Más individualismo y exigentes expectativas de logros personales conspiran hoy contra el amor. Pero, cuando el encuentro se logra, los resultados suelen ser mejores que en el pasado.
Fuente: PSICOLOGA. PRESIDE EL XI CONGRESO DE PSICOLOGIA DE LA ASOCIACION DE PSICOLOGOS DE BS. AS.
Los estilos con que las personas dan sentido a su existencia, viven, trabajan y aman, han variado de modo notable a lo largo de la historia. Los expertos que trabajamos en el campo de la psicología percibimos que los conflictos por los cuales se nos consulta son característicos de cada época y se transforman con el paso de los años.
A esto se agrega que las sociedades humanas no son homogéneas. En un mismo lugar y período conviven diversos sectores sociales, cuya existencia parece, sin embargo, transcurrir en espacios y tiempos diferentes.
Por ejemplo, en nuestros sectores más pobres y menos educados, los patrones con los cuales las parejas se establecen responden a tendencias que otras regiones ya han dejado atrás. Los jóvenes se unen de modo informal al poco tiempo de haber alcanzado su madurez biológica. Estas relaciones no suelen ser estables y las familias tienden cada vez más a organizarse en torno de las mujeres, que sostienen precariamente a los hijos que van naciendo a lo largo de varias uniones de pareja.
De forma simultánea, los sectores medios tradicionales e integrados al sistema social mantienen la pauta de la monogamia indisoluble y estas parejas conyugales crían de modo conjunto a sus hijos hasta que alcanzan la madurez.
Entre los jóvenes con alto nivel de educación que se insertan en trabajos calificados se registra una tendencia a postergar la edad del matrimonio. Estos sectores, que son aquellos a quienes realmente podemos considerar como "posmodernos", experimentan sus propias fuentes de malestar cultural, pese a que están en una situación de relativo privilegio.
Es frecuente que las mujeres que han pasado la tercera década de su vida y aún no establecieron una pareja estable consulten con el propósito de superar esa situación. La soltería las preocupa debido a los límites biológicos de su capacidad reproductiva, ya que está más acotada en el tiempo de lo que ocurre en el caso de los varones.
¿Cómo se explica este nuevo problema? Ya hace muchas décadas, desde que el destino social de las personas pasó a depender de su trabajo personal, los hombres con acceso a cierta calidad de vida se han ocupado en construirse como sujetos calificados para competir en el mercado laboral, estudiando y adquiriendo habilidades de gestión.
También han procurado establecer relaciones sociales que pudieran ayudarlos en sus carreras, con el fin de crear una posición social que les permitiera formar una familia.
Las mujeres, por su parte, competían en el mercado matrimonial, desarrollando su seducción sexual y sus dotes sociales, con el propósito de ser elegidas como esposas por varones exitosos, de quienes dependería su futuro y el de los hijos que tuvieran.
La incorporación de las mujeres al mercado laboral ha estimulado que hoy también ellas, al menos las más instruidas, dediquen una energía considerable en edificar para sí mismas una posición social basada en la educación y en el trabajo remunerado. Su destino depende menos del matrimonio que en otras épocas, lo que sin duda las libera de servidumbres y condicionamientos odiosos. Las preocupaciones vitales ya no giran como antes en torno del amor sino alrededor del trabajo y de las metas personales.
Pero he aquí que ocupadas con ese objetivo, un día advierten el sonido del llamado "reloj biológico" y comprenden que han postergado un antiguo arte femenino: el trabajo de relación.
Cuando los matrimonios dejaron de ser concertados por los padres y las uniones se basaron en la afinidad personal, la constitución de parejas pasó a depender principalmente de las mujeres. Fueron ellas quienes buscaron su destino social a través de la alianza conyugal, porque otros caminos estaban aún cerrados. Cuando, como ocurre hoy, no se interesan tanto en los vínculos porque han podido privilegiar los logros, las relaciones, privadas de su sostén tradicional, languidecen.
La llamada "liberación femenina" se ha gestionado mediante la incorporación de las mujeres a un ámbito social creado por los varones, y que, por lo tanto, tiene un estilo masculino. Los sectores poblacionales más desarrollados de las sociedades contemporáneas presentan en muchos casos las características psíquicas de un individualismo extremo, que es representativo de la masculinidad cultural.
La individuación, que consiste en superar las constricciones del grupo social y crear un criterio personal basado en la autonomía, constituye sin duda un progreso. El individualismo es, en cambio, un extravío que se observa con frecuencia en estos sectores sociales que han tenido acceso a la individualidad.
Hace algunas décadas, y aún hoy en los sectores más tradicionales, los individuos masculinos formaban parejas merced a los esfuerzos de las mujeres, que se adaptaban en lo posible al estilo personal de su marido. Cuando tanto las mujeres como los hombres alcanzan un desarrollo psíquico y social apreciable, la construcción de una pareja se hace más difícil, aunque, si se logra, promete mayor calidad y complejidad.
Muchas relaciones se han sostenido, y aún se sostienen, de un modo formal, con escasa comunicación entre sus integrantes, o merced a la hegemonía masculina y al sometimiento femenino. Los sofisticados sujetos posmodernos pueden aspirar a una conexión más íntima y satisfactoria, si superan las barreras entre sus "sí mismos" altamente desarrollados.
Tal vez para lograrlo sea necesario acudir a la desvalorizada subcultura femenina, pero en esta ocasión, tanto los varones como las mujeres deberán aprender a tejer lazos de amor.
Tomado de www.clarin.com
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