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Alma Gloria Chávez | ||||
«Cualquier rechazo que hayamos sufrido en la infancia nos puede conducir a la violencia». Maricela Álvarez T. La violencia, como casi todo en la vida, se aprende. Desde nuestro nacimiento, los seres humanos vamos formando nuestra personalidad y elaborando estrategias para enfrentar la realidad, por medio de una constante interacción con el medio ambiente. Entonces resulta evidente el hecho de que de la calidad a ese entorno social pase a depender, en buena parte, el equilibrio de nuestra vida futura y de ciertas estrategias esenciales para la supervivencia, como por ejemplo la sociabilidad y la adaptabilidad a las condiciones ambientales o estresantes que caracterizan cualquier relación humana. Todos(as) aprendemos desde pequeños(as) a relacionarnos, viendo cómo se relacionan los adultos. Aprendemos a resolver conflictos observando cómo los mayores los resuelven. También aprendemos a querer, a tolerar y a comprender si nos sentimos queridos, comprendidos y tolerados. Si nuestras necesidades biológicas y emocionales se satisfacen razonablemente, comenzamos a desarrollar el sentido de seguridad en nosotros mismos y en los demás. Si, por el contrario, nuestras exigencias vitales son ignoradas, tenderemos a adoptar un carácter desconfiado y temeroso. Estudios recientes realizados en Estados Unidos, Inglaterra, Francia, España y Holanda indican que la violencia es un comportamiento aprendido: el 81 por ciento de los hombres maltratados fueron testigos o víctimas de malos tratos en su niñez. Las compañeras maestras que forman parte de nuestra red de mujeres contra la violencia nos dicen que no basta con desear o creer que se ama a un hijo o hija, lo fundamental es hacerlo de forma que éste(a) tenga efectivamente la sensación de ser querido, de ser comprendido, de hacerle sentir que es importante en nuestra vida. Es necesario dedicarle tiempo y preocuparse por conocerle, descubrirle, atenderle y respetarle. Resulta esencial, para prevenir comportamientos agresivos durante la juventud y madurez, tratar a niños y niñas con paciencia y serenidad, evitando imponer actitudes de manera excesivamente autoritaria, sino con cariño y respeto, «pensando cómo nos gustaría ser tratados estando en su situación». Un alto porcentaje de estadísticas a nivel mundial nos dicen que los menores y las mujeres son las principales víctimas de malos tratos, ello debido a principios culturales, costumbres sociales y normas religiosas que han defendido e inculcado tradicionalmente la subyugación casi absoluta de la mujer al hombre y de los pequeños a sus progenitores. Sin ir tan lejos, en nuestra cultura y desde hace muchos siglos, a los padres se les ha conferido una autoridad incuestionable sobre su descendencia, y al hombre misma autoridad y poder sobre su mujer. Además de ejercer un dominio ilimitado, el hombre se ha sentido hasta hace poco con derecho a la obediencia, a la lealtad y al respeto incondicional de sus hijos(as) y de su esposa. Pero afortunadamente hoy nos encontramos en la posibilidad de construir mejores relaciones de pareja y en familia gracias, entre otros factores, a que la mujer se ha incorporado al trabajo fuera del hogar y ha ido ganado una autonomía y una independencia que le están permitiendo decidir sobre su vida y de no tolerar una situación de dominio por parte de su pareja. Reconocemos que existen una serie de circunstancias que inciden en la conducta violenta. Factores genéticos, sociales, culturales y psicológicos, entremezclados, configuran poco a poco los comportamientos violentos. Sólo identificándolos se puede centrar el interés en las medidas preventivas y constructivas necesarias para modificar dichas conductas violentas y trocarlas por otras serenas y pacíficas. Científicamente se ha determinado que los factores biológicos como la herencia, las hormonas o la disfunción neurofisiológica no actúan de forma específica como causantes de la violencia. Más que como un mecanismo específico, los factores biológicos inclinan la balanza hacia el deterioro de la capacidad del individuo para conseguir sus objetivos mediante medios no violentos, o hacia el aumento de su impulsividad, irritabilidad, irracionalidad o desorganización de la conducta, pero no son las causas de la violencia. Son tantos los factores que intervienen e interactúan en el proceso de formación de la personalidad, que no resulta sencillo individualizar en cada caso lo que puede ser o no un ambiente afectivo correcto. Según diversos estudios, los comportamientos violentos están relacionados con conocidos eventos sociales y económicos que tienden a aumentar el nivel de estrés y de tensión en el hogar: la pobreza, el desempleo o inseguridad laboral. Los conflictos en la pareja (aumentados por la intervención de otros miembros de la familia), el abuso de drogas o alcohol, los embarazos no deseados y las enfermedades físicas y emocionales; sin embargo, nos dicen las amigas psicólogas, no cabe admitir una relación causa-efecto entre estos factores sociales y los malos tratos. Como ya lo he mencionado, afortunadamente hoy se nos presenta la oportunidad, a hombre y mujeres, de ir dando forma a nuevos modelos de relación basados en expectativas de igualdad. Incluso países ya han elevado al rango de ley el trato equitativo y respetuoso entre hombre y mujeres. ¿Y de manera preventiva? «Que los modelos de conducta que se presenten a los niños(as) sean los adecuados», en la recomendación de las amigas maestras. |
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martes, 10 de julio de 2007
¿Qué conduce a la violencia? Reflexiones desde la ciudadanía
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