Parece un cuento de niños pero no lo es. Dos personas se conocen, se enamoran y de a poco aprenden idiosincrasias mutuas. Caminan de la mano, se miran y se admiran mutuamente, observan el cielo, las estrellas y el horizonte pensando que no habrá límites al amor mutuo y al futuro que esperan compartirlo por el resto de sus vidas.
La realidad de la vida nos presenta con varios panoramas. Son reales e impactantes. Algunas parejas, por decisión propia se fortalecen cuando hay desafíos emocionales, económicos, físicos o de otra naturaleza. Uno de los cónyuges trata de alentar y de apoyar al otro y así continúan adelante. ¿Sería magnífico si así ocurriese en todos los casos! Para otras parejas, la realidad o la reacción es diferente. Parte de la clave de todo matrimonio es esa. La forma en que reaccionan a momentos o períodos de incomprensión, de malos entendidos o de problemas económicos debido a malas decisiones o a la economía local.
Algunos cónyuges responden a la adversidad con una actitud positiva, tratando de salir adelante, mientras que otros cónyuges, toman una actitud y perspectiva negativa, parecen hundirse emocionalmente con problemas que en sí no son tan complicados, afectando el medio ambiente del hogar, y por ende la felicidad y unión matrimonial.
Se ha dicho repetidamente que cada cónyuge tiene que aportar el cincuenta por ciento de su esfuerzo personal. Eso no es suficiente. Cada uno debe aportar su todo, un cien por ciento de sus habilidades porque no hay nada más importante para un matrimonio que la estabilidad del hogar.
Muchas veces se ha escuchado el anhelo o afirmación: «Mi esposo o mi esposa me va a hacer feliz». De esa manera y con esa clase de expectativa, muchos inician la vida matrimonial. La realidad no se demora, ni tampoco las consecuencias de tal expectativa. La realidad es que si no tenemos felicidad en nosotros mismos antes de casarnos, no podemos hacer feliz a nuestro cónyuge. Solo podemos dar lo que poseemos. La felicidad no depende de la belleza de una casa, de un piso o de cualquier tipo de propiedad. No importa la calidad de muebles, la marca de la ropa que utilizamos o el auto que poseemos, porque aunque sean caros y bellos, no pueden otorgar felicidad o realización unipersonal.
Felicidad es personal, y como tal tiene un precio que por lo general es elevado. No se encuentra por casualidad y tampoco tropezamos con ella. Es como una viña. Hay que trabajar, deliberadamente y con sacrificio. La felicidad verdadera es más que un sentimiento pasajero. Es la suma total de dos vidas, de dos caracteres y de dos personalidades determinadas a vivir una clase de vida con calidad y respeto mutuo.
Cuando una pareja se separa o divorcia, en realidad no hay ganadores. La familia, los amigos y conocidos se lamentan. Sin embargo la pregunta que se observa en los rostros o en la mente de los afectados es: ¿Cómo es que algo así ocurrió? ¿Acaso no pudo evitarse, o buscar medios a fin de solucionar conflictos personales? Las preguntas son variadas y sinceras, sin embargo las respuestas no son fáciles ni tampoco son comunes.
El resultado de separación es el fin de un proceso y de posibles situaciones que no fueron debidamente atendidas o que simplemente fueron ignoradas. Solo basta escuchar a varias personas relatar lo que les sucedió, y se observará un común denominador. Entre las causas, algunas pueden ser: negativismo excesivo, falta de perdón, rencor, falta de madurez, abuso emocional o físico, problemas sexuales, falta de respeto mutuo, y asuntos económicos. También puede considerarse: expectativas irreales, falta de comunicación o comunicación inadecuada, gastos sin control, falta de confidencialidad, o simple irresponsabilidad.
La intención de este artículo no es de minimizar o de diluir los problemas actuales que afectan a las parejas. En muchos de los casos son problemas reales y serios. En otras situaciones, los problemas son el resultado de semillas de conflictos no resueltos, que en su debido tiempo crecieron, ganaron ímpetu y lamentablemente se manifestaron.
Cada matrimonio tiene sus lógicos conflictos y desavenencias. No es algo inusual o extraño. Pero hoy día, existe una evidencia preocupante de lo que se ha convertido en epidemia o costumbre, y es la disolución matrimonial. Parece una solución o una salida fácil, pero a largo plazo nunca lo es. Las consecuencias impactantes son visibles en la vida de los hijos, en la familia, en el evidente impacto emocional en los cónyuges y en la sociedad en general. Tal parece que nos estamos olvidando o nos hemos olvidado del consejo apostólico de Pablo: «Todo lo que una persona siembre, eso también segará». En la disolución matrimonial el impacto es como cuando una piedra se tira en un lago. Los círculos que marcan el impacto van en aumento. Tomando en cuenta el dolor que causa, llega el momento en que no importa quién tuvo la razón o cual fue la causa de la separación. Las estadísticas actuales hablan por sí mismas:
En el año 2006 se han disuelto 145.919 matrimonios, un 6,5% más que en el año anterior. Este aumento confirma la tendencia ascendente que se viene observando en los últimos años.
El número de divorcios ha sido de 126.952, lo que supone un incremento del 74,3% respecto a la cifra registrada el año precedente. Por su parte, en 2006 hubo 18.793 separaciones y 174 nulidades (un 70,7% menos y un 3,6% más, respectivamente, que en 2005).
Esta evolución tan dispar de las separaciones y los divorcios, que ya se advirtió con menor intensidad en 2005, se explica en gran medida por el cambio de marco regulatorio producido por la entrada en vigor de la Ley 15/2005 de 8 de julio, que permite el divorcio sin necesidad de separación previa. (Información del Instituto Nacional de Estadística - INE).
Algunos cónyuges responden a la adversidad con una actitud positiva, tratando de salir adelante, mientras que otros cónyuges, toman una actitud y perspectiva negativa, parecen hundirse emocionalmente con problemas que en sí no son tan complicados, afectando el medio ambiente del hogar, y por ende la felicidad y unión matrimonial.
Se ha dicho repetidamente que cada cónyuge tiene que aportar el cincuenta por ciento de su esfuerzo personal. Eso no es suficiente. Cada uno debe aportar su todo, un cien por ciento de sus habilidades porque no hay nada más importante para un matrimonio que la estabilidad del hogar.
Muchas veces se ha escuchado el anhelo o afirmación: «Mi esposo o mi esposa me va a hacer feliz». De esa manera y con esa clase de expectativa, muchos inician la vida matrimonial. La realidad no se demora, ni tampoco las consecuencias de tal expectativa. La realidad es que si no tenemos felicidad en nosotros mismos antes de casarnos, no podemos hacer feliz a nuestro cónyuge. Solo podemos dar lo que poseemos. La felicidad no depende de la belleza de una casa, de un piso o de cualquier tipo de propiedad. No importa la calidad de muebles, la marca de la ropa que utilizamos o el auto que poseemos, porque aunque sean caros y bellos, no pueden otorgar felicidad o realización unipersonal.
Felicidad es personal, y como tal tiene un precio que por lo general es elevado. No se encuentra por casualidad y tampoco tropezamos con ella. Es como una viña. Hay que trabajar, deliberadamente y con sacrificio. La felicidad verdadera es más que un sentimiento pasajero. Es la suma total de dos vidas, de dos caracteres y de dos personalidades determinadas a vivir una clase de vida con calidad y respeto mutuo.
Cuando una pareja se separa o divorcia, en realidad no hay ganadores. La familia, los amigos y conocidos se lamentan. Sin embargo la pregunta que se observa en los rostros o en la mente de los afectados es: ¿Cómo es que algo así ocurrió? ¿Acaso no pudo evitarse, o buscar medios a fin de solucionar conflictos personales? Las preguntas son variadas y sinceras, sin embargo las respuestas no son fáciles ni tampoco son comunes.
El resultado de separación es el fin de un proceso y de posibles situaciones que no fueron debidamente atendidas o que simplemente fueron ignoradas. Solo basta escuchar a varias personas relatar lo que les sucedió, y se observará un común denominador. Entre las causas, algunas pueden ser: negativismo excesivo, falta de perdón, rencor, falta de madurez, abuso emocional o físico, problemas sexuales, falta de respeto mutuo, y asuntos económicos. También puede considerarse: expectativas irreales, falta de comunicación o comunicación inadecuada, gastos sin control, falta de confidencialidad, o simple irresponsabilidad.
La intención de este artículo no es de minimizar o de diluir los problemas actuales que afectan a las parejas. En muchos de los casos son problemas reales y serios. En otras situaciones, los problemas son el resultado de semillas de conflictos no resueltos, que en su debido tiempo crecieron, ganaron ímpetu y lamentablemente se manifestaron.
Cada matrimonio tiene sus lógicos conflictos y desavenencias. No es algo inusual o extraño. Pero hoy día, existe una evidencia preocupante de lo que se ha convertido en epidemia o costumbre, y es la disolución matrimonial. Parece una solución o una salida fácil, pero a largo plazo nunca lo es. Las consecuencias impactantes son visibles en la vida de los hijos, en la familia, en el evidente impacto emocional en los cónyuges y en la sociedad en general. Tal parece que nos estamos olvidando o nos hemos olvidado del consejo apostólico de Pablo: «Todo lo que una persona siembre, eso también segará». En la disolución matrimonial el impacto es como cuando una piedra se tira en un lago. Los círculos que marcan el impacto van en aumento. Tomando en cuenta el dolor que causa, llega el momento en que no importa quién tuvo la razón o cual fue la causa de la separación. Las estadísticas actuales hablan por sí mismas:
En el año 2006 se han disuelto 145.919 matrimonios, un 6,5% más que en el año anterior. Este aumento confirma la tendencia ascendente que se viene observando en los últimos años.
El número de divorcios ha sido de 126.952, lo que supone un incremento del 74,3% respecto a la cifra registrada el año precedente. Por su parte, en 2006 hubo 18.793 separaciones y 174 nulidades (un 70,7% menos y un 3,6% más, respectivamente, que en 2005).
Esta evolución tan dispar de las separaciones y los divorcios, que ya se advirtió con menor intensidad en 2005, se explica en gran medida por el cambio de marco regulatorio producido por la entrada en vigor de la Ley 15/2005 de 8 de julio, que permite el divorcio sin necesidad de separación previa. (Información del Instituto Nacional de Estadística - INE).
Tomado de www.lavozdigital.es
No hay comentarios.:
Publicar un comentario