dos más vistosos cuelgan de cadenas de plata, uno más se desprende de un rosario de murano color azul claro, y los dos restantes penden de sus orejas en un par de aretes.

Cree fervorosamente en Dios, en Cristo y en la virgen María. La oración la rescató, y ahora, la libra de todo mal.

Bueno, de casi todo. Hay cosas con las que, después de mucho tiempo, comprendió que no puede luchar por más que quiera. Así es la naturaleza, y así es la enfermedad de Sandra Liliana Montoya.

Hace 12 años, cuando tenía 24, supo que padecía de trastorno bipolar, que no permite dominar las emociones, los niveles de afecto y los comportamientos.

Hasta ese momento era una joven común y corriente a la que le gustaba rumbear y que se había casado recientemente. Su primera hija, María Camila, tenía un año de nacida.

En esa época, además, era una de las más destacadas estudiantes de medicina de la Universidad del Valle, en Cali. Cursaba el quinto año.

Su bipolaridad se manifestó por primera vez la noche del 24 de marzo de 1995, que pasó sin pegar los ojos. Sentía que flotaba, que todo se movía. Su esposo, de quien se separó hace poco, no estaba en ese momento.

Al amanecer, salió de casa con su hija en brazos rumbo al apartamento de un amigo. Le iban a hacer una fiesta con Guns & Roses, su grupo favorito. Sentía que el mundo le quedaba pequeño, que era superior a los demás. Obviamente, la banda de rock nunca llegó. Regresó a casa, ahora convertida en Gaviota, la protagonista de la telenovela Café.

Se vistió con un traje fucsia pegado a su cuerpo, y volvió a salir, esta vez acompañada de su marido. A los pocos minutos se despertó en un hospital psiquiátrico. Ya tenía 92 años, y se estaba muriendo.

"Sentía que eso realmente me estaba sucediendo. Viví todo eso. Es cierto que los cables se tuercen, que la mente mama gallo. Uno se desconecta de la realidad".

Un mundo de extremos

Como su enfermedad es una especie de montaña rusa, pasó de la euforia a la tristeza absoluta, estando hospitalizada. "¿Sabe qué se siente cuando se está deprimido?.... Que uno está muerto en vida. Nada importa".

Los cuatro años posteriores fueron los más duros. Los pasaba interna en el hospital de su universidad, y estando a punto de terminar su carrera, tardó cuatro años más para graduarse.

Hoy sus crisis son más llevaderas, gracias a que ingresó a la Asociación Nacional de Bipolares, de la que es coordinadora científica. Allí ha aprendido a automonitorearse para determinar cuándo va a entrar en manía o en depresión, y a frenar el proceso.

Para entender lo que le pasaba, empezó preguntando si lo que veía y sentía era verdad o mentira. Casi siempre, primaba lo segundo. Ahora, eso lo regula con litio y anticonvulsionantes, medicamentos que se negaba a tomar en un principio. Saber lo que le ocurría, siendo médica, era una contraindicación.

Ahora, cada vez que siente que la crisis es inminente, prefiere hospitalizarse. Confiesa que la última vez fue hace un mes, mientras saca el libro que lee por estos días: Nunca renuncies a tus sueños, del siquiatra Augusto Cury.

"Muchos bipolares caen en adicciones como el alcohol o las drogas. Somos muy vulnerables. Mi adicción ha sido comprar libros", cuenta Sandra al explicar que es una lectora compulsiva, y que llegó a gastarse hasta la mitad de su sueldo en las librerías, en obras de autoayuda.

Cuando está en manía lee cinco o seis libros simultáneamente, y todos los entiende. En ese estado los bipolares tienen una agilidad mental tremenda. Pero eso cambió. Ahora no empieza un libro sin terminar el anterior.

"Ya no me pregunto por qué soy bipolar, sino para qué". Y añade que después de todo esto concluyó que su enfermedad es un don. No una maldición.

"En eutimia (estado de equilibrio) se vive más intensamente. Se dispara la creatividad, y la intuición termina en asertividad", dice al agregar que los bipolares son más sensibles y desmedidos, y que tienen la capacidad de ponerse en los zapatos de los demás.

Tal vez por eso ahora trabaja, como médica, en el área administrativa y no en consulta. Cuando lo hizo, gastaba su sueldo en los pacientes que no tenían para los remedios.

Como bipolar y como médica, se aterra por las cifras que tiene su asociación: solo el 16 por ciento de los bipolares del país sabe que padece la enfermedad. Y se indigna cuando reconoce que el sistema de salud no cuenta con tratamientos efectivos, y menos con buenos medicamentos para contrarrestar este mal.

"Es duro aceptarlo. Esta es una enfermedad crónica, recurrente, incurable y traicionera, pero con tratamiento se puede vivir normalmente", narra al lamentar que muchos bipolares viven aislados, no consiguen empleo, arruinan a sus familias en sus crisis o terminan suicidándose.

"Lo primero que deben entender los bipolares es que no se están inventando nada, que esta es una enfermedad como cualquier otra, que tiene bases généticas".

Ahora, se jura una mujer feliz, que ha aprendido a sacarle el jugo a su enfermedad. Es una profesional exitosa, ayuda a otros bipolares a comprender que lo suyo no es un infierno, y termina un posgrado. Su vida es normal.

El amor y la oración han sido para ella la mejor medicina. Por eso cuando siente que su cabeza empieza a dar vueltas, recuerda que tiene dos hijas que son su motor de vida, y de la Luna vuelve a la Tierra. También aprieta con devoción los cinco crucifijos que lleva siempre consigo.


"Esta es una enfermedad crónica, recurrente, incurable y traicionera, pero con tratamiento se puede manejar".
Sandra Liliana Montoya, médica y bipolar de 36 años de edad.

ASOCIACIÓN COLOMBIANA DE BIPOLARES. TEL: 6493845 - 6275352. - volviendoanacer@gmail.com

500 pacientes conforman la Asociación Nacional de Bipolares. Según esta organización, solo el 16 por ciento de bipolares del país sabe que padece la enfermedad.

La bipolaridad en Colombia

No se puede decir que este mal va en aumento, en Colombia. "Lo que ha subido es el diagnóstico. Hemos sensibilizado sobre el tema, y las cifras han cambiado, porque muchos que no sabían que eran bipolares, ahora tienen diagnóstico", dice Elizabeth Galvis, presidenta de la Asociación Nacional de Bipolares, y explica que hace dos años tenían 300 pacientes en su organización, y actualmente son 500.

Solo el 16 por ciento de los bipolares del país sabe que padece esta enfermedad, que afecta del 3 al 5 por ciento de la población en todas las edades, siendo más frecuente en las mujeres.

Ciertas exigencias desencadenan episodios de bipolaridad. Según Carlos López Jaramillo, presidente de la Asociación Colombiana de Psiquiatría, los niveles altos de estrés por situaciones laborales y familiares, la alta competitividad del mundo moderno y la inestabilidad social, son factores de riesgo que disparan el mal en los afectados.

JOSÉ ALBERTO MOJICA P.
Tomado de www.eltiempo.com

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