Oviedo, L. Á. VEGA
El caso del profesor avilesino Luis Carlos G. R., de 43 años, que se suicidó el pasado 7 de junio arrojándose a la ría de Avilés después de que la Policía le encontrase en poder de unos diez millones de fotos y vídeos de pornografía infantil, en el curso de la «operación Penalty», ha puesto brutalmente sobre el tapete el problema de la explotación de los niños para fines sexuales. Todo hace indicar que el maestro, un hombre que nunca había dado que hablar, que participaba activamente en las actividades del Colegio Versalles de Avilés, utilizaba su archivo -el mayor detectado a una sola persona en España- para procurarse placer y no para comerciar con él, aunque pudiese realizar algún intercambio de imágenes con otros interesados a través de la red.
En este caso parecen confluir dos vertientes del problema que no siempre aparecen juntas. Por un lado, la pedofilia, considerada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como una enfermedad o más exactamente como un trastorno del comportamiento sexual -del mismo grupo que otras parafilias, como el exhibicionismo, el fetichismo, el sado-masoquismo o el voyeurismo- y que se define como la atracción sexual por los niños.
La otra vertiente es el consumo de pornografía infantil a través de internet, que, según el informe elaborado por la organización Anesvad, no siempre está relacionado con la pedofilia. Según el psiquiatra Julio Bobes, para que una persona sea considerada pedófila se exige que tenga fantasías sexuales recurrentes con menores o que sienta la compulsión de ver imágenes de pornografía infantil durante al menos seis meses.
Anesvad distingue entre dos tipos de consumidores. Por un lado, está el curioso, que accede a la pornografía infantil sin buscarlo, que se la encuentra casi de forma casual en la red y accede a ella para ver de qué se trata y que generalmente deja de consumirla cuando tiene familia y hace una proyección de sus hijos o sobrinos en los menores utilizados.
Por otro lado, están los adictos o usuarios realmente interesados en estos contenidos de sexo con menores. Según Anesvad, muchos han perdido el interés por la pornografía adulta y buscan algo que les excite más, contenidos más fuertes, como violaciones, zoofilia o escenas con niños. El pedófilo propiamente dicho se encuadraría en este último grupo, aunque en su caso no hay una evolución y la atracción por los niños queda establecida con la maduración de la sexualidad, según indicó Bobes.
En más de un tercio de los casos, han sido víctimas de abusos en la niñez, según Anesvad. Internet favorece estos comportamientos por su anonimato y la apariencia de impunidad, pese a la cada vez más efectiva acción de la Policía, que este año ha detenido en España a 500 personas por comerciar y consumir pornografía infantil, una veintena en Asturias.
Se calcula que en un 30 por ciento de los casos, los consumidores de este tipo de pornografía terminan buscando un contacto sexual con los menores, y una parte de los mismos se convierte con el tiempo en productor y distribuidor de pornografía infantil. Sorprende que los adictos son cada vez más jóvenes. En las últimas operaciones se ha detenido incluso a menores. El psiquiatra Julio Bobes subraya que para que un adolescente sea considerado pedófilo debe haber una diferencia de edad con su víctima de cinco años, y que no pueden confundirse experiencias de inmadurez o búsqueda de la identidad sexual con la pederastia.
Hay algunas notas que distinguen también a los pedófilos. Aunque muchos barnizan su interés sexual por los niños con sentimientos de protección o incluso amor -de forma que llegan a defender la libertad sexual infantil, sin ver nada malo en tener relaciones con menores-, la mayoría «sufre un malestar psicológico importante, clínicamente significativo, tras estos contactos», según Bobes. La pedofilia «puede producir deterioro social, se abandona todo tipo de actividad, se evitan las relaciones con adultos y se produce un deterioro laboral, ya que se pasan el día pensando cómo ver más imágenes pornográficas o contactar con niños», indicó Bobes. El psiquiatra relacionó la pederastia con el problema del incesto, aunque también indicó que los episodios incestuosos no siempre son obra de pedófilos.
El psiquiatra Ángel García Prieto también considera al pedófilo como un enfermo, aunque «con conocimiento y voluntad, lo que desde el punto de vista penal puede favorecer una atenuante, pero nunca una eximente». Este mismo profesional indicó que los pedófilos «no tienen suficiente voluntad para controlarse». Se trata, añadió, de personas con una personalidad de base patológica, caracterizada por la inmadurez y los complejos, que les hacen sentirse poco satisfechos de sí mismos. «Buscan una compensación a sus insuficiencias», indicó.
En el caso del profesor de Avilés, aventuró que convergían dos factores; por un lado, la compulsión sexual y, por otro, la obsesión coleccionista, ya que no se explica de otra manera que pudiese tener diez millones de imágenes, una cantidad imposible de visionar. García Prieto también incidió en el factor ambiental. «Estamos siendo incitados al consumo erótico de forma constante», lo que explica la compulsión sexual.
Tanto Bobes como García Prieto reconocieron que la pedofilia tiene «difícil cura». Según el primero, «el tratamiento rinde poco», aunque se puede intentar la administración de antagonistas hormonales que frenen el deseo sexual. Aseguró que «no hay sitios especializados en España para tratar esta enfermedad». Y añadió que «es un campo en el que hay que investigar más». Por su parte, García Prieto indicó que la cura es a largo plazo y requiere que el paciente tenga conciencia de su enfermedad.
El caso del profesor avilesino Luis Carlos G. R., de 43 años, que se suicidó el pasado 7 de junio arrojándose a la ría de Avilés después de que la Policía le encontrase en poder de unos diez millones de fotos y vídeos de pornografía infantil, en el curso de la «operación Penalty», ha puesto brutalmente sobre el tapete el problema de la explotación de los niños para fines sexuales. Todo hace indicar que el maestro, un hombre que nunca había dado que hablar, que participaba activamente en las actividades del Colegio Versalles de Avilés, utilizaba su archivo -el mayor detectado a una sola persona en España- para procurarse placer y no para comerciar con él, aunque pudiese realizar algún intercambio de imágenes con otros interesados a través de la red.
En este caso parecen confluir dos vertientes del problema que no siempre aparecen juntas. Por un lado, la pedofilia, considerada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como una enfermedad o más exactamente como un trastorno del comportamiento sexual -del mismo grupo que otras parafilias, como el exhibicionismo, el fetichismo, el sado-masoquismo o el voyeurismo- y que se define como la atracción sexual por los niños.
La otra vertiente es el consumo de pornografía infantil a través de internet, que, según el informe elaborado por la organización Anesvad, no siempre está relacionado con la pedofilia. Según el psiquiatra Julio Bobes, para que una persona sea considerada pedófila se exige que tenga fantasías sexuales recurrentes con menores o que sienta la compulsión de ver imágenes de pornografía infantil durante al menos seis meses.
Anesvad distingue entre dos tipos de consumidores. Por un lado, está el curioso, que accede a la pornografía infantil sin buscarlo, que se la encuentra casi de forma casual en la red y accede a ella para ver de qué se trata y que generalmente deja de consumirla cuando tiene familia y hace una proyección de sus hijos o sobrinos en los menores utilizados.
Por otro lado, están los adictos o usuarios realmente interesados en estos contenidos de sexo con menores. Según Anesvad, muchos han perdido el interés por la pornografía adulta y buscan algo que les excite más, contenidos más fuertes, como violaciones, zoofilia o escenas con niños. El pedófilo propiamente dicho se encuadraría en este último grupo, aunque en su caso no hay una evolución y la atracción por los niños queda establecida con la maduración de la sexualidad, según indicó Bobes.
En más de un tercio de los casos, han sido víctimas de abusos en la niñez, según Anesvad. Internet favorece estos comportamientos por su anonimato y la apariencia de impunidad, pese a la cada vez más efectiva acción de la Policía, que este año ha detenido en España a 500 personas por comerciar y consumir pornografía infantil, una veintena en Asturias.
Se calcula que en un 30 por ciento de los casos, los consumidores de este tipo de pornografía terminan buscando un contacto sexual con los menores, y una parte de los mismos se convierte con el tiempo en productor y distribuidor de pornografía infantil. Sorprende que los adictos son cada vez más jóvenes. En las últimas operaciones se ha detenido incluso a menores. El psiquiatra Julio Bobes subraya que para que un adolescente sea considerado pedófilo debe haber una diferencia de edad con su víctima de cinco años, y que no pueden confundirse experiencias de inmadurez o búsqueda de la identidad sexual con la pederastia.
Hay algunas notas que distinguen también a los pedófilos. Aunque muchos barnizan su interés sexual por los niños con sentimientos de protección o incluso amor -de forma que llegan a defender la libertad sexual infantil, sin ver nada malo en tener relaciones con menores-, la mayoría «sufre un malestar psicológico importante, clínicamente significativo, tras estos contactos», según Bobes. La pedofilia «puede producir deterioro social, se abandona todo tipo de actividad, se evitan las relaciones con adultos y se produce un deterioro laboral, ya que se pasan el día pensando cómo ver más imágenes pornográficas o contactar con niños», indicó Bobes. El psiquiatra relacionó la pederastia con el problema del incesto, aunque también indicó que los episodios incestuosos no siempre son obra de pedófilos.
El psiquiatra Ángel García Prieto también considera al pedófilo como un enfermo, aunque «con conocimiento y voluntad, lo que desde el punto de vista penal puede favorecer una atenuante, pero nunca una eximente». Este mismo profesional indicó que los pedófilos «no tienen suficiente voluntad para controlarse». Se trata, añadió, de personas con una personalidad de base patológica, caracterizada por la inmadurez y los complejos, que les hacen sentirse poco satisfechos de sí mismos. «Buscan una compensación a sus insuficiencias», indicó.
En el caso del profesor de Avilés, aventuró que convergían dos factores; por un lado, la compulsión sexual y, por otro, la obsesión coleccionista, ya que no se explica de otra manera que pudiese tener diez millones de imágenes, una cantidad imposible de visionar. García Prieto también incidió en el factor ambiental. «Estamos siendo incitados al consumo erótico de forma constante», lo que explica la compulsión sexual.
Tanto Bobes como García Prieto reconocieron que la pedofilia tiene «difícil cura». Según el primero, «el tratamiento rinde poco», aunque se puede intentar la administración de antagonistas hormonales que frenen el deseo sexual. Aseguró que «no hay sitios especializados en España para tratar esta enfermedad». Y añadió que «es un campo en el que hay que investigar más». Por su parte, García Prieto indicó que la cura es a largo plazo y requiere que el paciente tenga conciencia de su enfermedad.
Tomado de www.lne.es
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