La mujer presionada a demostrar placer procura el orgasmo para reforzar la imagen viril de su compañero. Pero no solo ellas fingen el orgasmo
Mónica, una mujer de edad madura, escribe angustiada que como le era difícil lograr orgasmos mediante penetración vaginal, muchas veces eligió fingirlos para terminar el coito lo antes posible sin dañar el ego masculino.
Sus compañeros sexuales nunca notaron el fraude. «Ni siquiera los que alardearon de ser expertos», dice ella. Ahora mantiene una relación con alguien a quien deseaba en silencio desde hace algún tiempo y ha logrado tener orgasmos en varias ocasiones, «Pero él no me cree porque está al tanto de aquella costumbre mía», se lamenta.
¿Habrá algún modo de hacer que un hombre diferencie un orgasmo real de uno fingido?, se pregunta Mónica, y también un buen número de varones que han escrito en los últimos años... pero la idea de que tal «detector de mentiras» exista genera terror en muchas mujeres, fingidoras habituales por estar convencidas de que el verdadero clímax sexual jamás formará parte de sus goces cotidianos.
Dos o tres décadas atrás, el orgasmo femenino no era una prioridad en el imaginario erótico de la mayoría de los hombres. Ahora lo es, pero de cierto modo se ha pasado de la indiferencia extrema a la angustia de medir el desempeño propio por la satisfacción física de la pareja.
La mujer presionada a demostrar placer no procura el orgasmo para sí misma, sino para reforzar esa imagen viril de su compañero, y si faltan habilidades para alcanzar tal prenda, o madurez para hablar del tema, en el 70 por ciento de los casos optará por fingir.
Algunos hombres modernos, al tanto de esta posibilidad, se obsesionan por aprender a desenmascarar a las anorgásmicas, y en ese juego del ratón y el gato pierden su oportunidad de descubrir «el punto exacto en que explotan al amar».
En el fondo, este conflicto responde a una gran falta de comunicación, pues más allá de interesarse por indicadores orgánicos de la respuesta sexual femenina que sí existen valdría la pena entrenarse con herramientas adecuadas para llevar el éxito a la relación, como paciencia, autoestima, complicidad, libertad para hablar de sus fantasías...
Lo contrario demuestra cuán lejos pueden estar algunas personas de comprender el sexo como un «trabajo» de equipo, y de ver el orgasmo como una experiencia profundamente espiritual, en la que vale tanto disfrutar el camino como llegar a la meta, e incluso potenciar el después, pues nada sustituye el inmenso goce de fusionarse en un abrazo.
Cartografía del placer
Se sabe que durante el orgasmo se desactivan partes esenciales del cerebro como la amígdala, estructura muy ligada a emociones tales como el miedo o la ansiedad, que también intervienen en la actividad sexual.
La vergüenza a mostrar la propia sexualidad, el temor al «qué dirán» si se demuestra destreza, traumas provocados por violaciones o abusos sexuales sobre todo en la infancia, tabúes heredados en la educación familiar, la preocupación porque alguien los descubra o por lastimar a la pareja, miedo a decir lo que gusta, cómo y dónde... Con esos pensamientos difícilmente la amígdala logre desbloquearse, y ante la urgencia del compañero sexual o por abreviar el mal rato, la mujer termina imitando lo que considera o sabe que es una reacción orgásmica.
Cuando las cosas no fluyen de forma natural, cualquier exceso en la cama puede generar cansancio y reforzar la tendencia a la anorgasmia, lo cual activa el reflejo del engaño como escape efectivo a tan incómoda situación.
Por eso es importante para ambos conocer el cuerpo femenino de manera general, y en particular los mecanismos físicos por los que cada mujer logra excitarse. Creer que todas «funcionan» del mismo modo es uno de los errores más frecuentes de los que cabe culpar a los hombres, pero también a las mujeres, pues muchas pretenden que su pareja adivine sus cosquillas sin dar siquiera alguna pista, y luego se frustran porque no lo logró.
Si la vagina fuera en verdad tan sensible como mucha gente piensa, ninguna mujer sobreviviría al acto de parir, tras el dolor que produciría la dilatación de esa cavidad durante el proceso de expulsión de la criatura.
Inteligentemente, la naturaleza concentró más de 8 000 terminaciones nerviosas en el clítoris, órgano destinado exclusivamente al placer sexual, y lo situó a prudente distancia del canal de parto, aun cuando reservó algunas de estas fibras supersensibles para la cara anterior de la entrada de la vagina, donde se ubica el llamado punto G.
Del mismo modo, el «control remoto» que desencadena las hormonas del deseo puede estar en sitios tan lejanos como los senos, las orejas, la nuca o la punta de los pies. Con lo que hoy se sabe en materia de sexualidad, el hombre que prescinda de estimular a su compañera de ese modo especial que ella agradece no debería asombrarse de que esta no tenga orgasmos, o decida fingirlos.
Aun en una misma mujer, los minutos destinados a esa estimulación fluctúan según las circunstancias, el estado de ánimo y el tiempo transcurrido desde el coito anterior, pero cuando se trata de llegar al clímax, muchas le dan tanta o más importancia a tales juegos que a la propia penetración: virtual desafío a la imaginación y a la resistencia del hombre.
Ellos también
Contrario a lo que suele pensarse popularmente, también los hombres pueden fingir en el sexo. El urólogo y sexólogo colombiano Alonso Acuña encuestó a 1 600 varones de entre 40 y 70 años de edad, y encontró que el 13 por ciento de ellos reconocía haber fingido una o varias veces para dar por terminado el acto sexual supuestamente «bien arriba».
El principal motivo para esta conducta es la inhibición eyaculatoria, algo que ocurre sobre todo cuando el hombre retiene el orgasmo repetidas veces para estirar el acto sexual a favor de la mujer, o cuando sus condiciones físicas no son las mejores, por ejemplo tras una excesiva ingesta de alcohol o como reacción secundaria de algunos medicamentos. También por el estrés, el cansancio, la enfermedad, el enfado, la ansiedad y en especial el miedo a no «dar la talla».
Otras razones pueden ser la pretensión de alardear de que es un hombre multiorgásmico, cuando se tienen múltiples parejas y es necesario «ahorrar» fuerzas, para ocultar una pérdida de erección o si se teme a un embarazo indeseado y el sujeto prefiere eyacular fuera de la vagina, pero sin que su compañera lo note.
A partir de las seis décadas de vida disminuye la sensibilidad del sistema nervioso, y por más esfuerzo que haga el hombre no siempre logra eyacular, pero como no quiere reconocerlo (sobre todo en parejas ocasionales), prefiere fingir.
En fin, que los seres humanos no llegamos al mundo con manual de usuario incluido, así que lograr el máximo de la «capacidad instalada» depende mucho del interés que cada cual ponga en comunicarse con quienes le rodean, y en aplicar honestamente el método de ensayo-error, con el que tantos genios hicieron grandes aportes al desarrollo de la humanidad.
Entre 8 y 20 segundosDurante el orgasmo, la respiración de la mujer es más entrecortada, las aureolas de los pezones crecen y toman un color rosa, se enrojecen el pecho y el cuello, las pupilas se dilatan, se levanta la pelvis, aumenta la velocidad del movimiento y a veces logra percibirse una secreción diferente a la lubricación inicial de la vagina. Todo esto puede acompañarse tanto de un leve suspiro como de gemidos, gritos o palabras obscenas (coprolalia), y dura apenas entre 8 y 20 segundos. Percibir cambios tan sutiles, que varían de una mujer a otra y ocurren en puntos dispersos del cuerpo, implica asumir el acto sexual como un experimento «desde fuera» y mantener la distancia emocional... sin perder la propia excitación ni dejar de estimular a la mujer de la forma adecuada, porque si el estímulo desaparece en el punto y momento adecuados el orgasmo también desaparece o no llega. |
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