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lunes, 29 de octubre de 2007

Género: ¿de qué estamos hablando?


El feminismo ha tenido en el campo de la investigación de las ciencias sociales una presencia teórica relevante: ha propuesto nada menos que reinterpretar el orden social y las relaciones entre los diferentes géneros. El pensamiento feminista ha hecho posible, al ser un planteo reactivo, el cuestionamiento del paradigma de lo humano impuesto por la cultura dominante (Habichayn, 2003). Los estudios de las relaciones de género han producido avances en el conocimiento de las diferencias sexuales y de género, analizando la construcción social y cultural del género, su función simbólica y las representaciones sociales que genera. Tales estudios han centrado sus intereses en el estudio de las desigualdades producidas por el sistema patriarcal capitalista y han puesto en evidencia cómo operan las relaciones de poder, de dominación y de opresión.

A partir de las décadas de los años 60 y 70, emergen grupos de mujeres que van a construir espacios autónomos, con el propósito de elaborar una teoría feminista, así como propuestas de crítica y de transformación del sistema patriarcal; es decir a conformar una agenda estratégica de emancipación. El feminismo se va a orientar a la elaboración, por un lado, de una importante producción de conocimientos, y por otro, a significarse como un espacio de crítica cultural. Las feministas articularán de esta manera el debate teórico y la acción, encaminándose al logro del derecho al divorcio, al reconocimiento de los hijos nacidos fuera de matrimonios legales, a la denuncia pública de la violación y de las diferentes formas de violencia contra mujeres, niños-as y ancianos-as. Será central su lucha por el libre uso del cuerpo, por un mayor conocimiento de la sexualidad femenina y contra la discriminación hacia las definiciones sexuales alejadas de los cánones heterosexuales de la sociedad patriarcal (Vitale, 1987).

La recuperación de la memoria histórica para hacer visibles a las mujeres que por tanto tiempo estuvieron ausentes en las historias androcéntricas, la interpelación a la educación por el papel que cumplió con relación a la subordinación de las mujeres y, el cuestionamiento del rol del Estado y de los partidos políticos, serán también temas focales en las preocupaciones del feminismo.

La teoría feminista fue incorporando al lenguaje del análisis social, además de la categoría género, la de patriarcado, la de política sexual, la de diferencia sexual, entre otras, que han hecho posible la fundamentación de las diferentes construcciones teóricas de la crítica feminista y que sostienen las producciones actuales de las ciencias sociales, conformando el arsenal conceptual que emplean los-as científicos-as sociales, para reconstruir la manera en cómo las diferentes sociedades hicieron y hacen uso de las diferencias sexuales.

Por otra parte, la oposición espacio público-espacio privado; las nuevas propuestas de crítica y revisión de las identidades sexuales fijas, así como los planteos de construcción de una nueva subjetividad mujer, se van a constituir al mismo tiempo en aportes relevantes en la lucha política de las mujeres, y en la construcción del discurso feminista. De esta manera, la propuesta de que "lo personal es político", de que "lo privado también es político", posibilitó a las mujeres de diferentes países conseguir leyes precisas vinculadas al divorcio, al aborto, o a la patria potestad compartida (Olea, 1991). De esta manera el feminismo fue a contracorriente de la cultura dominante pues, en tanto la cultura occidental transformaba a los ciudadanos-as en consumidores, "el feminismo afirmaba la necesidad del reconocimiento de la diferencia sexual"(Evans, 1998).

Con la introducción de los estudios sobre masculinidad el campo se amplió desmontando los papeles estereotipados de lo masculino y lo femenino. La investigación de las problemáticas propias de los varones dentro de los estudios de género dieron lugar a algunos cuestionamientos en el sentido de si éstos iban a producir una dilución de las mujeres y su movimiento y si no se aprovecharían tales estudios para reconstruir el "machismo liberal" (Stimpson, 1999). La asociación de la masculinidad al varón proveedor unido al papel de guardián y jefe del hogar, refuerza la imagen de pertenencia de los varones a la esfera pública y, con ella, su independencia; como contrapartida, en esta argumentación, el hogar es el espacio al que las mujeres pertenecen "naturalmente", es su dominio exclusivo, es la esfera privada de la dependencia.

La lógica binaria -empleada como opuestos excluyentes-, vieja falacia cuestionada por el feminismo, al dualizar al mundo afirmó que tales antinomias responden al modelo de nuestras identidades. La antinomia básica en la visión del patriarcado hombre-racionalidad-civilización-iniciativa-liderazgo social y político se opone a la de mujer-naturaleza-intuición-sentimiento-hogar-maternidad . Indagando los sistemas de género comprendemos que "no representan la asignación funcional de roles sociales biológicamente prescritos sino medios de conceptualización cultural y de organización social ... Lo interesante en estas antinomias es que escamotean procesos sociales y culturales mucho más complejos, en los que las diferencias entre mujeres y hombres no son ni aparentes ni tajantes. En ello ... reside su poder y relevancia" (Conway et al, 1999). Parafraseando a Stimpson (1999), no se puede seguir pensando al mundo como un juego de dualidades, sino que tiene que repensarse como una multiplicidad de identidades y de grupos heterogéneos, "como una deslumbrante muestra de complejidades individuales, de otros y otredades". Solamente una percepción así podrá organizar la política que necesita el inicio del siglo XXI: una política que acepte las diferencias y rechace las dominaciones.

En La dominación masculina Pierre Bourdieu explicó que las diferencias anatómicas entre los sexos se van a constituir en el "fundamento y garantía de apariencia natural de la visión social que la funda", la "fuerza natural" de la dominación masculina radica en este principio de causalidad circular establecido a través de su reproducción milenaria. El juego de diferencias y antagonismos entre masculino y femenino está incluido en un sistema de oposiciones que sacan a la luz las estructuras cognitivas de la "cultura mediterránea".

Sloam y Reyes Jirón (2003) opinan que "independientemente de que la masculinidad esté determinada históricamente y de que la retención del poder no sea el único elemento que la define, en este momento histórico y en este hemisferio, la masculinidad se define como una identidad que se desarrolla a partir de la dominación de otras personas con menos poder". Además piensan que la tradicional socialización de los varones al interior de la familia tiene un papel central en la reproducción del poder masculino, empezando con la necesidad que siente el niño de separarse de la madre para sentirse "hombre".

Los comportamientos "invisibles" de violencia y de dominación que los varones reproducen de manera permanente en la vida cotidiana, se denominan "micromachismos" y constituyen "la cotidianeidad de la existencia". Se pueden explicar "por la necesidad de los varones de sostener y mantener la supremacía androcrática, o masculina. Cualquier crítica a este modo de ser, es sentido como un ataque personal, en la vivencia de integridad del varón que se sostiene en los estandartes de la masculinidad de la misma cultura en la que estamos insertados. Los "micromachismos" se observan en la reciedumbre del varón que lo confirmaría supuestamente en el lugar del macho, la debilidad es vivida como algo negativo para los hombres"; también están presentes en "el ejercicio de la fuerza, en la imposición de la voluntad por el manejo y el control del poder, en el prejuicio hacia la mujer, en el cotidiano y permanente manejo del poder, se observa en que los hombres no lloran, en como intentan imponer sus razones por el ejercicio de la violencia ..." (Kurcbard, 2000)

En un reportaje publicado en la revista PrimeraLinea el 14 de noviembre de 2002, que se denomina Nueva masculinidad: el fin del hombre proveedor, Ana Amuchástegui (UAM-Xochimilco, México), quien investigó sobre la emergencia de los nuevos tipos de masculinidades, señala que las condiciones creadas por la globalización neoliberal en Latinoamérica han puesto en cuestión, paradójicamente, el rol de proveedor, una de las formas que el patriarcado ha modelado a los varones durante siglos. El sistema capitalista considera que es el varón quien tiene que recibir el salario, definiéndolo en consecuencia como agresivo, fuerte y superior; a las mujeres se les asigna el trabajo doméstico que brinda su servicio a la familia, siendo su definición como débiles, pasivas e inferiores.

El desempleo, la creciente pobreza y la incorporación masiva de las mujeres al mundo del trabajo como consecuencia de las políticas económicas neoliberales, han ido fracturando ese clásico papel masculino. Estas pérdidas de poder y de privilegios patriarcales no han sido ni suponen procesos fácilmente asimilables por los hombres. Por ello, Amuchástegui piensa que es necesario deconstruir lo que significa funcionar con la lógica del proveedor asociada al ingreso económico y al trabajo capitalista y demostrar que el cuidado de los hijos e hijas es también satisfactorio. Agrega que "masculinidad" no es igual a hombre y que existen diversos tipos de manifestarlo.

A los estudios feministas les ha interesado particularmente indagar sobre el cuerpo y la sexualidad. Lavrín (1998) señala que, si bien hace varios años que se investiga sobre problemas vinculados a la sexualidad y a las políticas estatales con relación a ella, estos resultados no han tenido la necesaria discusión intelectual. Según Stimpson (1999) los estudios sobre las mujeres tienen una agenda de investigación a cumplir, que relacione la teoría con la práctica, y que es la de incluir entre sus preocupaciones los estudios sobre el cuerpo y las diversas formas que asume la sexualidad humana. "... la sexualidad es una constelación de prácticas, deseos y fantasías que las sociedades occidentales han significado y, por lo tanto, han representado socialmente de manera diferente a través de la historia" (Medina, 2000).

En la Historia de la Sexualidad, Foucault planteó que los seres humanos no siempre vivimos, comprendidos y asumimos la sexualidad como lo hacemos actualmente, y no tuvo siempre la posibilidad de caracterizar y construir una identidad con tal poder como ahora; en la actualidad hablar de sexualidad sirve para nombrar tanto a las actividades sexuales como a una especie de núcleo psíquico que da sentido o significado a la identidad de cada persona .

La propuesta de Butler sobre la performatividad del género y la emergencia de la teoría queer van a poner en cuestión la distinción clásica entre sexo y género planteando "una contestación integral de la categoría de sujeto de la modernidad". Esta relación es definida como performativa y normalizada de acuerdo a reglas heterosexuales; de modo que la comprensión de la concepción de la identidad de género como el resultado de la "repetición de invocaciones performativas de la ley heteresexual" parte de la redefinición de la noción de género en términos de performatividad. Así, la identidad de género no sería algo sustancial, sino el efecto performativo de una invocación de una serie de convenciones de feminidad y masculinidad . Para Butler el género "es el efecto de formaciones específicas de poder, de instituciones, prácticas y discursos que establecen y regulan su forma y significado". Butler reconoce al falogocentrismo y a la heterosexualidad obligatoria como los sitios discursivos que producen género (Hawkesworth, 1999)

Rich (1999) realizó un profundo análisis de la heterosexualidad obligatoria como categoría clave. La ley del derecho sexual masculino sobre las mujeres se origina en la mística del irresistible impulso sexual de los varones que justifica, por un lado, la prostitución como un presupuesto cultural universal, a la vez que defiende la esclavitud sexual dentro de la familia sobre la base de la "privacidad y la singularidad cultural de la familia". Advierte que no considerar la heterosexualidad como una institución es como no admitir que el sistema capitalista o el sistema de castas del racismo están mantenidos por una variedad de fuerzas, incluidas la violencia física y la falsa conciencia.

Para Yuderkis Espinosa (2003), el movimiento queer tuvo un importante impulso pero, paradójicamente, "lo que prometía ser un deseo de hacer posible una vida y un movimiento más inclusivo ha coincidido sin embargo con un retroceso real en la visibilidad lésbica y en la figura de la lesbiana como una figura trascendente y eficaz de oposición al sistema de género". La invisibilidad alrededor del lesbianismo opera en la sociedad, en los medios de comunicación y en el campo de la investigación pues no existe aún una gran producción sobre la realidad lésbica realizada desde una perspectiva lesbiana.

En la actualidad las preguntas más urgentes y sugerentes que proponen trabajar con los conceptos de género y de diferencia sexual, se relacionan con cuestiones vinculadas a la identidad sexual, pues no basta analizar sólo la dominación masculina; "ahora es preciso reflexionar sobre la dominación heterosexista, de las personas heterosexuales sobre las personas homosexuales que no asumen los habitus correspondientes a la prescripción de género en materia de sexualidad y afectividad. Y aunque distintas culturas distinguen más allá de los dos cuerpos obvios (los intersexos y diversos grados de hermafroditismo), hay gran resistencia a reconocer esa variación en materia de subjetividades y deseos sexuales" (Lamas, 2000). Belluci y Rapasardi señalan que "sobre el espacio institucional y simbólico abierto por el movimiento de mujeres, desembarcaron otras organizaciones políticas y sociales: la "playa" cultural conquistada por el feminismo fue tomada por gays y lesbianas como modelo y punto de partida a fines de los años ´60"; efectivamente desde mediados del siglo XX, los movimientos sociales y las organizaciones LGBT llevan adelante su lucha por el reconocimiento de los derechos humanos de las personas lesbianas, gays, bisexuales y trans.

Hilda Beatriz Garrido

 

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