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miércoles, 21 de noviembre de 2007

Advierten sobre el riesgo de la "amistad" entre madres e hijas

 

 

Mamá se compra la ropa en el mismo lugar que yo". "A ella le encanta hacerse la moderna y la compinche delante de mis amigos". "Mi vieja se pone contenta cuando todos le dicen que parece mi hermana". "Siento que le histeriquea hasta a mi novio". "Yo uso jeans talle 40 y ella, 38. Y usa los pantalones más ajustados que yo". "Mamá me dijo que cuando quiera tener relaciones lo haga en casa, que no hay problema".
Frases, confesiones de adolescentes que psicólogos y terapeutas empiezan a escuchar con alarmante frecuencia. Palabras de chicas desorientadas ante madres que -con o sin intención- abandonan su condición de tales para "jugarla" de amigas, dejando a sus hijas "huérfanas" de un vínculo fundamental para su desarrollo e instalando, a la vez, en el propio hogar un "rival" que no habilita para la hija otra cosa que la derrota.
Es uno de los temas obligados entre los profesionales de la salud mental que atienden a chicas adolescentes, un problema que la mayoría vincula a una cultura que idealiza la juventud y asocia la madurez al deterioro, la decadencia y el desuso.
"Lo que arrojan nuestros estudios en las grandes ciudades es una marcada adolescentización del adulto. Encontramos que hay mayor rivalidad y competencia entre madres e hijas, pero sobre todo por parte de las mamás, que se obsesionan por estar jóvenes, vestirse a la moda y demás. Yo tengo 62 años y cuando era adolescente quería ser como mi mamá y ponerme su ropa: hoy, las madres quieren ser como las hijas y usar lo mismo que ellas. Esta horizontalización de la relación es negativa, porque una buena relación madre/hija debe ser asimétrica", señala la psicóloga Martina Casullo, investigadora de la UBA.
Sus estudios también alumbran un alto nivel de influencia de las mamás sobre la imagen corporal de sus hijas. "Compran los modelos estéticos que promueven los medios y trasladan a sus hijas mucho más de lo que creen la exigencia de estar delgadas", asegura Casullo.
En el Centro Dos, donde atienden a cientos de adolescentes, encuentran problemas similares. "Observamos en los consultorios un culto a la juventud eterna que se transmite a las hijas, y esto confunde", asegura la psicoanalista Stella Maris Gulián. "La madre no debe ponerse a la par de la hija porque no es su par. Pueden ir juntas a la ginecóloga para que ella encuentre, con la médica, el mejor modo de cuidarse: esto es acompañarla. Pero muy distinto es comprarle pastillas anticonceptivas o entregarle un preservativo porque ya tiene 14 años, como ocurre a veces, cuando las mamás terminan adelantándose a sus tiempos e invadiendo su intimidad".
Hablan de madres que, en muchos casos, "viven el crecimiento de la hija mujer como una herida narcisista" y se desplazan inconscientemente hacia los lugares (físicos, sociales, vinculares o emocionales) de ella, desertando de su verdadera función y privando a su "heredera" de la experimentación y el disfrute de algún espacio propio y exclusivo.
Las especialistas explican que el problema es más frecuente entre las madres sin pareja, porque la ausencia de un varón hace que la mujer vuelque en la hija (y espere de ella) más de lo saludable para el vínculo, y porque hoy en día la mujer siente que para estar en carrera hay que ser joven, bella y demás, como la hija.
"La mirada de la madre atraviesa y condiciona la mirada de la hija sobre sí, sobre la vida, sobre su propia mamá. Ambas son espejos, una de la otra. Es una relación que no excluye la rivalidad, los celos, los ataques envidiosos", dice la psicóloga Liliana Mizrahi, para quien la "pérdida de límites claros entre el rol y el lugar de la madre y el de la hija" es un problema creciente. "La madre se aniña, se apendeja, y quiere/necesita recuperar su propia adolescente a través de la hija. Se alimenta de ella, se empareja, perdiendo entre otras cosas autoridad y firmeza en los límites".
La confusión de roles y la pérdida de la figura materna tiene costos para las hijas: inseguridad, baja autoestima, desórdenes alimentarios, adicciones.
Generaciones enteras han aprendido a leer y a escribir con la misma frase: "Mi mamá me ama, mi mamá me mima". Una verdad que se sostiene, perpetua. Pero las formas que a veces asume ese amor, o las "neurosis" individuales y sociales que ese vínculo padece o despierta por estos días, están complicando las cosas. "Los beneficios de una sana jerarquía son para ambas", coinciden las especialistas: si cada cual atiende su juego, la hija recupera a su mamá y, la madre, puede afirmar su identidad más allá de la maternidad, aunque ese rol sea -para siempre- uno de los pilares de su vida.

La maternidad -y la paternidad- no viene con manual. Pero en este aprendizaje que no finaliza nunca, la prioridad debe ser el hijo. Por eso se cuestiona a estas mujeres que, en la búsqueda desesperada de la juventud, arrastran a sus hijas a consecuencias graves. Pero detrás de esta actitud, está toda una sociedad que las presiona con sus mandatos. No vale como excusa, aunque sí para reconocer que el problema no es sólo de ellas.

Qué pasa en la adultez
Un estudio realizado recientemente en Estados Unidos asegura que la relación entre madres e hijas jóvenes es cada vez más estrecha. Expertos que estudian allí la evolución de ese vínculo durante la transición a la vida adulta coinciden en que ciertos cambios sociales, demográficos y tecnológicos están haciendo que ese lazo primario y esencial se vuelva cada vez más intenso.
Los especialistas han identificado varios factores que podrían contribuir al fenómeno: la tecnología, que facilita la conexión; la menor cantidad de hijos; la prolongación de la adolescencia y de la etapa de formación académica; la postergación del matrimonio y la maternidad; la necesidad de los padres de un vínculo menos jerárquico con sus hijos; y los mayores niveles de depresión entre los jóvenes.
En la Argentina, no hay estudios sobre la evolución de la relación madre/hija cuando ambas empiezan a compartir la categoría de "adultas". Pero algunos especialistas han buceado en el tema. Es el caso de Marilén Stengel, autora del libro Mujeres ante sí mismas. Madres, hijas, hermanas, amigas: la trama femenina. "Dentro del círculo evolutivo de la mujer, la relación con la madre tiene distintas etapas -explica-. Hasta que cumplís 6, 7 años, tu mamá es la mujer maravilla; después viene una etapa en la que ingresan las amigas y la desplazan, pero no pierde importancia; en la adolescencia, es la pesada, la enemiga; pero a los veintilargos, la mirada vuelve sobre la madre. Pasa la necesidad de diferenciarte y volvés a mirarte en ella desde otro lugar. Ni hablar cuando sos mamá: te cae la ficha, la entendés y te escuchás diciendo 'pobre vieja, tenía razón'".
Ese reencuentro, dice, no tiene que ver con la necesidad. "Recuperás a la madre como modelo de amor y refugio de identidad. Las mujeres somos el resultado de todas las mujeres que nos acompañaron y nos validamos mutuamente. Tu vieja está en vos. Y en tu hija, vos estás".
Una madre no es una amiga. La hija podrá tener en su vida muchas amigas, pero sólo tiene una madre. Si no la encuentra, buscará en otras mujeres quien tome la posta del lugar vacío.
La madre es la que ayuda a la hija a ser mujer, quien le transmite los dones de la feminidad. Pero no tiene que "mostrarle" a la hija cómo se es mujer: sólo debe acompañar en el proceso y esperar el momento en que ella pida ayuda o consejo. Es como si estuviese entre bambalinas para subir al escenario cuando sea necesario, cuando la hija lo precise o no pueda sola. Se espera de la madre que la oriente, aliente y la ayude a avanzar. Pero no que avance hacia ella o sobre ella.
Cuando una madre le cuenta a su hija su vida amorosa, su últi ma conquista, dolor o felicidad, la toma como rehén y confidente. Y esto es "obsceno" para la hija, es "incestuoso". Son las amigas las que deben tomar en la adolescencia el rol protagónico. Es con los pares, con los semejantes, con quienes los hijos adolescentes aprenden, ensayan, la vida. Salir del círculo familiar es vivir. Y son los padres quienes deben ayudar a los hijos en esa "partida".

Gracias Dr. José Manuel Ferrer Guerra!!

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