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miércoles, 30 de enero de 2008

La costilla

 

Roberto Ortega
La mujer ha de aprender en silencio y sumisa. No acepto que la mujer dé lecciones ni órdenes al varón. Estése callada, pues Adán fue creado primero y Eva después". "Los hombres tienen autoridad sobre las mujeres porque Alá los ha hecho superiores a ellas". Los libros sagrados de las religiones de un solo Dios ofrecen citas tan significativas. La primera es de la Biblia, en 1 Timoteo 2: 11-15. La segunda pertenece al Corán, la sura 4: 34. Así que, chicas, ¿de qué os quejáis? Unas 140 denuncias por malos tratos al día en España (una cada cuatro jornadas en Soria durante 2007, más que en 2006) son una insignificancia si se piensa en lo que podría pasar si vuestros santos varones aplicaran más fervorosamente estas consignas dictadas desde Arriba.


Ciertos hombres aún se resienten de aquella primera operación de cirugía ósea que les extirpó la costilla famosa (¿cuál sería?). Es un dolorcillo a la altura de los riñones que responde al nombre de machismo o de sexismo, cuyos síntomas, al tener un 99% de estupidez, se detectan a la primera. Más sofisticada es la misoginia, mal cuyo máximo exponente algunos quieren verlo en tipos como don Juan.

La lucha por la igualdad entre la mujer y el hombre ha puesto en evidencia el poder y la tenacidad femenina. Batallar contra un enemigo como la propia mitología que narra el origen de las cosas requiere tener muchos huevos, aunque el macho de la especie, pese a disponer físicamente de esas gónadas, hubiera sido incapaz de dar ni un paso si se hubiera visto en semejantes condiciones.

El avance de las féminas ha sido tan abrumador que los tíos están dispersos, descolocados: no saben si responder contando más chistes groseros, comenzar la contrarrevolución masculina o depilarse las ingles. El macho ya no identifica el Norte con tanta claridad como cuando salía a cazar.

Y aún con todo, subsiste un reducto que ha resistido las embestidas de la igualdad. Es el más íntimo, el más cercano, el más personal. El más doloroso. En la intimidad del hogar aún quedan impotentes castrados emocionales que creen que pueden comportarse bajo la vieja pauta de la maté porque era mía. A esos no se les puede llamar ni hombres.

Tomado de www.heraldodesoria.es

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