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martes, 18 de diciembre de 2007

Algunas ideas para "hacer las paces"

 

Las formas de reconciliación de "hacer las paces" en un matrimonio son muy relativas, porque dependen de una amplia constelación de variables, como el temperamento, el carácter, la educación, las creencias, los valores de los cónyuges y los años que llevan casados. Por ejemplo, unos recién casados no se comportan igual que unos esposos que acaban de tener a su primer hijo; tampoco son las condiciones de la vida familiar las mismas cuando se tiene un hijo que con tres; y muy distintas cuando hay hijos adolescentes. También los conflictos pueden ser: pequeños, medianos o grandes.

Pero ahora no voy a ahondar demasiado en el tema, sólo se me ocurren algunas ideas sencillas y prácticas que de manera general puedan ser útiles para, después de un conflicto, intentar lograr que las aguas vuelvan a su cauce. La clave es importante y está en la buena voluntad de querer "quererse", y de querer sacar adelante el matrimonio. Porque vale la pena.

Lo primero es que los ánimos se serenen y, una vez conseguido, hay que negociar -no me gusta la palabra pero no encuentro otra mejor-. Para pactar hay que buscar el momento oportuno, sentarse en un lugar cómodo y acogedor, con calma y con tiempo por delante, sin prisas -aunque conozco matrimonios felices que, con los años y con la práctica, negocian en un tiempo "récord"-; no hacerlo nunca delante de los hijos, porque jamás se debe discutir delante de los hijos y mucho menos implicarlos en la contienda, porque lo pasan muy mal, tienen que tomar partido por uno de los dos, lo que crea en ellos una enorme inseguridad y, con frecuencia, llegan hasta sentirse culpables.

Después, lo fundamental es ir a la raíz del conflicto, sin andarse por las ramas, centrarse en el problema, sin traer a colación otras cuestiones distintas y que no vengan a cuento. Hay que escuchar, "y aprender a escuchar", sin interrumpir, ni prejuzgar, aun cuando no se esté de acuerdo con lo que el otro dice; escuchar con mirada atenta, comprensiva y acogedora, las razones del otro, luego expondremos las nuestras. El que tenga la palabra debe expresarse con claridad, con sinceridad amable y prudente, sin humillar, sin herir, sin gritar ni machacar y, también, procurando que su mirada, además de cariñosa, sea a la vez persuasiva, compresiva y conciliadora. Para ello se poden utilizar expresiones como por ejemplo: "me gustaría" (que procedieras de esta manera; que evitaras aquello, que me ayudaras en esta oportunidad…) o "necesito de ti" (ahora que empezamos a vivir juntos, en esta edad difícil de los hijos, en esta delicada situación de los negocios, ahora que estoy atravesando un mal momento…). Una vez que se han oído las razones de los dos, hay que contrastarlas y analizarlas para, posteriormente, llegar a un acuerdo, en el que nadie pierde y la pareja siempre gana.

Si de esta forma no se llega a un acuerdo satisfactorio, bien por la magnitud del "petardo" o por las razones que sea, habrá que cambiar de escenario y buscar unas fechas y un lugar que resulten entrañables. Por ejemplo un fin de semana en un monte, en un hotel, en fin, un lugar distante y solitario. Para lograr resultados positivos es imprescindible que los esposos permanezcan aislados durante esos días. Una vez instalados, hay que abordar el problema de manera similar a la anterior, pero insistiendo en tener mucha paciencia, expresarse libremente, no enfadarse, ni sentirse amenazado en ningún momento; pensar que también el cónyuge interlocutor dispone de una excelente voluntad y que habla movido por el deseo de solucionar el problema; y no hacer una cerrada y agresiva defensa de su posición, tratando de demostrar que yo tengo razón y el otro es el equivocado.

Conozco varios matrimonios a los que este sistema les ha dado resultado, llevan bastantes años juntos y les va bien. Nunca hay que dar por bueno eso de que se han puesto todos los medios: "Es que llevo peleando muchos años y no consigo nada". Tal vez ha llegado el momento en que tienen el que contar con otra gente que les ayude a resolver sus conflictos. O a lo mejor basta con que vayan a un terapeuta. Conozco a más de un matrimonio, con más de seis meses de separación, que, gracias a la terapia familiar, hoy son felices juntos.

Pienso que la felicidad matrimonial, esa que se "ve" y se nota con la simple presencia, en la complicidad de una mirada, o en la nostalgia por la ausencia, necesita tiempo para ir consolidándose, y la convivencia tiene que pasar por momentos de calma chicha, nubarrones y hasta fuertes tormentas, por eso es necesario paciencia, tenacidad y sentido del humor. Porque el amor en el matrimonio, y lo digo por experiencia, como el buen vino, mejora con los años.

Tomado de www.eldia.es

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