Los motores que motivan el comportamiento humano son los encargados de hacernos sentir apetitos y deseos consiguiendo que toda nuestra energía se dirija incondicionalmente a cubrirlos cuanto antes. Los teóricos aseguran, como en alguna ocasión ya he comentado, que hay motivaciones que son tan primarias que es imposible quitárselas de encima, como es el caso de comer o beber, que por mucho que nos empeñemos siguen activas hasta que las saciamos de alguna manera, por mera supervivencia. Algunos incluyen el sexo entre las necesidades primarias, por aquello de que la especie tiene que continuar a fuerza de ajetreos sexuales, pero no todos coinciden en que sean irreprimibles, por lo que podríamos deducir que con abstinencia sexual globalizada, acabaríamos con la especie.
Porfirio, uno de los grandes filósofos clásicos, en su obra Sobre la abstinencia allá por el siglo I, entraba ya en el análisis de la contradicción del hombre en función de sus motivaciones primarias, según la forma de entenderlas y afrontarlas. Diferenciaba entre aquel que únicamente le da importancia en su vida a la holgazanería y la irreflexión, sin plantearse más allá del día a día, al que todo le parece lo mismo y al que el autor aconseja que abuse de las bebidas alcohólicas, que de rienda suelta a su apetito y se atiborre a comida, que consuma todo tipo de somníferos que le ayuden a alcanzar un estado puro de pereza y olvido, frente a ese otro que modula, reflexiona acerca de su condición en la vida, que es capaz de saber quién es y dónde va, y al que Porfirio recomienda bebidas suaves y exentas de alcohol, un régimen de comidas ligeras que se aproximen al poco comer o como él mismo sugiere que se acerquen al ayuno, dándole al sueño su cantidad óptima sin quedarse largos ni cortos.
Veinte siglos después de estos argumentos, no estamos tan alejados de una realidad tan patente como la que plantea Porfirio, ya que gran parte de nuestra juventud se dedica a eso que muchos autores califican con el palabro presentismo, que, traducido al cervantino, sería «vivir al día» o «vivir el día a día» sin que importe mucho qué puede ocurrir después en sus vidas, porque parece que la propia sociedad se deberá de encargar de solucionar sus problemas cuando les lleguen, protegiendo su salud, su bienestar, sus inquietudes y sus necesidades como si de un derecho adquirido se tratara. Frente a esta parte joven se encuentra la otra, la que se encarga de forjar un futuro desde los cimientos, procurando compaginar ordenada y coherentemente su diversión con su responsabilidad de crecer, aquellos que son consecuentes con que han de construir un futuro para ellos y los que están a su alrededor. Posiblemente éstos jóvenes sean los que sustenten a los anteriores.
La riqueza social de nuestros días, asociada a un fracaso velado de la educación básica, ha conseguido configurar un estado de bienestar que roza la desfachatez, porque es capaz de proporcionar todo lujo de bondades a los que optan por la pereza porfiriana, que se pasan el día arrastrando su sueño por doquier y son recompensados, sin querer, por los que mantienen en alto su vigilia para sostener y activar el pulso social. Los perezosos y glotones son incapaces de moderar sus hábitos porque no han llegado a conseguirlos nunca, por lo que abusan de su condición de protegidos y hacen de sus vidas auténticos festines. Los moderados y ordenados no hacen acopio de odios ni rechazos hacia los gandules, sino que por el contrario intentan enseñarles los valores propios de la abstinencia bien entendida.
Tenemos que aprender para poder enseñar a los demás y ese ejercicio pasa por entender en nuestras propias carnes lo que significa la abstinencia. Ante la posibilidad de abusar en las bebidas, los alimentos, el sueño o cualquier otra cosa jugosa y atractiva, hay que saber modular los arrebatos y templar los comportamientos de forma que seamos capaces de reflejar a los demás un uso correcto de la vida. Es un hecho irrefutable que somos libres para elegir, pero eso no nos hace todopoderosos para hacer lo que nos venga en gana. Nos equivocaríamos de plano si pensáramos que todo vale. Es imprescindible moderar los impulsos y abstenerse de los abusos.
Porfirio, uno de los grandes filósofos clásicos, en su obra Sobre la abstinencia allá por el siglo I, entraba ya en el análisis de la contradicción del hombre en función de sus motivaciones primarias, según la forma de entenderlas y afrontarlas. Diferenciaba entre aquel que únicamente le da importancia en su vida a la holgazanería y la irreflexión, sin plantearse más allá del día a día, al que todo le parece lo mismo y al que el autor aconseja que abuse de las bebidas alcohólicas, que de rienda suelta a su apetito y se atiborre a comida, que consuma todo tipo de somníferos que le ayuden a alcanzar un estado puro de pereza y olvido, frente a ese otro que modula, reflexiona acerca de su condición en la vida, que es capaz de saber quién es y dónde va, y al que Porfirio recomienda bebidas suaves y exentas de alcohol, un régimen de comidas ligeras que se aproximen al poco comer o como él mismo sugiere que se acerquen al ayuno, dándole al sueño su cantidad óptima sin quedarse largos ni cortos.
Veinte siglos después de estos argumentos, no estamos tan alejados de una realidad tan patente como la que plantea Porfirio, ya que gran parte de nuestra juventud se dedica a eso que muchos autores califican con el palabro presentismo, que, traducido al cervantino, sería «vivir al día» o «vivir el día a día» sin que importe mucho qué puede ocurrir después en sus vidas, porque parece que la propia sociedad se deberá de encargar de solucionar sus problemas cuando les lleguen, protegiendo su salud, su bienestar, sus inquietudes y sus necesidades como si de un derecho adquirido se tratara. Frente a esta parte joven se encuentra la otra, la que se encarga de forjar un futuro desde los cimientos, procurando compaginar ordenada y coherentemente su diversión con su responsabilidad de crecer, aquellos que son consecuentes con que han de construir un futuro para ellos y los que están a su alrededor. Posiblemente éstos jóvenes sean los que sustenten a los anteriores.
La riqueza social de nuestros días, asociada a un fracaso velado de la educación básica, ha conseguido configurar un estado de bienestar que roza la desfachatez, porque es capaz de proporcionar todo lujo de bondades a los que optan por la pereza porfiriana, que se pasan el día arrastrando su sueño por doquier y son recompensados, sin querer, por los que mantienen en alto su vigilia para sostener y activar el pulso social. Los perezosos y glotones son incapaces de moderar sus hábitos porque no han llegado a conseguirlos nunca, por lo que abusan de su condición de protegidos y hacen de sus vidas auténticos festines. Los moderados y ordenados no hacen acopio de odios ni rechazos hacia los gandules, sino que por el contrario intentan enseñarles los valores propios de la abstinencia bien entendida.
Tenemos que aprender para poder enseñar a los demás y ese ejercicio pasa por entender en nuestras propias carnes lo que significa la abstinencia. Ante la posibilidad de abusar en las bebidas, los alimentos, el sueño o cualquier otra cosa jugosa y atractiva, hay que saber modular los arrebatos y templar los comportamientos de forma que seamos capaces de reflejar a los demás un uso correcto de la vida. Es un hecho irrefutable que somos libres para elegir, pero eso no nos hace todopoderosos para hacer lo que nos venga en gana. Nos equivocaríamos de plano si pensáramos que todo vale. Es imprescindible moderar los impulsos y abstenerse de los abusos.
Tomado de www.laverdad.es
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