Magalys CHAVIANO ÁLVAREZ
Cada vez que escucho la frase no dejo de asombrarme: ¡los hombres no lloran!, resuena en mis oídos, y a continuación me pregunto: ¿la capacidad de llorar es exclusiva de las mujeres?; ¿Tendrá que ver, en exclusiva, con el sexo?; ¿los cromosomas X o Y tienen implicación en aquello de derramar lágrimas?
Erróneamente esa capacidad se asocia con debilidad, pero en raras ocasiones nos detenemos a pensar que el asunto tiene mucho que ver con los sentimientos. De modo que cuando vemos a alguien llorar se trata, sin dudas, de un individuo que está sintiendo algo muy profundo: dolor, tristeza, alegría, emoción...
Los latinos somos considerados gente de sangre caliente, en cambio los europeos son catalogados como personas frías, que no exteriorizan sentimientos, sin embargo, el concepto de hombría es tenido por acá, por nuestras tierras, como sinónimo de rudeza, machismo, donde no cabe ver a un hombre llorar. Ahí es donde nos contradecimos, porque si somos de sangre caliente se supone que derramemos lágrimas con facilidad.
Hace muy poco vi a un hombre llorar, un colega con muchísimos años de vida y de trabajo, la emoción lo embargó en un encuentro donde se hablaba de lo mucho que pone de sí un periodista cuando narra hechos y sucesos, y de cuánto de uno mismo va en cada crónica. Entonces vi a ese hombre enorme en su estatura, con un montón de años a cuestas, como un ser humano común, que siente, se estremece y vive con intensidad.
Julio César, mi hijo de once años, me preguntó recientemente: ¿porqué los varones no pueden llorar?; indagué sobre la génesis de su interrogante, "lo dicen mis amigos de la escuela, y la maestra", entonces comprendí cuan enraizada está en los cubanos la creencia de que los hombres no deben llorar.
Nuestros antepasados, unos 6 millones de años atrás, derramaban lágrimas. Algunos investigadores coinciden en afirmar que ciertos grupos humanos realizaba rituales para llorar a sus muertos, de modo que el asunto tiene su historia.
"...los hombres lloran como las mujeres, porque tienen como ellas débil el alma", dice un poeta y en ello está presente lo que antes afirmaba, aquello de que el llanto muchas veces se asocia con debilidad. ¿Cuántos hombres habrán dejado de exteriorizar sus sentimientos por temor a ser calificados de mujercitas? ¿Cuántos remachos reprimen lágrimas de dolor o alegría para crearse la aureola de tipos duros?
Dígase ser humano y se estará hablando de hombres y mujeres, niños y niñas, muchachas y muchachos, ancianos y ancianas, todos con permiso para llorar, sentir, estremecerse, porque para ello la Naturaleza nos dotó de esa capacidad, la de derramar lágrimas. Hacer uso de ella no va contra ninguna norma, ni tiene nada que ver con hombría, sexo o cromosomas.
Ahora, desde el punto de vista médico, este líquido lubrica los ojos y los protege de sustancias extrañas e infecciones. La protección contra infecciones se produce porque las lágrimas contienen sales y lisozima, una enzima que destruye las bacterias. En otro orden, cuando el flujo de lágrimas es abundante, como ocurre en los caos en que se produce irritación, el exceso de líquido que no puede ser recogido por los conductos lacrimales reboza por los párpados, arrastrando los cuerpos extraños demasiado grandes para atravesar los conductos lacrimales.
De tal modo les puedo aconsejar llorar, es medicina para el alma, porque nos recuerda estar vivos y que sentimos; pero al mismo tiempo es saludable para los ojos, la ventana por la que nos asomamos a este mundo en el que nos definimos como seres humanos.
Tomado de www.5setiembre.cu
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