Por Mariela Bernardi (Infobae.com)
Cada vez son más los hijos de casi 30, e incluso mayores, que no abandonarían por nada el "nidito" paterno. ¿Hasta qué punto el contexto cultural y económico influye en el fenómeno?
"Actualmente podemos ver muchos jóvenes que pasados los treinta continúan viviendo con sus padres. Factores como la situación económica actual que hace difícil que un joven de veintitantos se independice y viva solo, como también la proliferación de vínculos de pareja cada vez mas endebles y la prolongación de los estudios, junto a una actitud de sobreprotección de los padres hacia sus hijos, contribuye a que una persona no sienta el deseo de salir del 'nido familiar'", explica Pablo Nachtigall, psicólogo clínico.
Según el especialista, la adolescencia comienza con la pubertad; es decir, con una serie de cambios fisiológicos que desembocan en plena maduración de los órganos sexuales, y la capacidad para reproducirse y relacionarse sexualmente. Generalmente, se inicia a partir de los 11-12 años y se extiende hasta los 18-20.
Sin embargo, Nachtigall advierte que si bien estos son los rangos señalados por los diversos especialistas para marcar el período que estadísticamente suele abarcar la adolescencia, actualmente se hace difícil la demarcación final de la edad adolescente. "Este fenómeno se está produciendo en numerosas sociedades de países occidentales, tanto en el primer mundo como en países en vías de desarrollo. Sin embargo, hay factores que potencian esto. Por ejemplo, en la Argentina, la inflación, las dificultades crediticias para acceder a una propiedad y los sueldos insuficientes para mantenerse, influyen marcadamente en este fenómeno", explica.
Sin embargo, aclara que estas causas no son determinantes. "Afectan a la persona, pero existe una actitud básica de comodidad y de temor a independizarse, que muchas veces puede ser apoyada inconscientemente por los padres. Me atrevo a decir que existe un gran porcentaje de padres argentinos que alientan consciente o inconscientemente a que sus hijos sean eternos adolescentes y sigan dependiendo de ellos", sentencia el entrevistado.
El alto costo de permanecer
También, aclara que el factor económico tiene gran peso, pero no es taxativo. "Muchos jóvenes dicen que se quedan en la casa de sus padres porque no pueden afrontar los costos de mantenerse solos en su propia vivienda. Sin embargo, si hilamos un poquito más fino, vemos que en el 90 por ciento de los casos, son personas con una actitud cómoda, con temores marcados a vivir solos y hacerse responsables". Por su parte, los padres también cumplen un rol que complementa perfectamente al anterior: "Sin darse cuenta, muchas veces movidos por sus deseos de mantener cerca a sus hijos, contribuyen a este estado dependiente", explica el psicólogo.
Sin embargo, esta supuesta "comodidad" se paga a un costo muy alto. "El precio es la falta de maduración, de responsabilidad, de crecimiento y de la gratificación que implica conocerse a través del vivir solo o con otra persona, lejos del hogar. Cuando eso sucede, retrasan llevar un adultez activa y siguen siendo 'nenes cómodos' que ahorran y ganan cierto dinero, pero no se hacen cargo de sí mismos", sentencia.
Choques invevitales, pero amortiguados
Es indudable que la adolescencia es una etapa que implica choques o con el marco familiar, ya que el joven busca definir y encontrar su propio espacio e identidad. Pero la manera en la que se dé esta confrontación variará de acuerdo a la personalidad del adolescente y sobre todo, del grupo familiar en el que éste pertenezca. "Algunas veces se producen conflictos violentos ya que los padres tienen rasgos de personalidad autoritarios y rígidos. En otras ocasiones, no hay choques porque sencillamente el adolescente tiene miedo a decepcionar a sus padres. Sin embargo, esto no implica que no haya inconvenientes, sino que el joven está 'engullendo' su natural deseo de confrontar y esto le traerá problemas a futuro", diferencia Nachtigall.
El psicólogo aclara que esta puede ser una de las etapas más estresantes en el ciclo vital de una familia. "Los roces son inevitables, pero se puede llegar a 'regular su intensidad'. Cuanto más preparados, maduros y adultos sean los padres, mayor capacidad tendrán para afrontar adecuadamente los conflictos que aparezcan con sus hijos. Sin embargo, si son los adultos los que tienen asuntos emocionales sin resolver entre ellos o con su propia adolescencia no vivida, entonces pueden asumir actitudes negativas para con sus hijos. Incluso, esto puede generar trastornos mayores o conductas adictivas por parte de los adolescentes, que se ven, en cierta medida, atrapados en el problema", advierte.
Como para encontrar la "punta del ovillo" Nachtigall señala que existen opciones y herramientas para trabajar los problemas comunicacionales entre padres e hijos adolescentes. "Para ello, fundamentalmente tiene que haber padres que quieran encarar la solución, ya que de otra manera, adoptan una actitud cerrada y rígida que termina por espantar o 'aplastar' al adolescente", remarca.
"Cuando existe un vínculo adulto y honesto entre padres e hijos, ambos afrontan eficazmente esa clase de situaciones y todos resultan beneficiados con un vínculo de mayor autenticidad y afecto. Los padres pueden llegar a 'echar' a sus hijos, generalmente, cuando carecen de la firmeza y claridad en su diálogo con ellos, por lo que adoptan inadecuadamente conductas autoritarias y demasiado rígidas. Lo ideal no es pelearse y aislarse de los padres, pero tampoco permanecer como un 'cachorro dependiente'", explica Nachtigall. En ese punto de delgado equilibrio parece estar la solución.
Según el especialista, la adolescencia comienza con la pubertad; es decir, con una serie de cambios fisiológicos que desembocan en plena maduración de los órganos sexuales, y la capacidad para reproducirse y relacionarse sexualmente. Generalmente, se inicia a partir de los 11-12 años y se extiende hasta los 18-20.
Sin embargo, Nachtigall advierte que si bien estos son los rangos señalados por los diversos especialistas para marcar el período que estadísticamente suele abarcar la adolescencia, actualmente se hace difícil la demarcación final de la edad adolescente. "Este fenómeno se está produciendo en numerosas sociedades de países occidentales, tanto en el primer mundo como en países en vías de desarrollo. Sin embargo, hay factores que potencian esto. Por ejemplo, en la Argentina, la inflación, las dificultades crediticias para acceder a una propiedad y los sueldos insuficientes para mantenerse, influyen marcadamente en este fenómeno", explica.
Sin embargo, aclara que estas causas no son determinantes. "Afectan a la persona, pero existe una actitud básica de comodidad y de temor a independizarse, que muchas veces puede ser apoyada inconscientemente por los padres. Me atrevo a decir que existe un gran porcentaje de padres argentinos que alientan consciente o inconscientemente a que sus hijos sean eternos adolescentes y sigan dependiendo de ellos", sentencia el entrevistado.
El alto costo de permanecer
También, aclara que el factor económico tiene gran peso, pero no es taxativo. "Muchos jóvenes dicen que se quedan en la casa de sus padres porque no pueden afrontar los costos de mantenerse solos en su propia vivienda. Sin embargo, si hilamos un poquito más fino, vemos que en el 90 por ciento de los casos, son personas con una actitud cómoda, con temores marcados a vivir solos y hacerse responsables". Por su parte, los padres también cumplen un rol que complementa perfectamente al anterior: "Sin darse cuenta, muchas veces movidos por sus deseos de mantener cerca a sus hijos, contribuyen a este estado dependiente", explica el psicólogo.
Sin embargo, esta supuesta "comodidad" se paga a un costo muy alto. "El precio es la falta de maduración, de responsabilidad, de crecimiento y de la gratificación que implica conocerse a través del vivir solo o con otra persona, lejos del hogar. Cuando eso sucede, retrasan llevar un adultez activa y siguen siendo 'nenes cómodos' que ahorran y ganan cierto dinero, pero no se hacen cargo de sí mismos", sentencia.
Choques invevitales, pero amortiguados
Es indudable que la adolescencia es una etapa que implica choques o con el marco familiar, ya que el joven busca definir y encontrar su propio espacio e identidad. Pero la manera en la que se dé esta confrontación variará de acuerdo a la personalidad del adolescente y sobre todo, del grupo familiar en el que éste pertenezca. "Algunas veces se producen conflictos violentos ya que los padres tienen rasgos de personalidad autoritarios y rígidos. En otras ocasiones, no hay choques porque sencillamente el adolescente tiene miedo a decepcionar a sus padres. Sin embargo, esto no implica que no haya inconvenientes, sino que el joven está 'engullendo' su natural deseo de confrontar y esto le traerá problemas a futuro", diferencia Nachtigall.
El psicólogo aclara que esta puede ser una de las etapas más estresantes en el ciclo vital de una familia. "Los roces son inevitables, pero se puede llegar a 'regular su intensidad'. Cuanto más preparados, maduros y adultos sean los padres, mayor capacidad tendrán para afrontar adecuadamente los conflictos que aparezcan con sus hijos. Sin embargo, si son los adultos los que tienen asuntos emocionales sin resolver entre ellos o con su propia adolescencia no vivida, entonces pueden asumir actitudes negativas para con sus hijos. Incluso, esto puede generar trastornos mayores o conductas adictivas por parte de los adolescentes, que se ven, en cierta medida, atrapados en el problema", advierte.
Como para encontrar la "punta del ovillo" Nachtigall señala que existen opciones y herramientas para trabajar los problemas comunicacionales entre padres e hijos adolescentes. "Para ello, fundamentalmente tiene que haber padres que quieran encarar la solución, ya que de otra manera, adoptan una actitud cerrada y rígida que termina por espantar o 'aplastar' al adolescente", remarca.
"Cuando existe un vínculo adulto y honesto entre padres e hijos, ambos afrontan eficazmente esa clase de situaciones y todos resultan beneficiados con un vínculo de mayor autenticidad y afecto. Los padres pueden llegar a 'echar' a sus hijos, generalmente, cuando carecen de la firmeza y claridad en su diálogo con ellos, por lo que adoptan inadecuadamente conductas autoritarias y demasiado rígidas. Lo ideal no es pelearse y aislarse de los padres, pero tampoco permanecer como un 'cachorro dependiente'", explica Nachtigall. En ese punto de delgado equilibrio parece estar la solución.
Tomado de www.infobae.com
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