Desde la escuela tradicional hasta el día de hoy, se maneja el término peyorativo, discriminatorio y excluyente del "niño problema". Un niño descrito como: intranquilo, desobediente, impulsivo, acelerado, difícil de controlar y manejar; quien constantemente viola las reglas, no se ajusta a nada, todo se le olvida, molesta demasiado, hay que repetirle demasiado las cosas.
Nadie le tolera en los diferentes espacios donde interactúa: familias, escuela, amigos, deportes, todos dicen lo mismo debido a su falta de control y a su conducta un tanto desadaptada. Los padres refieren sentirse agotados, los maestros no saben qué hacer.
Sencillamente prefieren hacerse los "locos", frente a la problemática conductual, de aprendizaje y a la integración socio-familiar. Sin embargo, nadie quiere entender que no es el "niño problema", sino el niño con problemas por la disfunción familiar crónica, o por el trastorno oposicionista desafiante, depresión infantil, maltrato psicoemocional, abuso sexual, retardo mental, rivalidad entre hermanos, entre otros.
Cientos de miles de estos niños son excluidos de la escuela por su conducta o por su bajo rendimiento escolar o por su alto nivel de repitencia; originándose la reubicación y cuando no, la deserción de la escuela. En muchas familias son maltratados física y psicoemocionalmente, pero también, son excluidos de los procesos de socialización.
Los niños con problemas deben ser escogidos dentro de la diversidad y la equidad de modelos inclusivos y multidisciplinarios. No esperar de ellos la homogeneidad, ya que esta no es parte de la dinámica bio-psicosocial. La mayoría de estos niños y adolescentes modifican sus conductas, aumentan su nivel de aprendizaje, y logran adaptarse y socializar de forma más inteligente y discriminativa. Sencillamente, sino son tratados terminan siendo adultos con problemas.
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