VIRGINIA MORA FEBRES * Da igual la época del año, del mes, puede tratarse de un día caluroso que nos encante, o de un día destemplado y lluvioso, puede ser una época festiva, da igual, las cifras se siguen sucediendo, he perdido la cuenta que las estadísticas manejan tan bien. Sé que son cincuenta y tantas las mujeres asesinadas durante este año, y ni hablar de la cifra interminable de las denuncias por violencia doméstica. Se abren más juzgados, se habla de penalizar más fuertemente a los agresores; sin embargo, la horrorosa lista de mujeres maltratadas crece y se engrosa día a día. Cuando ya no hay remedio posible, cuando la víctima se transforma en un cadáver, retrato póstumo de una vida desgraciada y llena de infortunios, aparecen los titulares por dos o tres días, y de nuevo el silencio, el olvido, hasta que un nuevo titular nos sacuda y nos muestre ese cuadro patético de mujeres que ya no podrán defenderse, que no podrán ver crecer a sus hijos, que no sabrán de otros amores, ni disfrutarán veranos ni otoños. Cuando este cuadro aparece, como si de un lienzo muy trabajado se tratase, hay muchos bocetos, esbozos, borrones y pinceladas detrás, son señales insidiosas, trazos corrosivos que si se tomaran en cuenta tal vez podría prevenir a muchas mujeres, sobre la posibilidad de cuestionarse esa relación, y sobre el papel que juegan ellas mismas. Recientemente he leído un libro claro, lúcido y de fácil comprensión, se llama Mujeres malqueridas, de Mariela Michelena. Esta psicoanalista ahonda con profundidad en estas señales, en esas anécdotas que por lo continuas resultan cotidianas. Esos pecados capitales, como los refiere la autora, pueden ser el trazado inicial de situaciones más violentas y más dramáticas. Poder darse cuenta que la violencia no sólo es el maltrato físico, sino un modo de vivir, un modo de conducirse, en el que la mujer acepta que sea el otro, por ejemplo, quien imponga las reglas de juego y de convivencia, donde la sumisión es lo que prevalece como una forma de huir de los conflictos. Poder darse cuenta que se está atrapada en una relación donde no se puede pensar en existir sino está el otro, aunque ese otro haga sufrir; o intuir dolorosamente que la identidad ha dejado de tener un perfil claro para ser más bien un calco de lo que la pareja es o desea; ver que se puede salir adelante en el ambiente laboral y sin embargo ser como una niña asustada frente a los designios de ese hombre que no la sabe querer. Todos estos modos tienen que ver con una agenda oculta, una historia secreta infantil e inconsciente, en la que se juega y se repite y repite sin parar este tipo de situaciones, este tipo de vínculos o de modos de relación en las que la mujer se siente enganchada, atrapada y con pocas vías de solución. Si alguna lectora se siente mínimamente identificada con lo que he esbozado antes, es importante que empiece a alertarse, pues todas estas son señales, pinceladas de una relación que a la larga menguará, aniquilará su autoestima, su genuina forma de ser, sus propios gustos. Busque ayuda, comience a hablar de lo que siente y de lo que le ocurre, trate de regenerar esos aspectos tan nocivos que lleva dentro y que la impulsan a buscar y elegir un destino equivocado, piense que todos podemos tener una segunda oportunidad, con la posibilidad de pintar algo nuevo, algo constructivo, que le permita conocerse y sentirse mejor con usted misma. * Virginia Mora Febres es psicóloga y psicoanalista (virginiamora@telefonica.net). |
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Tomado de www.diariodeavisoscom
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