En La corrosión del carácter, Richard Sennett, el más famoso de los sociólogos contemporáneos, comparaba los estilos de vida de Enrico, emigrante italiano que trabajaba limpiando oficinas en Chicago y cuyo principal objetivo consistía en ahorrar el dinero necesario para adquirir una vivienda digna y asegurar un futuro mejor a su familia, y el de Rico, hijo de aquél y sometido a la posmoderna vida flexible, a los viajes continuos, a la inestabilidad laboral y que, sin embargo, gozaba de un elevado nivel de vida.
Un cambio tan acentuado, evidente en una simple mirada y reflejado en un sinfín de marcas físicas, psíquicas y sociales, no parece haber resultado todo lo positivo que podría esperarse. Según un estudio de la Universidad de Siena, dirigido por el profesor de economía política Stefano Bartolini, los estadounidenses han vivido un apreciable descenso en su calidad de vida, afectada sobre todo por el deterioro de las relaciones sociales y por el aumento de horas de trabajo, y son ahora mucho menos felices que 30 años atrás.
Hasta hace pocas décadas, en España se contemplaban estos datos desde la distancia, como si formaran parte de procesos que solo ocurrían en países con mucha mayor carga de ansiedad social que el nuestro. Éramos pobres, pero vivíamos, en términos cotidianos, mucho mejor que los fríos y ricos países del norte de Europa. Claro que los informes actuales no parecen corroborar una impresión que, a pesar de todo, parece continuar vigente en el área mediterránea. En El primer mapamundi de la felicidad, estudio dirigido por el psicólogo social de la Universidad de Leicester Adrian White, y en el que se recogen datos de 177 países, los Estados con un mayor índice de bienestar emocional son Dinamarca, Suiza, Austria, Islandia, las Bahamas, Finlandia y Suecia. Estados Unidos es el vigésimo tercero y el Reino Unido, el cuadragésimo primero. España está situada en el puesto cuadragésimo sexto.
En otras palabras, ¿nos ha ocurrido lo mismo que a Enrico y a su hijo? ¿Hemos pasado en pocas décadas de ser un país pobre pero feliz, con un clima que favorecía unas relaciones sociales fuertes, unos lazos familiares sólidos y un sentido estrecho de la solidaridad, a convertirnos en otro mucho más disperso, con personas encerradas en sí mismas y con redes sociales débiles? ¿Hemos cambiado felicidad por bienestar material?
Sin duda, los procesos vividos en nuestro país no son sustancialmente diferentes de los acontecidos en Europa Occidental, donde las cuestiones materiales han dejado paso a aspectos mucho más relacionados con la vida privada, señala Josep María Blanch, catedrático de psicología social de la Universitat Autónoma de Barcelona.
"Una vez que los problemas de subsistencia no son ya los que más preocupan en un país, suelen tomar su lugar los relacionados con la calidad de las relaciones humanas. Y quienes ahora disponen de mayor estatus económico son también los más pobres en tiempo. Así, carecemos de energía disponible para las relaciones familiares, para tratar con los hijos y para la vida social, lo que hace que nuestra calidad de vida decaiga".
¿Cómo medir la felicidad? Y es que el grado de felicidad tiene mucho que ver con el bienestar emocional, y éste se encuentra íntimamente relacionado con la calidad de las relaciones sociales. Pero ¿es el factor esencial? ¿Cómo se puede medir la felicidad?
Según Amado Peiró, profesor del Departament d'Análisi Económica de la Universitat de ValSncia, los elementos que considerar son: La salud, ya que existe una fortísima asociación directa entre ésta y la felicidad; el estado civil, puesto que los casados son más felices que los solteros y mucho más que los viudos, separados o divorciados; y la edad, ya que la felicidad decrece con el tiempo hasta alcanzar un mínimo en la década de los cuarenta para remontar posteriormente.
Otros factores de aparente importancia, como el sexo, el número de hijos, el tamaño de la ciudad en que se reside o el nivel de estudios "son variables que no están prácticamente asociadas a la felicidad".
Aunque el indicador estrella parece ser el nivel material, que aparece altamente valorado en las encuestas, tanto desde la perspectiva colectiva como desde la individual. Así, en El mapamundi de la felicidad, son los países de mayores recursos los que ocupan los primeros lugares. Y su director, Adrian White, aseguró que de la investigación podía colegirse que, al contrario de lo que la psicología social contemporánea afirma, la primera causa de infelicidad es la pobreza.
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