Se suele decir que nunca es tarde si la dicha llega. Al menos, hay que intentarlo. No se puede tirar la toalla a la primera de cambio. Pero, por desgracia, parece que la sociedad actual prefiere no darle importancia a la defensa de unos determinados principios y valores que, hasta ahora, venían conformando el pilar de la sociedad, tal y como la hemos heredado de nuestros antepasados. Hoy en día, son las minorías las que están imponiendo nuevos modelos de convivencia, incluido el concepto social de pareja; el cual se ha hecho mucho más amplio. Ahora, por lo visto, la pareja, antes conocida como matrimonio, ya no tiene por qué tener como objetivo la formación de una familia; ni siquiera como una contribución fundamental a consolidar la sociedad natural. Es como si la progresía de izquierdas insistiera en hacernos creer que es el Estado el que está en el origen de la familia, y no al revés.
Hoy en día ya no es necesario plasmar por escrito el compromiso y las intenciones que tienen dos personas para que el entorno social las considere una pareja. Es como si la relación de noviazgo se convirtiera en un proceso eterno, en el que no existen compromisos ni ataduras, ni siquiera un proyecto de futuro. Es una pena que el matrimonio tradicional se haya convertido en un mecanismo de consumo, de trueque; dejando a un lado su función reproductora, renunciando explícitamente a formar una familia donde crezcan unos hijos sanos física y emocionalmente.
Es cierto que los conflictos enturbian la calidad de vida de las parejas, cuando no las disuelven directamente. Hoy en día se aguanta poco, la verdad. Existen demasiados condicionantes sociales que incrementan las barreras de comunicación en la pareja. Es verdad que se comienza, o se debería comenzar, estando enamorados, teniendo como objetivo el compartir una vida, e intentando hacer en lo posible feliz al otro. Y viceversa. Cuando se está enamorado nos entregamos abiertamente, poniéndonos en manos de la otra persona que compone la pareja. Iniciamos una intimidad que debemos preservar y cuidar, si de verdad queremos que la relación perdure. Por supuesto que el tiempo puede hacer que el enamoramiento deje paso a la rutina, y surja la frustración y, por consiguiente, se desgaste la convivencia; pero para eso están el respeto, la confianza y la comprensión. Las relaciones han de ser flexibles, de tal modo que los problemas, que sin lugar a dudas surgirán en toda relación de pareja, se puedan resolver mediante la expresión afectiva y la comunicación.
Es necesario saber escucharse y escuchar. Respetarse y respetar. No siempre la madurez consiste en decirle a la pareja todo lo que uno piensa; es mucho mejor pensar en lo que se le dice; y, sobre todo, en cómo se le dice. Las formas en las relaciones personales son muy importantes. La mayoría de las veces, las discusiones en la pareja vienen motivadas, precisamente, por la falta de intimidad; y eso sucede cuando se pierde el deseo -y no sólo en el plano sexual-, de estar con la otra persona; otras veces, surgen los conflictos de intereses: el dinero, los hijos -que ya se sabe que lo mismo pueden ser una fuente de satisfacción que de conflictos-, la rutina, las tareas domésticas, la lucha por el control -que no deja de ser el poder que tiene quien toma realmente las decisiones en la pareja -, la falta de romanticismo, de complicidad, el no respetar los momentos de privacidad del otro, la falta de tiempo para estar juntos; cómo no, las tareas domésticas , en fin, múltiples áreas donde suelen surgir los conflictos que terminan condicionando la estabilidad y el futuro de la pareja.
No existen fórmulas mágicas para ser feliz en el matrimonio o en la relación personal que se haya elegido; pero si realmente se quiere salvar, proteger, reconducir, mantener una relación, lo mejor es, sin lugar a dudas, el diálogo. Eso que se llama hacer "terapia de pareja", y que es muy sencillo de llevar a la práctica, y a la vez muy eficaz, si se hace con la predisposición necesaria. Incluso sería conveniente practicarlo varias veces al día. Se tenga o no motivos para ello. Es algo natural. Uno habla y escucha, abiertamente, sin condiciones ni reparos; con reciprocidad y sin engaños; sin ocultar lo que nos corroe por dentro, y que, a veces, querríamos decirle a la persona amada, pero no nos atrevemos. Guardarlo es peor. A veces uno puede sorprenderse al escucharse uno mismo siendo coherente con lo que en realidad siente. No se pierde nada por intentarlo. Ocultar determinadas cosas, hechos o sentimientos, sólo puede provocar desconfianza y recelos en la pareja que, se supone, confía plenamente en nosotros. La comunicación en la pareja es vital. No se pierde nada con intentarlo. Siempre será mejor desear estar junto a la persona amada, que, simplemente, estarlo.
Tomado de www.eldia.es
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