La depresión será la primera causa de incapacidad en 2020, aunque muchas personas ya pueden contar hoy cómo han superado problemas emocionales
En el siglo XXI la ignorancia y la mitificación hacen que las enfermedades de la mente se encuentren estigmatizadas, aunque la depresión y la ansiedad se están convirtiendo en una auténtica epidemia. Aún así, hay cruzados que quieren acabar con ese tabú y hablan en primera persona de cómo superaron distintos problemas emocionales.
Aunque curan el alma, los psicólogos son de carne y hueso. Víctor Rodríguez Aguado, terapeuta de la Clínica Arabial, padeció ansiedad cuando era universitario. «En los 19, 20 y 21 años yo tenía determinadas fobias y, sobre todo, un problema de ansiedad e inestabilidad emocional», rememora. Decidió aplicarse las técnicas que estudiaba: «Fui mi primer paciente y me curé. Entré en la dinámica de descartar pensamientos que sabía que eran inciertos; de comprobar que lo que yo imaginaba no era verdad en la mayoría de casos. Me expuse poco a poco a situaciones que hasta entonces había evitado. Cambié mi forma de percibir y de enfrentarme a la realidad», explica este hombre que, a los 39 años, asegura con alegría haber «cambiado».
Barbará Montañés (29 años) acaba de descubrir que ha padecido una depresión. «Siempre he vivido con una sensación interior de malestar. Me acostumbré a ello, aunque no quería seguir así. Tenía muchas manías: hablar sola, pisar ciertos adoquines de la calle... Todo debido a una situación de opresión familiar». Esta opositora comenzó a sincerarse con su psicóloga hace dos meses. «He descubierto muchas cosas de mí. He aceptado algunos hechos y modificado y reconducido pensamientos». A pesar de su clarividencia, Bárbara reconoce que le da vergüenza decir que va al psicólogo. «Muy poca gente lo sabe. Lo de la terapia está bien visto en las películas de Woody Allen, no en la realidad. Mis conocidos no lo entenderían porque aparentemente no tengo problemas. Además, no quiero dar tantas explicaciones de mi vida. Socialmente las personas con depresión no están muy aceptadas», concluye.
A Patricia Herrera (27 años) las crisis de ansiedad le enseñaron a pensar en positivo cuando el cuerpo y la mente le dan «señales de alarma». Hace unos seis años, esta educadora social sufrió durante meses ansiedad después de haber tenido una compañera de piso con quien la convivencia fue muy dura; un año académico malo y un ritmo de vida estresante.
«Angustia e irrealidad»
Entonces aparecieron aquellas sensaciones de «angustia, despersonificación, irrealidad, análisis continuo y exagerado de los pensamientos y fobias». Fue un día mientras fumaba marihuana. En los meses sucesivos se repitieron los episodios, aunque había dejado de fumar por miedo. «El primer ataque fue el peor. Luego me informé de lo que me pasaba y me tranquilicé, aunque me encontraba muy mal y por momentos creía que no iba a salir de aquello», narra esta joven.
Patricia se puso en manos de una psicóloga. «Hablé del tema con mis amigos; desmitifiqué esta enfermedad que se pasa y se supera como otra cualquiera; aprendí a vivir con ella mientras me duró y vi cómo iba desapareciendo. Ahora sé que no es para tanto, pero creí que era lo peor de mi vida». No obstante, esta joven señala que aquello duró demasiado tiempo. «Si me ocurriera ahora también tomaría medicación».
Para el psicólogo Víctor Rodríguez Aguado, la depresión y la ansiedad son «necesarias para sanar emociones y adaptarnos al mundo». Si ese dolor emocional anula nuestra existencia y dura más «de dos o tres semanas» se transforma en una «enfermedad que debemos curar para que no se convierta en crónica».
Irene Muñoz (24 años) estudia Educación Física y lleva tres años en terapia para quererse y subir su autoestima. «Quiero superar problemas familiares de mi infancia, conflictos que llevo en mi interior desde pequeña», confiesa esta deportista que se ve con «fuerza». En estos últimos años, ha pasado algunos meses deprimida. «Sin embargo, cuando estoy fatal digo que estoy estupenda, incluso le digo a Petra, mi psicóloga, que me dé el alta, que estoy bien». Según Irene «vamos de maravillosos y no queremos enfrentarnos a la realidad», añade. Para ella ha sido fundamental llevar a rajatabla su terapia, ser constante en su camino de mejoría, no mirar al pasado y no frecuentar lugares ni personas que le hagan mal. «Estoy decidida a ser feliz».
Antonio Morales no tiene reparo en contar su experiencia. «Sufrí un fuerte episodio de ansiedad con 23 años por problemas en el trabajo y con mi padre», relata este informático de 30 años que pensó que se «volvía loco; a veces no sabía ni quién era». «Hace dos meses salí de una depresión en la que caí tras morir mi hermano en un accidente de tráfico. Ya lo estoy superando, pero deseé morirme fulminantemente e incluso barajé la posibilidad de matarme. No quería pasar por aquello», asevera antes de reconocer que gracias al «amor y apoyo» de su mujer y a su psicóloga decidió «coger el toro por los cuernos. En el fondo siempre tuve claro que había una fuerza dentro de mí que me ayudaría a salir y disfrutar de la vida. Me obligaba a mí mismo a ir al psicólogo, a pasear, a comer fruta...», añade. «Hablando con mi psicóloga me di cuenta de que muchas personas habían tenido ideas tan raras y agobiantes como yo. Lo malo es que casi nadie lo cuenta a sus amigos, a veces ni a su pareja, por miedo a que lo tomen por loco. Ahora, de nuevo, veo la luz».
Rosario Domínguez, 44 años, sufrió durante un año y medio un trastorno alimenticio -«me dio por no comer»- que le desembocó en depresión, ansiedad y estrés. Tenía motivos, aunque prefiere callarlos. «Lloraba, no tenía fuerza para nada, deseaba quedarme acostada y pensaba en morirme, e incluso suicidarme. Lo veía todo negro, aunque seguía trabajando», rememora. Hace cuatro meses que esta vigilante jurado dejó atrás el bache emocional.
«No fui al psicólogo, quería superarlo sola. Ha sido fundamental que me comprendan y ayuden. Al principio hasta mi marido me decía que la depre nos la habíamos inventado las mujeres. Estás tonta, plántale cara a los problemas tuve que escuchar muchas veces», concluye.
Aunque curan el alma, los psicólogos son de carne y hueso. Víctor Rodríguez Aguado, terapeuta de la Clínica Arabial, padeció ansiedad cuando era universitario. «En los 19, 20 y 21 años yo tenía determinadas fobias y, sobre todo, un problema de ansiedad e inestabilidad emocional», rememora. Decidió aplicarse las técnicas que estudiaba: «Fui mi primer paciente y me curé. Entré en la dinámica de descartar pensamientos que sabía que eran inciertos; de comprobar que lo que yo imaginaba no era verdad en la mayoría de casos. Me expuse poco a poco a situaciones que hasta entonces había evitado. Cambié mi forma de percibir y de enfrentarme a la realidad», explica este hombre que, a los 39 años, asegura con alegría haber «cambiado».
Barbará Montañés (29 años) acaba de descubrir que ha padecido una depresión. «Siempre he vivido con una sensación interior de malestar. Me acostumbré a ello, aunque no quería seguir así. Tenía muchas manías: hablar sola, pisar ciertos adoquines de la calle... Todo debido a una situación de opresión familiar». Esta opositora comenzó a sincerarse con su psicóloga hace dos meses. «He descubierto muchas cosas de mí. He aceptado algunos hechos y modificado y reconducido pensamientos». A pesar de su clarividencia, Bárbara reconoce que le da vergüenza decir que va al psicólogo. «Muy poca gente lo sabe. Lo de la terapia está bien visto en las películas de Woody Allen, no en la realidad. Mis conocidos no lo entenderían porque aparentemente no tengo problemas. Además, no quiero dar tantas explicaciones de mi vida. Socialmente las personas con depresión no están muy aceptadas», concluye.
A Patricia Herrera (27 años) las crisis de ansiedad le enseñaron a pensar en positivo cuando el cuerpo y la mente le dan «señales de alarma». Hace unos seis años, esta educadora social sufrió durante meses ansiedad después de haber tenido una compañera de piso con quien la convivencia fue muy dura; un año académico malo y un ritmo de vida estresante.
«Angustia e irrealidad»
Entonces aparecieron aquellas sensaciones de «angustia, despersonificación, irrealidad, análisis continuo y exagerado de los pensamientos y fobias». Fue un día mientras fumaba marihuana. En los meses sucesivos se repitieron los episodios, aunque había dejado de fumar por miedo. «El primer ataque fue el peor. Luego me informé de lo que me pasaba y me tranquilicé, aunque me encontraba muy mal y por momentos creía que no iba a salir de aquello», narra esta joven.
Patricia se puso en manos de una psicóloga. «Hablé del tema con mis amigos; desmitifiqué esta enfermedad que se pasa y se supera como otra cualquiera; aprendí a vivir con ella mientras me duró y vi cómo iba desapareciendo. Ahora sé que no es para tanto, pero creí que era lo peor de mi vida». No obstante, esta joven señala que aquello duró demasiado tiempo. «Si me ocurriera ahora también tomaría medicación».
Para el psicólogo Víctor Rodríguez Aguado, la depresión y la ansiedad son «necesarias para sanar emociones y adaptarnos al mundo». Si ese dolor emocional anula nuestra existencia y dura más «de dos o tres semanas» se transforma en una «enfermedad que debemos curar para que no se convierta en crónica».
Irene Muñoz (24 años) estudia Educación Física y lleva tres años en terapia para quererse y subir su autoestima. «Quiero superar problemas familiares de mi infancia, conflictos que llevo en mi interior desde pequeña», confiesa esta deportista que se ve con «fuerza». En estos últimos años, ha pasado algunos meses deprimida. «Sin embargo, cuando estoy fatal digo que estoy estupenda, incluso le digo a Petra, mi psicóloga, que me dé el alta, que estoy bien». Según Irene «vamos de maravillosos y no queremos enfrentarnos a la realidad», añade. Para ella ha sido fundamental llevar a rajatabla su terapia, ser constante en su camino de mejoría, no mirar al pasado y no frecuentar lugares ni personas que le hagan mal. «Estoy decidida a ser feliz».
Antonio Morales no tiene reparo en contar su experiencia. «Sufrí un fuerte episodio de ansiedad con 23 años por problemas en el trabajo y con mi padre», relata este informático de 30 años que pensó que se «volvía loco; a veces no sabía ni quién era». «Hace dos meses salí de una depresión en la que caí tras morir mi hermano en un accidente de tráfico. Ya lo estoy superando, pero deseé morirme fulminantemente e incluso barajé la posibilidad de matarme. No quería pasar por aquello», asevera antes de reconocer que gracias al «amor y apoyo» de su mujer y a su psicóloga decidió «coger el toro por los cuernos. En el fondo siempre tuve claro que había una fuerza dentro de mí que me ayudaría a salir y disfrutar de la vida. Me obligaba a mí mismo a ir al psicólogo, a pasear, a comer fruta...», añade. «Hablando con mi psicóloga me di cuenta de que muchas personas habían tenido ideas tan raras y agobiantes como yo. Lo malo es que casi nadie lo cuenta a sus amigos, a veces ni a su pareja, por miedo a que lo tomen por loco. Ahora, de nuevo, veo la luz».
Rosario Domínguez, 44 años, sufrió durante un año y medio un trastorno alimenticio -«me dio por no comer»- que le desembocó en depresión, ansiedad y estrés. Tenía motivos, aunque prefiere callarlos. «Lloraba, no tenía fuerza para nada, deseaba quedarme acostada y pensaba en morirme, e incluso suicidarme. Lo veía todo negro, aunque seguía trabajando», rememora. Hace cuatro meses que esta vigilante jurado dejó atrás el bache emocional.
«No fui al psicólogo, quería superarlo sola. Ha sido fundamental que me comprendan y ayuden. Al principio hasta mi marido me decía que la depre nos la habíamos inventado las mujeres. Estás tonta, plántale cara a los problemas tuve que escuchar muchas veces», concluye.
Tomado de www.lavozdigital.es
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