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Rocío Gaia ¿Estás a menudo o continuamente peleando "como el perro y el gato", o a veces incluso persiguiéndose el uno al otro "como el gato y el ratón? ¿Vuestra convivencia se parece más a un ring de boxeo que al "hogar dulce hogar" que imaginabas que ibas a compartir? ¡Alto ahí! Es hora de reflexionar Las disputas indican la salud de la relación: pueden ser una válvula de escape en la convivencia o una señal de que hay un problema serio que puede terminar con ella. Según los psicólogos, las peleas son positivas cuando persiguen un acuerdo o una solución, sin violencia, insultos ni humillaciones, o sirven para que la relación funcione, como un nexo de atracción para revivir la sexualidad, o por el placer que supone la reconciliación posterior, pero siempre y cuando los dos estén dispuestos a utilizar la misma fórmula. En cambio, las discusiones pueden ser negativas si involucran a terceras personas para conseguir un fin o implican una crítica constante, la infravaloración o juicios personales sobre la otra persona, o recurren al chantaje psicológico ("si no haces esto, dejo de hacer aquello"...). También son contraproducentes cuando se producen en lugares públicos, como si fuera un espectáculo, o ante amigos a los que se pide que actúen como jueces, lo cual indica que la relación se deteriora. Finalmente, las riñas suelen ser un indicio de que la relación ya no funciona, cuando comienzan exigiendo a la pareja concesiones que no está dispuesta a dar, o se reacciona siempre negando para no perder la batalla o cediendo para no discutir más, y en vez de sugerir se intenta imponer algo al otro o doblegarlo. También indican que la pareja ha llegado a un "punto sin retorno", cuando las discusiones terminan en el silencio, dando la callada por respuesta, haciendo caso omiso de lo que el otro cuenta para minar su paciencia con la indiferencia. En estos casos, el conflicto está en una fase terminal y puede acabar con la relación. La mayoría de las parejas tropiezan con los mismos problemas, que se transforman en bolas de nieve que aplastan la relación si progresan, pero pueden solucionarse si se atajan al principio: Comunicación "en cortocircuito". Aprende a escuchar e informar a tu pareja de forma adecuada, interesándote en lo que diga, sin remontarte al pasado ni recurrir a generalizaciones, sin quejarte ni intentar "leer los pensamientos" del otro. La batalla de las tareas domésticas. Deben colaborar los dos, analizando primero qué tareas de orden y limpieza gustan más o menos a cada uno y cuáles detestan, y después distribuyendo el trabajo, respetando la manera de hacer de cada uno. Tiempo para disfrutar. Dedica tiempo al cuidado de la relación, fomentando algunos intereses compartidos y otros individuales, y evitando caer sistemáticamente en la inactividad y en el exceso de televisión. Diferencias en la cama. Habla claro y directamente sobre vuestras preferencias, fantasías y frecuencias sexuales, sin pudores ni tapujos. Muchas veces la falta de deseo obedece a una falta de conocimiento de las necesidades mutuas. Todo está permitido, siempre que ninguno se vea obligado a hacer lo que no le apetece. Cuidado con el "siempre mi mismo". Después del estado de gracia inicial, de pasión y enamoramiento que dura de 5 meses a 2 años, en toda relación acechan la rutina y el tedio. Brindarse mutuamente pequeñas sorpresas y seguir descubriendo las facetas del otro pueden ser buenos antídotos para el aburrimiento, una estrategia que pocas veces no rinde resultados positivos. |
Tomado de www.estrelladepanama.com
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